veinte

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[2.39 am]

«¿A quién llamamos que te pueda ayudar?»

«A nadie, por el amor de Dios.»

«Maldición, Arya, tiene que haber alguien que podamos llamar.» Cerraste los ojos y te hiciste la que no escuchabas. «Algún familiar, algún amigo, ¡a cualquiera! Alguien nos tiene que ayudar...»

«Sky, ¿es que no entiendes nada?»

Me interrumpiste con tanta violencia que me quedé muda.

«No tengo a nadie. No hay nadie que me pueda ayudar, nadie con quien podamos hablar. ¿Por qué crees que lo primero que hice fue venir aquí, contigo? A pesar de saber lo peligroso que es, porque ambas somos conscientes de que tu madre está loca y si me conociera, me odiaría. Si se llega a enterar que estoy aquí, me saca a la fuerza y te prohíbe volver a verme. Pero vine igual, ¿no lo ves? ¿No te das cuenta de que eres lo único que tengo?»

En otras circunstancias,

al escucharte decir todo esto me habría largado a llorar.

Pero en ese momento, la que lloraba eras tú.

Sentí que ahora yo tenía que ser la fuerte,

la que debía cuidarte.

«Si no te puedo ayudar, no sirvo de nada. Por favor, sólo déjame intentar. Tiene que haber algo que pueda hacer...»

«No. No tienes que hacer nada, de verdad. Solo quedémonos aquí, por ahora. Ya veré yo qué hacer, dónde dormir. Justo ahora solo te necesito a ti: necesito tenerte cerca. Aunque no hagamos nada, aunque no digamos anda, aunque no...»

Y te juro que no sé por qué lo hice,

pero la suavidad de tu voz despertó una sensación de calidez en mi pecho.

Estábamos tan cerca que podía sentir cómo te latía el corazón,

mis manos entrelazadas con las tuyas.

Y a pesar de la penumbra del sótano, tenías los ojos más azules que nunca.

Fue tan fácil como inclinarme un poco hacia delante,

enredar los dedos en tu pelo

y entender que tú sentías lo mismo que yo

sin tener que decirlo en voz alta.

Fue un beso que se sintió como una supernova,

como la colisión de dos planetas

y el brillo intenso de un millón de estrellas.

Pero

la magia se esfumó tan rápido como había llegado,

porque escuché que la puerta del sótano se abrió de golpe

y una silueta familiar nos miraba con somnolienta sorpresa,

un segundo antes de horrorizarse.

«¿Se puede saber qué estás haciendo acá abajo?»

ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora