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En una de esas noches en vela me pregunté,  por decimoquinta vez, por qué había tal belleza en los nudillos con marcas de guerra, qué tenían que fuese tan atractivo, pero, preguntando aún más hondo, qué era ese alivio que sentía cada vez que golpeaba con ira y frustración esa pared, ese ser inanimado, qué había en ese dolor que se conducía desde mis nudillos ensangrentados hasta el interior de mi vacío ser.

Esos ratos de mirar al vacío, al blanco techo, y plantearse cosas, como la extraña belleza que encontraba, no sólo en los nudillos, sino también en las clavículas,  por que parecían ser lo más sugerente en la persona que observaba, qué tenían esos huesos que con un solo movimiento podían despertar todo tipo de pensamientos.
Había, de hecho, una sensualidad indudable en ellos para mi.

Durante esas charlas conmigo mismo, ya que estaba preguntón cual niño pequeño,  pensé,  y pensé,  una vez más, que había en esas venas que pasaban por mi muñeca izquierda que me tenían embelesado, por que cada vez que enviaba mi mente al espacio, acababa mirando esas líneas,  repasandolas con, unas veces objetos punzantes, y otras con un simple bolígrafo de tinta aleatoria, como buscando ellas, las respuestas de la vida, la muerte, y mi propia existencia.

Oda a mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora