Arthur McGreen, desde su más tierna infancia, siempre fue un excelente gourmet. No había comida o bebida que rechazara, ni siquiera el chili más picante. Cierto día, a los 11 años, cuando probó por primera vez en un restaurante español la comida típica de aquel lejano país, a Arthur le fascinó la paella, y descubrió en ella una amplia gama de posibilidades. Muchas de sus más geniales creaciones son paellas, de hecho. Aunque descubriera no mucho después que era en Japón donde el arroz había tenido sus orígenes y su máxima expansión, no le dio importancia. "Bah —decía Arthur—, si usan dos palos para comer. Yo prefiero el clásico tenedor para degustar esta maravillosa delicia". Este comentario fue recriminado, pero poco, por los japoneses. Después de todo, la cocina de Arthur McGreen había traspasado todas las fronteras, y había llegado a todo rincón del mundo. A Japón también, por supuesto.
Pero Arthur no se sentía complacido nunca. Este sentimiento lo acompañó durante muchos años, desde que probó su primer grano de arroz. Consciente de sus capacidades, supo desde ese día que conquistaría los estómagos de todo el mundo con sus arroces. Como anécdota que apoya esta acertada creencia, en la primera semana desde aquella revelación creó 527 originales platos de paella, pero ninguno destacaba sobre los demás, aunque fueran 527 obras de arte culinarias. Arthur quería hacer el mejor arroz del mundo, que iba más allá del simple arroz comprado en tiendas o del cultivado con máxima delicadeza en los arrozales. Quería un arroz especial, con sentimiento, el arroz ideal, el cual halló un año después, a los 12 años.
Era un tranquilo amanecer del 12 de de julio, y un primo de su padre, es decir, un tío segundo de Arthur, se casaba. Arthur fue de mala gana. Ya había ido antes a alguna que otra boda, y siempre terminaba por aburrirse. "Pues claro —mascullaba—, ¿cómo se va uno a divertir bien vestido, escuchando todos esos sermones del cura y tener que esperar una eternidad a que la celebración acabe y poder irse a casa?" Más tarde, en la iglesia, esperando un tiempo interminable para que empezara todo, seguía pensando en las comidas, la cocina, el arroz... Nuestro joven cocinero seguía aún con la problemática de encontrar el arroz indiscutiblemente perfecto para realizar su sueño. No hallaba la respuesta. ¡En un año aún no se le había ocurrido nada! Pero no había flaqueado en su propósito, y esa paciencia le iba a ser recompensada en unos momentos.
El segundo "sí quiero" por parte de María, la tía segunda de Arthur, llegó tras dos horas y media de espera. El aplauso fue ensordecedor. "Espero que me aplaudan también a mí —pensó Arthur—, de lo contrario no volveré a cocinar el banquete de una boda". Los novios, contentísimos, miraban a todos, sonrientes y con la risa tonta, mientras se acercaban a la puerta de la iglesia. Con el sol cegándoles los ojos y al grito de "¡viva los novios!", éstos recibieron una ducha de arroz por parte de los amigos. Arthur no hizo sino levantarse ante tal espectáculo, y se unió a aquellos amigos para esa ducha arrocera. Arthur se preguntaba el porqué de aquello, lo de tirar arroz, pero no le importó mucho, no se lo estaba pasando mal. Fue a punto de tirar otro puñado de arroz a sus tíos cuando se paró en seco, y tuvo la que él consideró su mejor idea de todas: El arroz que usaría para su proyecto sería el que tenía en ese momento allí, entre sus manos. ¡Era el arroz ideal, el supremo! Todos aquellos granos de arroz iban a guardar un hermoso recuerdo de aquel día, pero pensó alarmado que muchos de ellos estaban en el suelo, sucios. Arthur McGreen no se lo pensó dos veces y cogió un grano de arroz pegado al traje de su tío, y otro pegado al vestido de novia de su tía. "De dos en dos —pensó Arthur—. De dos en dos granos de arroz por boda, uno por el novio y otro por la novia, conseguiré llenar medio vaso y me haré una paella. Será un plato de arroz sagrado, simbólico y de seguro, buenísimo, porque guardará hermosos recuerdos."
