Capítulo 20: Viejos amigos.

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Fabián. 

Suspiro.

Es la quinta vez que intento prestar atención a la telenovela en el televisor, pero Leonardo no me lo permite. Sí, sé que podría parecer extraño que alguien como yo disfrute de las novelas, es una adicción que me inculcó mi abuelo desde que tenía los cinco años de edad. En secreto, y sin que mi abuela lo supiera, se dedicaba a ver telenovelas que pasaban por el canal principal. Preparaba sus palomitas, un refresco de cola y se sentaba en su viejo sillón reclinable a ver las novelas diariamente. Yo, que vivía con ellos las tardes al salir de la escuela, me sentaba a su derecha y las veía junto con él.

Se podría decir que es de los pocos recuerdos que aún conservo de mi abuelo. Siempre tan vivo, tan enérgico. Fue mi más grande héroe. Yo de chico quería ser igual a él, un mecánico, creía que era una especia de superhéroe. A donde sea que él iba, yo iba detrás. Los fines de semana, cuando mis padres, mi hermana y yo íbamos a comer a la casa de mis abuelos, eran para mí los mejores días. Jugábamos, reíamos, de él aprendí a cómo medir el aceite de la trasmisión, del motor, a cómo cambiar los neumáticos y mantener el carro en orden. Terminábamos sentados viendo partidos de futbol. Lástima que el cáncer se lo llevó tan pronto de nuestro lado. Aún lloro al recodarlo.

Mi abuela lo siguió mucho después. Ya nada volvió a ser como antes. Esa alegría que sentía cada vez que llegaban los viernes por la tarde, desapareció cuando faltó él. Mi familia intentó seguir adelante, encontrar otras formas de pasarla juntos, pero nada fue igual. Mi abuelo era el pegamento que nos mantenía a todos unidos. Ahora, cada vez que veo una telenovela, lo recuerdo con una enorme sonrisa. No hago más que preguntarme si él estará viéndome desde el cielo.

Sacudo mi cabeza. No pensamientos tristes por ahora.

Enfoco mi atención, o lo que puedo de ella, en la pantalla frente a mí. Leonardo camina de un lado para el otro, celular en la mano, apuntando una serie de cosas que no puedo entender en lo más mínimo. Ha estado así desde el día en el que le conté toda la verdad. He intentado hacer que regrese a Italia, que no descuide a su manada y sus negocios, pero está aferrado a estar a mi lado. Dice que Arno es perfectamente capaz de arreglárselas sin él.

La noche en la que nos volvimos a encontrar después de un mes. La primera en la que por fin pude dormir profundamente, me sorprendió encontrarlo en la sala de mi departamento, totalmente rodeado por papeles y fotocopias. Pasó la noche entera llamando a todos sus conocidos, buscando un doctor que pudiera ayudarme con el tumor. Desde ese día no ha dejado de intentarlo una sola vez, aun cuando yo sé que no haya esperanzas para mí. No pierde la esperanza de encontrar alguna especie de cura mágica que me salve.

Aún ahora no deja de hacer llamadas a cualquier parte del mundo.

—Leonardo... mi... novela.

Digo señalando la televisión a su espalda, pero parece no escucharme.

—Sí así es —dice a la persona al otro lado de la línea—. Tiene veinticinco años... o positivo... lo he llevado con varios especialistas, pero todos dicen lo mismo... sí así es... en ciertos momentos le dan fuertes dolores de cabeza, sangra por la nariz, pero nada grave... le recetaron hace poco unas pastillas que parecen estarle haciendo efecto... duerme mucho mejor... si así es.

No recuerdo a ciencia cierta a cuantos médicos hemos visto en las pasadas semanas. Hemos estado viajando de cuidad en cuidad, siempre con la esperanza de que sea la última vez que lo hagamos, pero el resultado es siempre lo mismo. No importa el lugar en el que estemos, mi tumor crece cada día más, haciendo que una cirugía sea imposible. Me quedan muy pocos días de vida. Yo acepté mi destino hace mucho tiempo, antes incluso de ir a Italia. Estoy conforme con todo lo que he vivido, con lo que he experimentado. Listo para el día en el que me tenga que marchar, pero Leonardo parece no querer aceptarlo.

Prohibido amarme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora