Leonardo.
Hace un puto calor de los mil demonios.
Estoy cubierto en sudor. No he podido dormir en toda la noche, me siento asfixiado, como si estuviera atrapado en un sauna. El aire acondicionado está prendido a mi derecha, pero no es suficiente para aliviar el ahogo que me consume por dentro. Me siento incómodo por haber dejado mi manada sola durante tanto tiempo. He realizado algunos viajes importantes fuera de Italia, pero ninguno en el que me haya quedado fuera de mi territorio por más de cuatro días seguidos. ¡Joder! La boda de mi mejor amigo es mañana y yo aún atrapado en España.
Mi cuerpo arde, mis manos tiemblan. Me siento en la orilla de la cama, apoyo mis codos sobre mis rodillas. Intento respirar profundamente, pero eso solo me crispa los nervios aún más. Tengo un extraño presentimiento en la boca del estómago. Es como si algo malo estuviera por ocurrir, en cualquier maldito segundo, y yo no pudiera hacer nada para poder evitarlo. Cierro mis manos en un doloroso puño. Siento como las uñas de mis dedos se entierran en la carne blanda de la palma. Estoy desesperado.
Observo las losetas del techo. Es la segundo noche en la que no he podido descansar en lo más mínimo. Con furia, y algo de resignación, arrojo las cobijas al suelo. Necesito tanto salir a correr, perderme durante un par de horas hasta que mi lobo pueda tranquilizarse y esa presión sobre mis hombros desaparezca. ¡Pero que mierda! A la mitad de Madrid es imposible hacerlo. Es por eso que detesto tanto las ciudades. Un lobo como yo, especialmente uno con sangre de alfa, necesita de campos abiertos para poder correr y cazar, para dejar salir su parte animal. No me he trasformado en casi una semana entera, ya comienzo a sentir los estragos de mantener a mi lobo adentro durante mucho tiempo.
Arrastro los pies hasta el baño de la habitación. Enciendo la bombilla, la luz blanca ilumina mi rostro cansado. Me encandilo durante unos segundos. Cuando por fin veo mi imagen nítida en el espejo, me asombro por lo descuidado que me veo. Tengo los ojos irritados, dos sombras negras debajo de ellos. Abro el grifo de agua helada, salpicándome el rostro con ella. No sé lo que está pasando conmigo. Nunca antes me había sentido de esta manera, tan débil, tan cansado, desesperado por algo a lo que no puedo describir. Me siento como si en cualquier momento fuera a estallar en mil pedazos.
Camino por la habitación hasta llegar a la licorera junto a dos sillones de cuero negro. Vacío un poco de Whisky en un vaso de cristal cortado. Veo como el líquido ámbar se agita en círculos. Abro la ventana al balcón, la brisa nocturna acaricia la piel desnuda de mi abdomen. La luna comienza a ocultarse en el horizonte. Falta una hora para que amanezca. Observo con atención la ciudad bajo mis pies. Las farolas iluminando las semi-desiertas calles de Madrid. El extraño, y a la vez hermoso juego de colores entre el azul oscuro del cielo y el amarillo intenso de los focos en las aceras. El ruido de una ciudad que comienza a despertar de un corto letargo.
Bebo el whisky de un solo sorbo. Siento un ligero calor bajar por mi garganta, dejándome en la boca un sabor a frutos secos. A lo lejos, captura de pronto mi atención, un grupo de jóvenes que caminan tambaleándose por la calle hasta llegar a una cabina de taxis en la esquina más próxima. Clavo mi vista en una pelirroja, de caderas anchas, piel suave y blanca. Se pavonea por la acera, moviéndose en un delicado vaivén. Me humedezco los labios al ver como su vestido negro se levanta un par de centímetros, dejando ver parte de su culo redondo. Sus amigos caminan delante de ella, riendo entre caídas.
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Prohibido amarme.
Hombres LoboLeonardo Balzaretti está acostumbrado a salirse siempre con la suya. Desde que era pequeño siempre hizo lo que quiso. A sus 31 años de edad no ha encontrado a su pareja con la que sentar cabeza, aunque eso no le preocupa en lo más mínimo. Como Alfa...