Te encontré.

265 10 0
                                    


Aburrido, aburrido, aburrido era todo en lo que Jackson podía pensar mientras esperaba a que su padre saliera del trabajo, claro que, estar sentado frente a un edificio de espejos no era lo más entretenido del mundo, sin contar con que la mayoría de las personas que pasaban frente a él iban vestidas de traje así que era como ver pasar clones.

Le mandó un texto a su Padre por tercera vez para preguntarle si se adelantaba y por tercera vez éste le dijo que salía en cinco minutos, que sumando las dos veces anteriores daban quince minutos, los cuales se convirtieron en una hora.

Jackson tenía la esperanza que esta vez fuera verdad, porque no sólo él sino también su padre, sufrirían las consecuencias si llegaban tarde a cenar. Su familia tenía la costumbre de salir a cenar una noche al mes, sus padres decían que esto ayudaba a afianzar los lazos familiares ya que, al estar en un ambiente cómodo y neutral, a la gente le daba por relajarse y hablar más, Jackson no sabía si esto era cierto, pero le gustaba.

Volvió a mirar hacia el edificio y en la ventana pudo ver al amigo de su padre era todo un rompecorazones pues ciertamente era atractivo, a Jackson no le agradaba del todo, siempre había sentido una extraña vibra de él hacia su padre. De pronto éste lo miro y Jackson no pudo evitar sonrojarse, sí, era absurdo que un hombre se sonrojara por la mirada de otro, pero es que ese hombre lo hacía comportarse de manera rara.

Miró el reloj de su Smartphone, sólo habían pasado dos minutos desde que envió el mensaje, pero para él, el tiempo se estaba volviendo eterno; levanto la vista y por fin vio a su padre salir apresuradamente del edificio. Jackson alzó los brazos y frunció el ceño como si le preguntase ¿Por qué había tardado tanto? —Ya lo sé, no digas nada, sólo corre o me tocara dormir en el sofá esta noche, y   créeme, no soy bueno para soportar las torceduras de cuello.

ººººººººººººººººººººººººººººººººººººººº

Maximiliano Orellano comenzaba a tener dolor de cabeza por fijar tanto tiempo la vista en la computadora, sin embargo, los planos del nuevo edificio que se les asignaron tenían que estar terminados hoy. Él trabajaba en un despacho de arquitectos llamado A.M & Asociados del cual era dueño junto con su mejor amigo casi su hermano Andrés Baena.

Las oficinas están ubicadas en el tercer piso de un edificio en el centro de la ciudad. La oficina de Maximiliano se ubica en un extremo, justo en la ventana del frente del edificio; las paredes son de cristal, cubiertas con persianas color metal. En una orilla pegado a la ventana, se encuentra un escritorio hecho de metal y vidrio, frente a éste hay dos sillas; justo al lado de la puerta hay un sillón negro bastante cómodo, cuando Andrés va a su oficina para hablar sobre algún plano suele recostarse allí.

La oficina de Andrés es más bien hogareña, la mayoría de los muebles y objetos en ella son de madera y está justo al otro extremo del lugar, dado que en medio de ambas oficinas se encuentran los escritorios de los empleados, es como si dos mundos se fusionaran para crear uno nuevo y grandioso justo en el centro.

Maximiliano se tocó el puente de la nariz suspirando exhausto, se levantó de su escritorio para servirse un poco de agua. Recargándose en la ventana miró al exterior, el hijo de Andrés lo estaba esperando afuera. El chico tenía ya 22 años, se había convertido en un hombre; ahora medía por lo menos un metro setenta y cinco, su cabello era castaño, un tanto ondulado y corto. Sobrepasar la adolescencia lo había hecho desarrollar un poco de músculos, sin embargo, para Maximiliano aún estaba algo delgado.

Sus ojos eran de un castaño muy bello con el típico brillo de la juventud, pero en algún punto pareciese como si una sombra pasara frente a ellos. Desde que Maximiliano recordaba, había sido un chico desconfiado y sarcástico con el cual rara vez podía sostener conversación, sin embargo, con su familia era totalmente opuesto.

El chico movía los pies como si tuviera un espasmo, Maximiliano pensó que tal vez ya llevaba un buen rato esperando a Andrés. Su amigo siempre era algo despistado así que supuso que seguiría en su oficina. Caminó hacia allá y tocó la puerta.
—Adelante, está abierto—. Andrés estaba haciendo trazos sobre el escritorio.
—¿Por qué sigues aquí?— Maximiliano miró a su amigo arqueando una ceja.
Andrés levantó la vista e hizo un ademán con las manos para señalar la mesa —Divirtiéndome, ¿acaso no es obvio?
—Pues no creo que tu hijo esté divirtiéndose allí afuera.
—¡Jackson!—  Andrés chasqueó los dedos —Es cierto, sigue esperando afuera ¡maldición!
—Entonces, mi hermano, ¿qué sigues haciendo allí sentado?— Maximiliano caminó hacia él, pasó la mano por debajo del brazo de Andrés y lo levantó. Mientras veía a su amigo se dio cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo ya hacía más de 10 años se habían conocido en la facultad, él era un chico recién llegado a la ciudad, no conocía a nadie el primer día de clases apenas y alcanzo a llegar, pues tomo el bus equivocado.

Así pasaron por lo menos dos semanas, hasta que ese simpático chico de ojos cafés se acercó para preguntarle si podían hacer equipo para el proyecto de expresión arquitectónica, fue la primera persona que habló con él desde que iniciaran las clases, y no los culpaba, siempre tenía cara de pocos amigos, poco le valía haber adquirido los hermosos ojos verde musgo de su madre, que, acompañados de ese pequeño lunar en la parte inferior del iris del ojo izquierdo los hacían más enigmáticos, o su envidiable estatura de metro ochenta y cinco, o su piel de un moreno claro. Por sus venas corría sangre tanto mexicana como alemana, y esa exótica combinación lo hacía muy atractivo para la mayoría, sin embargo, aún con todo eso, nadie hablaba con él.

—Hola, mi nombre es Andrés Baena—. El chico estiró la mano y puso una sonrisa tan radiante, que algo dentro de Maximiliano hizo click y crujió como cuando abres una puerta que ha permanecido mucho tiempo cerrada.

I'm sorry, I love YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora