Prologo:

2.3K 197 37
                                    

¿De qué están hechos los sueños? ¿Y la esperanza? Pero sobre todo, ¿De qué está hecho el amor?

Hay ocasiones que el destino puede darte las respuestas que necesitas. Otras veces, no podrás saberlas nunca. Y como me ocurrió una vez, en algunos casos, muy pocos, te ves irremediablemente atraído hacia ellas…

Sueños, esperanzas…. Y aquello que nunca entendí, amor. Sin embargo, para contar esta historia, antes tengo que contar mi final. Porque hay ocasiones que el final… puede ser solo el principio.

Y para ganar un final feliz, antes tienes que perder. Aunque sea perderlo absolutamente todo…

Soy Mérida, y aquí es donde termina y empieza mi historia.

Todo empezó una noche de invierno. Habían pasado un par de años desde que mi madre se convirtió en oso por mi culpa, y desde que ambas volvimos a ser más que madre e hija. Volvimos a ser amigas.

Los trillizos, Harris, Hubert y Hamish habían crecido mucho en estos dos años, y yo también. Sin embargo, aunque mi madre había comentado algo acerca de mi futura boda, que debía escoger o, al menos intentar, encontrar un futuro marido, yo no quería enamorarme. No creía en el amor, y seguía encontrándolo agobiante. Yo quería ser libre. ¿Cómo serlo si te casabas con alguien?

Así que, había decidido posponerlo indefinidamente.

Esa noche, los trillizos habían venido a mi cuarto aterrados por las pesadillas. Aunque eran unos verdaderos pillines, las tormentas de invierno, el frio y la oscuridad de la noche, les daba miedo como a cualquier otro niño. Y la verdad, si tengo que ser totalmente sincera, yo también me incluía en ese grupo. Ataviada con una manta y con los trillizos siguiéndome, regresamos al cuarto y los acosté en la cama. Con una sonrisa le di un beso a cada uno y dejé una vela al lado de la cama.

― ¡No te vayas! ―dijeron a la vez cogiéndome de las mangas del vestido. Yo sonreí con ternura y volví a acostarlos con paciencia.

― Me quedaré hasta que os durmáis. ―dije dulcemente.

― Tenemos miedo… ―dijo Harris con las manos en los ojos intentando ocultarse de la tormenta.

― Pues, no tenéis porque tener miedo. ―Y como si el tiempo fuese en mi contra, un relámpago iluminó toda la habitación provocando que los trillizos se escondieran debajo de las mantas.

Emitiendo un suspiro cansado, bajé las sabanas hasta sus barbillas y los acosté en la cama de nuevo. Me acerqué con cuidado y me puse justo al lado de los tres.

― ¿Queréis que os cuente un secreto?  ―dije con voz misteriosa. Los trillizos se miraron y luego me miraron a mí asintiendo velozmente con las cabezas―. Hay algo muy poderoso a lo que la oscuridad le teme más que a nada.

― ¿El qué? ―dijeron los tres ilusionados. Yo miré hacia el techo fingiendo pensar si contarles o no.

― No sé… no sé… Es un secreto muy bien guardado… Tal vez no deba decirlo…

― ¡Sí! ¡Sí debes! ―dijeron saltando encima de la cama. Yo sonreí y les miré a los tres.

― Muy bien, pero tenéis que guardar el secreto. ―dije acercándome como si lo que fuese a rebelar fuera muy importante―. Lo que más teme la oscuridad es… la luz. 

― ¿La luz? ―dijeron extrañados.

― Sí, la luz. Cuando hay luz, ¿veis la oscuridad? ―los tres se miraron y volvieron a mirarme mientras negaban con la cabeza, como si en cada respuesta tuviesen que contar con el soporte de los demás para contestar―. Eso es porque le tiene miedo. Aunque sea un poco de luz. Solo una llamita de nada. La oscuridad desaparece.

― ¿Y cómo lo hacemos? Si es de noche, está oscuro. ―dijo Hamish con la manta tapándole la nariz.

― Pero siempre hay un modo de encontrar luz. Recordad, solo con un poquito de luz, la oscuridad desaparece. ―dije dulcemente cogiendo la vela de la mesita.

― ¿Sirve una vela? ―dijo Hubert sonriendo. Yo sonreí y volví a dejar la vela en la mesita de noche, haciendo que esta iluminara toda la habitación.

― Exacto. ―luego les arropé y los tres cerraron los ojos dispuestos a dormir―. La vela os protegerá del frio y la oscuridad…

Y sin más me fui dejando a los pequeños dormiditos en sus camas…

Sin embargo… la cosa no termina ahí. La luz puede protegerte de la oscuridad, pero lo que había causado la luz; el fuego, es peligroso. Y en ocasiones peor que la mismísima oscuridad…

El fuego invadía toda la casa con sus llamas. La pequeña vela que había espantado las pesadillas de los trillizos había iniciado un incendio. Asustada y firmemente culpable, me dirigí a la habitación de los niños. Mi madre, la reina Elinor, quiso detenerme, pero le dije que tenía que salir con los demás sirvientes del reino. Mi padre había quedado fuera del castillo cuando las llamas se habían iniciado, y aunque intentaba entrar con todo su empeño, no lo lograba. Yo era la única esperanza de los trillizos.

Fui corriendo para rescatarles, las llamas lo envolvían todo con su ardiente fuego. Salté algún tronco llameante y les encontré escondidos en un rincón de la habitación. Cogí a los tres pequeños y me dispuse a irme, pero…

Las llamas me impedían salir de la habitación. Solo había un modo de escapar. La ventana. Sin embargo, yo no cabía por ella. Decidida a no dejarles morir, cogí las sabanas y las até fuertemente con un nudo irrompible que me había enseñado papa. Las tiré por la ventana y sujeté el extremo en uno de los barrotes de la cama.

― Tenéis que salir por aquí. Cogeros bien y deslizaros como sabéis. No miréis atrás. ―dije instándoles a salir por la ventana.

― Pero… ¿tú como vas a salir? ―preguntó Harris. Yo sonreí con ternura.

― Por la puerta, pero no puedo salir si vais conmigo. Tenéis que salir por la ventana para que pueda ir por la puerta sin cargaros a vosotros, ¿vale? ― ellos asintieron con la cabeza y sonrieron convencidos.

Uno por uno, los tres bajaron por la cuerda improvisada que había hecho y descendieron hasta el suelo.

― Os quiero mucho, niños… ―murmuré hacia la fría noche.

Luego miré hacia las llamas. Todo estaba quemándose. Había mentido, no podía salir por la puerta. No podía salir.

Di un paso hacia las llamas intentando encontrar algún hueco, sin embargo, antes de que pudiera intentar algo, el suelo cedió ante mi peso y caí hacia abajo entre las llamas y la madera de la casa.

Lo último que vi antes de que la oscuridad lo invadiera todo, fue la luz de la luna entrando por la ventana, una ventana rota por las llamas.

Luego… todo en lo que había creído, donde había crecido y lo que era, desapareció… Para siempre…

Brave y Los Guardianes; La llama que deshace el hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora