Capítulo XX

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Abrió los ojos despacio, no solo la luz era molesta, los párpados le dolían, tal vez tenía algún ojo morado, tal vez los dos. Se reincorporó sobre la cama y observó la habitación, la conocía, era la suya, la habitación que Erza le había regalado en ausencia de sus padres.

La manta que cubría su cuerpo se deslizó dejándolo al descubierto, no pudo ver ningún fragmento de su piel pues estaba cubierta por vendas.

No ha sido un sueño ¿Eh?

La puerta se abrió asustando a la chica ya que nadie había tocado la puerta. No fue otra si no Erza quien abrió.

Estas despierta, que alegría —Ella se acercó y trató de poner su mano encima de Layla, pero esta no tardó en golpear su mano y alejarla.

No...—Murmuró.

En lo más hondo de pecho pudo concebir un sentimiento extraño, no quería que nadie más le pusiese la mano encima, jamás dejaría que alguien en quien no confiaba la tocase, eso se acabó, nadie más mancharía su piel.

Unos fuertes pasos se escuchaban a través del pasillo hasta que Raidon llegó a la puerta de la habitación.

¡Estas despierta! —La alegría podía notarse en su tono de voz, sin tan siquiera pensarlo se sentó en la cama y la envolvió entre sus brazos con mucho cuidado, intentando no hacerle daño en sus heridas.

Erza los miraba con una amable sonrisa, amaba la cara de esa niña cuando estaba feliz. Salió de la habitación dejándoles a solas, sabía muy bien que su hijo quería un momento a solas con la chica.

El chico cogió aquel mechón rebelde que era el flequillo de Layla y lo pasó tras su oreja dejándole una clara visión de ambos globos oculares de distintos colores. Pegó su frente a la de ella y sonrió al verla ahí, junto a él.

Siento a ver tardado tanto —Puso una mano sobre su mejilla y con su dedo pulgar acarició aquella parte morada. Sintió que aquello no era suficiente, un solo roce con las manos no era suficiente—. Perdóname —Murmuró antes de posar sus labios sobre las heridas de su cara.

Con cada roce Layla se sentía más avergonzada, especialmente porque interiormente no quería que se detuviese.

Si lo tenía a él no necesitaba nada más.

Layla miraba con una sonrisa aquella escena con Raidon. Sí, no podía negar que le gustaba esta parte de sus recuerdos, las noches eran duras, pero él siempre estaba allí, si ella gritaba él acudía sin pensarlo, más veloz y más rápido que nadie y solo él, su salvador, el hombre por el que daría la vida, podía tocarla sin su consentimiento.

La quinta noche le dijeron que por la mañana irían al gremio, la sacarían de casa y aquello la austaba, nunca había tenido miedo a salir a la calle, hasta aquel momento.

—¿Quieres que duerma contigo? —Raidon se sentó en el borde la cama, mirándola con preocupación, sabía que estuviese él o no ella tendría pesadillas esa noche.

—Rai...—Durante todo aquel tiempo se lo había estado preguntando, quería saber si aquel hombre recibió su merecido, si lucharon— Cuando viniste a salvarme... ¿Luchaste contra alguien?

Lo miró a los ojos intentando buscar a través de sus mentiras porque sabía que con su respuesta él querría protegerla, lo conocía demasiado bien.

—Luché contra varios magos...—Y ahí estaba aquella mirada inquieta que dejaba claro que estaba mintiendo.

Raidon no estaba herido, él entró a salvarla y no luchó contra nadie...prácticamente le dejaron entrar.

Atrapada en el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora