Epílogo;

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Después de cuatro o cinco siglos, siglo arriba siglo abajo, de vida por fin podía responder a mis preguntas. Sé que los sueños están hechos de arena, una arena mágica que es creada por el Creador de sueños, Sandy. Sé que la esperanza es una pequeña luz, tal vez comprendí demasiado tarde que yo podía convertirme en esperanza, o tal vez lo era Jack. Pero sobre todo comprendí de qué estaba hecho el amor...

Los guardianes habían vuelto a su habitual rutina. Después del enfrentamiento con Sombra, los niños dejaron de tener miedo y se ilusionaron con la navidad que estaba próxima. Norte, que había descuidado bastante los arreglos de los regalos y los preparativos para el día de navidad, estaba a desbordar de trabajo, que curiosamente fue ayudado por los guardianes y otros seres como Halloween, los duendecitos del día de los inocentes e incluso Vejez. Los demás guardianes estallaron en carcajadas cuando Halloween le hizo prometer a Norte que a cambio la ayudaría a ella con los trucos de Halloween.

Sandy y el Hada de los dientes, por otro lado, iban y venían del polo norte para repartir sueños y recoger dientes de los niños. Sin dejar a ninguno sin la ilusión de una moneda o la felicidad de un buen sueño.

― ¿Ha visto alguien a Jack? ―preguntó el conejo de pascua mientras envolvía un regalo rojo.

El hada de los dientes dejó de coser un peluche, a la vez que lo hacían millones de peluches más a manos de las pequeñas hadas, y miró a Bunny.

― ¿Ahora lo echas de menos? ―dijo con una sonrisa. Bunny frunció el ceño.

― No exageres, Hada. ―dijo a la vez que se quitaba de encima a uno de los duendecitos del día de los inocentes que se había aferrado a su oreja―. Pero desde que Mérida le acompaña, no le vemos el pelo.

― Al menos está trabajando, no como otros. ―dijo Norte revisando una larga lista. Halloween, de vez en cuando, con el pincel negro en la mano le iba tachando algún que otro nombre. Cosa que molestaba mucho a Norte.

― No es mi culpa. ―dijo quitándose otro duendecito, esta vez del pie―. ¿Quién les dijo a estos que nos ayudaran? ―preguntó desquiciado.

Hada empezó a reír sin poder evitarlo.

― ¡Fuiste tú! ―luego los duendecitos se pusieron todos a pelotón y miraron a Bunny con ojitos de cordero degollado.

Bunny intentó no mirarles, pero al final desistió.

― No he dicho nada… ―dijo intentando envolver otro paquete con un montón de duendecitos encima―. ¡Pero Jack me las va a pagar! ¡Tendría que estar aquí envolviendo regalos!

― Déjale, está enamorado… ―dijo Hada con voz soñadora.

No lejos de allí, mientras el sol desaparecía detrás de una montaña, un grupo de niños se disponían a ir hacia sus casas.

― ¿Estás seguro de esto? ―dijo una voz desde lo alto de un tejado.

― ¿Tienes miedo? ―dijo otra voz a su lado.

― No es miedo… es… otra cosa… ―la mano helada de Jack Escarcha tomó la cálida de la Dama de fuego.

― Todo irá bien. Estoy contigo, ¿recuerdas? ―ella le miró a los ojos y asintió con la cabeza―. Bien, pues allá vamos.

Pero Mérida se detuvo cuando él empezó a bajar, deteniéndole por la manga de la sudadera.

― ¿Y si no les parezco… divertida?  ―dijo haciendo una mueca.

― Es de noche, y eres encantadora en la oscuridad. Les gustaras. ―dijo convencido.

Brave y Los Guardianes; La llama que deshace el hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora