Ese sentimiento antes de hacer nada, esos momentos en los que contemplas cómo será tu vida tras el primer asalto, ¿será mejor? ¿peor? ¿será esto un vicio?
Pero, tras el primer golpe, sientes la emoción del descubrimiento.
Ansias un segundo, y casi lo haces en instantáneo, das de nuevo, con más énfasis, y al tercero, con menos miedo.
Poco a poco sientes el dolor, el dolor que antes sólo sentías de vez en cuando por dentro, pero, al menos ya sientes algo, ¿no?
¿no era ese tu objetivo? ¿sentir?
Y sigues, sigues hasta que no puedes, hasta que tu te detienes, o no paras hasta que ya la razón pierdes.
Antes o después piensas que la gente va a verte los puños, ¿qué van a pensar? ¿peleas?
No, te pasa a dar igual muy rápido, es tu nueva droga, tu nueva salida, e inconscientemente sabes que de esta salida si que no hay escapatoria.
Te vuelves adicto, apretas los puños antes todo, buscas el momento a solas, donde la pared se vuelve tu, porque total, a quien haces daño, es a ti mismo.
Ahora no sabrás reaccionar de otra manera, la rabia te pedira a grito pelado que te encares al primer bloque de ladrillos o cemento que encuentres.
Y lo peor está por llegar, no puedes parar, es lo tuyo, es tu manera, es tu autodestrucción, es parte de tu historia, es tu única escapatoria, el dolor y las heridas no importan, al final del día, solo seras un vacío buscando emociones en lo inanimado, buscando romperte los puños, anhelando acabar algún día magullado pero muerto.
Empieza con la duda, se alimenta de la falta de miedo.
No tienes que perder, solo quieres quedar fuera de juego, acabas perdido en un abismo, con sangre en los nudillos, sediento de dolor, tratando de encontrar la salida al tormento.
Pobre, te entiendo, hay algo tan bonito en los puños con marcas de guerra, que no parece tan terrible como guardar todo en silencio.
