Capitulo 10; Pequeñas confesiones

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Las horas de sol estaban a punto de terminarse. Un momento perfecto para un nuevo comienzo…

La silueta de un hombre alto y esbelto invadía la visión de un pueblo pequeño, pero bonito. El mismo pueblo donde el día anterior habían estado Jack Escarcha y la Dama de Fuego. Con una sonrisa en los labios, se agachó para coger un puñado de nieve. El polvo blanco y frío se deshizo en sus manos al instante. En realidad, toda la nieve se estaba deshaciendo. Y con la oscuridad de la noche, ninguna luz aparecía para alejar las pesadillas…

La silueta miró hacia atrás a una bruma oscura como la noche, y sonrió. Las pesadillas ya empezaban a invadir a los niños, y la oscuridad atemorizaba a los más valientes. La nieve en los tejados se deshacía, y los niños habían dejado de jugar en las calles para volver a casa, cansados de mojarse con la inexistente nieve.

― Perfecto… ―dijo su malvada voz hacia el pueblo.

Las sombras pasaron por su lado y empezaron a invadir todo el pueblo. Un lugar pequeño que sería el principio de un mundo sumido en las sombras. Sin nadie que diera un poco de luz para asustar a la oscuridad. Ni nadie que pudiera administrar algo de alegría sobra el miedo…

Jack había aceptado, a regañadientes, ir montado encima del Conejito de Pascua para llegar antes. Hada volaba junto con las demás haditas, excepto la pequeña hadita que Jack llevaba escondida en el interior de su sudadera. Al parecer, ahora más calentita.

― ¡Por allí! ―gritó señalando hacia el claro.

Llevaban barios minutos corriendo sin parar, guiados por Jack. Y aunque Hada parecía tranquila, y Bunny y Norte algo resignados, Jack no había parado de protestar. Las manos apretaban fuertemente a Bunny, que empezaba a dolerle la espalda, y su mirada estaba fija hacia el siguiente movimiento. Si no llegaban a tiempo…

Jack sacudió por quinta vez la cabeza, no podía pensar así. Mérida estaría bien…

― Tienes que estarlo… ―murmuró para sí.

Unos instantes después, el claro apareció ante sus ojos. Jack introdujo la mano en el bolsillo y sacó a la pequeña hadita.

― Tienes que ir con las demás… ―la pequeña hadita se negó a obedecer, sin embargo, Jack insistió―. No puedes venir conmigo, no me perdonaría que te pasara algo por mi culpa. No me voy para siempre, ¿vale?

La pequeña hadita asintió resignada y dándole un pequeño abrazo se marchó junto con las demás haditas. Jack volvió la vista al frente en cuanto comprobó que la hadita estaba a salvo. Algunas llamas habían empezado a quemar los alrededores, y al verlo, Jack se bajó rápidamente de Bunny y corrió hacia donde sabía que encontraría a Mérida.

La joven estaba delante del lago, el cual ya no estaba helado. El calor que desprendía había derretido todo a su alrededor. Su cabello parecía una llama de fuego, exactamente igual que la hoguera que habían presenciado la noche anterior. Su piel estaba roja, como si de un hierro ardiente se tratase. Toda ella era una llama de fuego.

Detrás de ella, pudo ver como avanzaba un pie dispuesta a tirarse al lago.

― ¡No lo hagas! ―gritó Jack detrás de ella. Mérida se quedó quieta, sin embargo, no se volvió. Parecía estar pensándolo seriamente si darse la vuelta o ignorarle―. Mérida…

― Vete. ―dijo cortante―. No es asunto tuyo. Es mi fuego, soy yo quien tiene que vencerlo.

Jack se acercó más a pesar de las llamas. El calor empezaba a chamuscarle la ropa y a quemarle los pies, sin embargo, se negó a ceder.

― Es mi poder el que llevas dentro. ¡Por supuesto que es asunto mío! ―dijo con firmeza.

― Lamento haberte quitado tu don… Pero al menos sigues vivo… Esto ha sido culpa mía… No quiero que carguéis con esto.

Brave y Los Guardianes; La llama que deshace el hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora