V - Sin saber que hacer

163 12 1
                                    



Ya era martes, y el día seguía su curso. Ambos muchachos a merced de los malos comentarios procuraban no llamar la atención de ninguna forma. Pero fue imposible. Nuevos sucesos ocurrieron y ni ellos podían entender cómo ocurrían esas cosas frente a sus narices. Intentaron descubrir al culpable quedándose en el salón de clases, ya que ahora tres sucesos más habían ocurrido ahí mismo. Pero fue inútil, el travieso (o la traviesa) busco otro lugar como escenario y nuevamente inculpar a uno de los dos. Era más curioso como sucedían las cosas. Siempre era Marinette, y luego Adrien en el orden de sucesos, y siempre completamente solos con un solo espectador anónimo que lograba grabar sin que alguien supiera quien era.

Ya al fin de la semana, cada día alguno había causado algún mal a sus compañeros, los cuales también confundidos y enfadados no entendían como dos personas siempre amables y carismáticas cometían tales fechorías.

El martes la supuesta peliazul habría encontrado la pulsera de Rose que perdió en el gimnasio y la dejo en su puesto, rota; el jueves habría rayado los patines de Alix con spray (pintando akumas) El rubio habría cortado las agujetas de las zapatillas de Kim mientras éste se encontraba en el gimnasio usando otras zapatillas el día miércoles. Y Llegó el "santo" viernes. O eso pensaron.

Estaba muy nublado. Marinette ya estaba exhausta de tanta estupidez. No le serviría hacerse de Ladybug si no sabía si realmente habría un akumatizado, más aún le extrañaba que nadie del curso se hubiera akumatizado con tanto mal humor y malas vibras al par. Y a mitad del día la azabache decidió ir a refrescarse al baño, iba todo bien por ahora, sin contar la soledad que llevaba sintiendo hace días.

Adrien se hallaba igual que ella muy retraído, ya no hablaban, solo se sentaban en el mismo banco y si algo malo sucedía con ellos, se lanzaban una mirada de comprensión. No trataban de discutir con nadie ni convencer su inocencia, ya habían sido citados con el inspector cada uno dos veces, pero quedaba en nada ya que el inspector los apreciaba (en el fondo) y ambos muchachos solo debían "pagar" con quedarse limpiando los salones o el pasto, las ventanas, etc. Algo útil.

Al salir del camarín se encontraba sola, no sintió el toque del timbre para entrar a clases a sí que se apresuró y trato de entrar sigilosamente al salón. Pero solo atrajo muchas miradas y cuchicheos. "ya le hizo pagar" "¿cuándo será su turno?" "yo creí que era entre los dos" son algunas de las cosas que oyó mientras miraba incomprensiva cada rostro. Solo le faltó mirar a Adrien, que sostenía en ambas manos unos audífonos blancos de copa, muy caros, pero no por eso importantes, sino porque era un regalo de su padre, y por eso le eran muy significativos. Marinette reaccionó tapándose la boca con una mano y los ojos ampliamente abiertos. El muchacho afectado sintió su presencia gracias a la palabrería alrededor y se limitó a mirar con comprensión a Marinette y una sutil sonrisa, triste. No le indicó nada, solo guardó el roto objeto en su bolso y esperó a que se sentara la chica, que no se atrevía a mirarlo. Talvez Adrien en verdad sepa que no fui yo, pero ha de dolerle de todas formas, se decía. Mientras esperaban que llegara la maestra, la añil muchacha busco su celular a ver si se encontraba allí una supuesta evidencia. Para qué mencionar que era evidente. Nuevamente en el salón, durante el recreo, mientras ella en realidad se ocultaba en el baño llorando el anónimo se coló en el salón y rompió los audífonos que estaban dentro del bolso. Qué raro ángulo tenía la cámara que grabó, pareciera que la persona estuviese ahí misma de testigo o más bien cómplice, pues no hizo algo para evitarlo... ¿quizás la venganza?

La azabache apagó su celular y lo guardó, suspiro largamente y miró al pizarrón. La maestra había llegado comenzando la clase rápidamente por su retraso. Al término de esta, Marinette se aventuró una vez más al camarín de chicas, su compañero de puesto no le dirigió una sola palabra durante toda la clase y, aunque hubiera días así, en que no se hablaran por no tener temas ni ocurrir algo interesante, este era peor, y ella necesitaba saber que pensaba o sentía el ojiverde, quería escucharlo decir que estaba seguro de que no era su culpa, que no había sido ella y le creía. Solo quería oírlo con su voz.

El último AkumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora