Fuego y Agua (RA)

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Lo primero que recuerdo al nacer es el frío de la tormentosa lluvia de invierno, la cálida y agradable aroma a madera mojada. Nunca supe de quien descendía, aunque sabía bien lo que era, aunque vivía dentro de un tronco de un árbol, quien había sobrevivido de un gran incendio provocado por mis ancestros. Aquel árbol me protegió del agua, me salvó de morir, y gracias a él pude seguir adelante, conviviendo con él, en su interior.

El invierno fue duro, el árbol me dio alimentos para no desaparecer, y cada día era toda una aventura de supervivencia, entonces era pequeño y débil. Aun temiendo al frío y al agua, conocí a una gota de lluvia, era igual de pequeña como yo, entró a las profundidades del árbol por error, y allí nos encontramos.

- ¡Hola! – me saludó -. Soy una gota de lluvia. ¿Qué eres tú?

- Soy una chispa – respondí -. Vivo aquí.

- ¡Oh! Así que estás sólo en este pobre árbol.

- Él me cuida, no estoy sólo.

- ¿Te apetece jugar? Mis parientes están trabajando, y es aburrido estar cayendo al suelo. Eso sí, cuando terminen tendré que irme. ¿Qué dices?

- Vale.

Aquel día me divertí mucho, ingenuo a lo que realmente me podría haber pasado. Entonces era un niño indefenso y no sabía las reglas de la naturaleza. Cuando terminó su familia de trabajar, ella se fue, y volví a quedarme sólo, en aquel árbol, sin volver a ver aquel rostro húmedo y brillante.

El invierno se pasó lento, enfermo me quedé en un hueco oscuro del tronco, hasta que empezó la primavera, el calor del Sol hizo que me recuperara, y el árbol tenía el alimento que necesitaba.

No había día que no me acordara de aquella gota, mi experiencia ingenua con ella había sido realmente emocional, había sido lo único con el que realmente me había sentido a gusto, no es que en el árbol me sintiera incomodo, es que éste se iba consumiendo y sabía en el fondo que si él hubiera podido librarse de mi desde el principio, lo hubiera hecho sin dudarlo, todo por su bien.

De ser una chispa, crecí a una llama, había carbonizado por dentro al ser que tanto me había protegido sin él quererlo. Y ahora lo devoraba con ansia, pero antes de terminar con él, llovió, y vi a aquella gotita transformada en una gota hermosa y reluciente, la más bella que había podido ver de todas, aunque realmente había sido la única. Ahí aprendí que las gotas de agua me hacían daño, pues hicieron que mis llamas se apagaran hasta volver a resguardarme adentro del árbol casi carbonizado.

- Chispa – saludó la gota de lluvia, mi amiga de la infancia -. Has crecido mucho.

- Tú también... - dije con gran dolor.

- ¿Te hemos hecho daño? – parecía lamentarse por ello -. Lo siento mucho, estabas destrozando al árbol que te ayudó a sobrevivir, no quería que te pasara como a tu familia.

- No me pasara, no comeré los demás árboles.

- Sabes, el agua, ósea, mi familia, somos los únicos que podemos controlar el fuego. Lo que eres tú.

- ¿Por eso me hicisteis daño, verdad?

- No era nuestra intención. Compréndelo. Me encantaría poder ayudarte, pero si te toco te apagaras. Ambos lo haremos.

- ¿Ambos?

- Sí... Cuando tenemos que apagar el fuego nuestras vidas se desvanecen junto con ellos.

- Yo no quiero que mueras... Tú eres diferente.

- Entonces tendrás que portarte bien. Si no, yo seré quien te libere de este mundo, y yo desapareceré junto contigo.

Se quedó aquel día conmigo, hablamos durante todo el rato, me contó muchas cosas sobre el mundo, su familia viajaba mucho por la Tierra, me dio envidia, quería acompañarla en sus aventuras, estar junto a ella, y sobre todo, me entró un sentimiento extraño, quería que ella fuera feliz, y sabía que lo único que lo haría es que siguiera dentro de aquel árbol que no duraría mucho tiempo en pie, ella quería que no me alimentara demasiado, y pensé que eso era lo que haría, si así la hacía feliz, y eso fue lo que hice en cuanto ella se marchó de nuevo, dándome un beso y apagándome un poco sin que ella quisiera hacerlo.

- Perdona, se me olvidó que eras una llama – dijo preocupada.

Se marchó, y volví a encontrarme solo. Realmente me quería y se preocupaba por mí, no podía decepcionarla.

Pasaron los días, el calor hacía que mis fuerzas aumentaran, pero debía cumplir mi promesa, debía aguantar las ansias de comer, debía refugiarme en aquel árbol, que estaba a punto de morir.

Llego el verano, llevaba tiempo sin alimentarme bien, y el árbol que tanto me protegió terminó consumiéndose por mis ansias de comer, vi otro árbol, se le veía apetecible, me dirigí entre ramitas y arbustos hasta aquel jugoso árbol, sabía tan bien... Mis ansias de comer aumentaron, terminé con aquel árbol y tuve que ir a por más, no pude controlarme, en esos momentos no pensé en aquella hermosa gota de agua, y empecé a arrasar con todo lo que se me ponía delante, hasta que me convertí en un fuego descontrolado.

En ese entonces el cielo se nubló, y una gota enorme cayó de la nube.

- Llama... - me dijo tristemente mi gran amiga -. No pudiste controlarte...

- Tenía mucha hambre, necesitaba comer. No sabes lo que es estar solo, sin poder estar cerca de nadie. Solo tener la necesidad de alimentarte... - gruñí, estaba enfadado conmigo mismo, y aquello hacía que las llamas que había dejado en mi camino aumentaran y me hicieran más fuerte.

- Me hubiera gustado haber podido estar mucho más tiempo contigo en vida... Pero no me dejas otra opción.

Abrió sus dulces brazos y me abrazó, una manta de agua inundó toda llama que había podido dejar, y se quedó ceniza, sin ninguna chispa que pudiera avivar el fuego extinguido.

- Tuve que haberte apagado en cuanto te vi por primera vez – me comunicó -. Pero no pude, éramos tan pequeños... Eras una chispa tan bella, que no quise apagarte. Quería conocerte.

- Si me hubieses apagado en su momento, no hubiéramos pasado todo éste dolor – aconsejé.

- Pero no hubiéramos tenido aquellos momentos tan felices, por ello me alegra de haber esperado hasta ahora.

- ¿Qué pasará ahora?

- Desapareceremos.

- ¿Podré estar contigo para siempre después?

- Lo veremos en breves.

Lo último que recuerdo es su refrescante cuerpo rozando el mío, hasta que desaparecí junto con ella, convirtiéndonos en un humo negro que se dirigió hacia el cielo hasta desaparecer.



FIN.


Rocío Aranda

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