Este pensamiento lo guió en su determinación, aunque su renombre estuvo en peligro. Cada vez que su escaso tiempo lo permitía, se colaba en bodas a las que no había sido invitado, y lo miraban muy extrañadamente cuando cogía dos granos de arroz con satisfacción y se iba tan contento. "¿Pero qué demonios hace?", le decía el marido o la mujer. "Cumplir mi sueño", les contestaba. Tal era la fama de este individuo, Arthur McGreen, que estos episodios que protagonizaba en las bodas también acabaron siendo de dominio público, y en los restaurantes de lujo en los que era reclamado lo miraban con recelo. "Es cierto que algunos grandes artistas pueden llegar a ser un poco...excéntricos", oyó susurrar Arthur a alguien una vez, entre otras cosas por el estilo. Pero aquello no le importaba. No quería abandonar su proyecto de ninguna manera, oyera lo que oyera sobre él, ya que tras 7 años había conseguido llenar un cuarto de vaso. Le faltaba solo otra cuarta parte más para conseguir la cantidad óptima de arroz para una comida individual. El sabroso resultado que esperaba no lo pensaba compartir con nadie. Para Arthur aquello representaba un desafío íntimamente personal. El poco tiempo del que disponía para asistir a bodas sin ton ni son hizo que Arthur consiguiera cumplir su objetivo ocho años después, un 12 de julio.
"¡Hurra! ¡Por fin lo conseguí!", gritó Arthur tras llegar a casa de su última boda, con dos granos de arroz en mano. Decidió que cocinaría su plato de 15 años de duración al día siguiente, para que pudiera darle tiempo a escribir, aquella misma tarde del 12 de julio, la receta. El documento oficial quedó constado así:
ARROZ DE LAS 1000 BODAS
Tiempo estimado de preparación: 14-15 años (míos), pero unos 9 ó 10 para el cocinero ordinario.
Ingredientes (para una persona, puede que sólo yo):
- Arroz con recuerdos matrimoniales, recogidos sus granos a pares, uno del traje de novio y otro del vestido de novia. Respectivamente. (1/2 vaso)
- Ingredientes al gusto (el arroz es la esencia).
- Azafrán (opcional; los ingredientes dependerán de sus preferencias, porque el arroz es la esencia).
Receta
A vuestro gusto. La esencia es el arroz.
A sabiendas de que aquel día llegaría, Arthur McGreen ya había mandado construir la mejor de las cocinas, y había encargado herramientas y utensilios manufacturados de calidad impecable. Embriagado de la emoción y de las prisas por probarlo, se preparó el arroz de la forma más simple y rápida que se le ocurrió: Risotto Frutti di Mare. El momento había llegado por fin, tras tantos años de inexorable trabajo. El cocinero se hallaba ante su plato de ensueño. Pero en vez de evocar preciosos recuerdos, como el día en el que descubrió su afán por la cocina o su fascinación por el arroz, decidió, nada más poner su plato especial sobre una mesa y sentarse en su silla, probar su arroz, sin más dilación: La nostalgia no se puede vivir en el presente.
Cogió el tenedor, lo arrimó a una parte concreta del plato en la que el arroz se arremolinaba en una espiral artística, seleccionó un pedazo, y se lo introdujo en la boca. Empezó a saborearlo... Estaba riquísimo. Comenzó a llorar como nunca, extasiado, e incluso parecía que las lágrimas tuvieran forma de granos de...
Entonces me desperté, y estaba que no cabía en mí de gozo. "Mira que a veces sueño con comidas —pensé—, pero éste arroz que ha preparado ese tal Arthur se lleva la palma. Es definitivamente el mejor arroz con el que jamás he soñado."
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Relatos Cortos
ContoEscribiremos algunas recopilaciones de relatos cortos de cada miembro de Little Zombie.