Susceptible mente, cuál niño pequeño, manejable, limpiando el polvo, echando el tentador vistazo a esas imágenes que sólo querías reprimir.
¿Tan triste estás? Oh, pobre de ti, mi débil y dulce niño.
Alma antigua de pocos amigos, solitaria esponja. Crees saber lo que quieres. Pero no sabes ni que no quieres.
Joven sin futuro, tu carretera se dispone peligrosa, repleta de curvas, y dudas con la propia personalidad.
¿Por qué lloras? Oh, mi ser sensible, mi contenedor de pura tristeza, ojitos inundados, puños cerrados de rabia e ira, mente en total barullo. Lleno, lleno de vacío.
Mi pobre criatura, todos los sentimientos te abandonan, y los únicos pensamientos que perduran te hacen el respirar una carga.
Joven inútil.
Siempre una decepción.
En lo cierto estoy, no sabes verte de otra manera. El grifo del dolor y la tristeza se te abren por completo con tan sólo echarte un vistazo a ti mismo.
Mi pequeño niño no tienes camino, no eres capaz de nada, tan masoquista, como te gusta atenerte al mismo clavo en llamas. Siempre igual, por más que lo creas, nunca cambias.
No conoces otra historia, no tienes otra visión.
Sólo eres inútil.
Sólo eres una decepción.
No tienes nada, sólo tu persistente y negada depresión.
Una mente repleta, la garganta anudada, la voz rota aun por estrenar.
Débil, maleable, nunca feliz, continuamente detestándote.
Miedica de corazón, resquicios de cristal y hielo, acorazado con la indiferencia, criatura inestable. Sin futuro, sin próximo paraje.
Controlar tus emociones es tu único merito, porque ni de respirar sabes si sentirte contento.
Mi pobre niño, atrapado en su continuo tormento.