La noche blanca (parte I)

203 5 2
                                    

 La joven avanzaba despacio por aquel camino de tierra. Era alta, espigada y vestía de blanco, como correspondía en un evento como aquel al que asistía en la isla de Ibisha.

Tras casi media hora de camino, la taberna apareció por fin entre los árboles, como un espejismo de luces en el atardecer. La fiesta se encontraba en pleno apogeo y en la mayoría de asistentes que pululaban alrededor de la entrada se podían apreciar ciertos signos de esa felicidad que solo provoca la bebida. Yara se encaminó con aire resuelto hacia allí, aunque procurando que no se notara su habitual envaramiento militar, aprendido a lo largo de los años. A pesar de todo, seguía sintiéndose totalmente fuera de lugar.

"Recuerda por qué lo haces", se convenció por enésima vez antes de empujar la puerta del local.

* * *

Amaba la isla de Ibisha, tanto por su gente como por todas las celebraciones que año tras año los ciudadanos inventaban, con el objetivo de salir a las calles. Kaleb se encontraba apoyado en el fondo de la taberna, donde el tránsito de gente y la luz apenas llegaban. Un marinero de la isla le hablaba sobre algo que no le interesaba; quizás sobre la guerra, sobre política o sobre el nuevo continente que estaba en la boca de todos. Agradecía que los instrumentos sonasen estruendosamente, sin hacer esfuerzo en escucharle, y asentía cuando el marinero levantaba la voz, acariciando a su mascota, un pequeño drega: era un animal del norte de Olut, cerca de las montañas y las zonas húmedas. El tacto de su piel era parecido al de una serpiente, aunque los drega tenían cuatro patas y cabeza de iguana. Estaba apoyado en su cuello, moviendo la cola con indiferencia aunque preparado para las órdenes de su amo. Un sonido gutural cerca de su oído llamó la atención de Kaleb.

—Tranquilo Ivanich, en un rato tendremos algo entre manos —sonrió cortésmente al marinero que hablaba con él, aunque su vista estaba clavada en la sala, en busca de alguna incauto.

Conocía a parte de la clientela, aunque la gente de su alrededor no parecía interesarse en él. Cruzó los brazos y sintió cómo Ivanich descendía por su brazo, hasta acunarse en sus antebrazos. Debía escoger a alguien antes de que se hiciera demasiado tarde, de que las monedas cambiaran de dueño...

Y entonces la vio: era una joven de ojos verdes y pelo de color claro, o eso pudo diferenciar con la poca luz del local. Se despidió con dos palabras del marinero, que continuó hablando solo. Tenía buen olfato gracias a la experiencia y por ello supo que aquella chica, nueva en el local por su expresión de desconcierto, se despistaría entre tanta gente. Y si ella se despistaba, sus pertenencias también. Sintió cómo su mascota volvía enroscarse en su cuello.

—Vamos Ivanich, tenemos trabajo.

* * *

El interior del local, como suponía, estaba abarrotado de gente vestida de blanco que bailaba al son de una música pegadiza que no terminaba de agradar del todo a la joven espía. El ambiente festivo era poco de su agrado, en general y estuviera donde estuviese. Pero no había acudido precisamente por la jarana. Con los ojos entrecerrados para adaptar su visión a la penumbra y los labios ligeramente fruncidos en un gesto concentrado, la joven oteó sobre las cabezas de los asistentes hasta que, al cabo de un par de minutos, lo vio.

Era tal y como se lo habían descrito: alto, flaco, pálido y con el rostro picado por la viruela. Ojos grises y una cicatriz junto a la oreja derecha. Jeoff Lingnam, el Tahúr de las Islas. En aquel ambiente casi adolescente y despreocupado, su fiero aspecto destacaba como un faro en medio de la noche.

Con disimulo, mientras aparentaba caminar alrededor de los bailarines en dirección a la barra, la aguda vista periférica de la muchacha no perdía de vista la nuca de su objetivo. Así fue como comprobó que él también trataba de pasar desapercibido sin lograrlo del todo, haciendo eses como si realmente quisiera hacer ver que bailaba entre los inocentes que lo rodeaban y danzaban, a la vez que se dirigía hacia el oscuro fondo de la taberna.

Yara y Kaleb: las guerras de HaimürynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora