Zona sombría (Yara IV)

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El paso de Kaluk era poco menos que un angosto desfiladero situado al norte de la larga cordillera que actuaba casi como una frontera natural entre Olut y Vlinder. Sus altas y rugosas paredes de piedra grisácea aparecían casi como una continuación del cielo plomizo que amenazaba con descargar sobre sus cabezas en ese momento. Yara se mordió el labio mientras observaba con ojo crítico el sendero de tierra por el que avanzaba Mýa, su ihashi; similares a los caballos corrientes, estos habían evolucionado hacía miles de años hacia una rama filogenética con cuatro ojos en vez de dos, pezuñas hendidas y pelaje rayado o moteado, según el caso. Sus primos salvajes o ihaushe poseían atributos más similares al ambiente donde vivían, con tonalidades corporales entre los marrones, los verdes y los amarillos. Pero en el caso de la montura de la joven, procedente de la rama domesticada, se trataba de una joven hembra de cuatro años de piel rojiza oscura, como el tono de un buen vino tinto, salpicada de trazos blancos y plateados. Sus crines y el borlón de la cola eran de este último color. Sus pupilas brillaban en cuatro orbes de un tono fucsia oscuro que giraban nerviosamente en todas direcciones.

Cuando Yara notó que el animal caracoleaba ligeramente nervioso, dio un suave tirón a la rienda.

Kâ, Mýa. Kâ...

Fadir, que cabalgaba a su lado en un ejemplar de color azul marino, miró en su dirección pero no dijo nada. Yara mantuvo la vista al frente como si no se diese por aludida. Aquella misión era muy peligrosa y se desarrollaba en uno de los peores terrenos posibles, todos lo sabían; pero la muchacha solo rezaba porque todo saliese bien.

Cuando rodearon un risco en forma de oso, sin embargo, Yara ordenó detenerse a su pequeña comitiva alzando la mano derecha junto a su cabeza. Los ihashi se detuvieron en silencio a la mínima orden de sus jinetes, los cuales miraban a su alrededor con desconfianza.

–Este es el lugar –susurró Yara a Fadir y a Poru, su coronel más cercano, un hombre rubio de barba rizada y corta pero cabello largo hasta mitad de la espalda recogido con varios anillos de hierro–. Mantened posiciones hasta que aparezcan.

Mientras hablaba, hizo un discreto gesto con los dedos hacia Poru, que él le devolvió mientras se tocaba el penacho de plumas de basilisco con tres dedos. Ante cualquier vigilante, aquel movimiento hubiese resultado de lo más casual. Acto seguido, Yara miró ligeramente hacia las paredes que la rodeaban. Todo estaba en silencio, e incluso las entradas a las minas que salpicaban ambas laderas rocosas parecían desiertas. La joven apretó los labios. Habían buscado una zona neutral, el único reducto donde la paz aún imperaba entre los dos reinos por acuerdo tácito entre sus gobernantes; cada uno necesitaba el mineral para sus propios fines...

Pero había uno en concreto que ambos bandos ansiaban monopolizar con saña: el zelke. Una sustancia destinada a potenciar el daño de los proyectiles de armas de fuego. Yara hizo una mueca disgustada al pensar en ello: la propagación y popularización de las armas de fuego desde comienzos de la última centuria había obligado a todos los ejércitos a modernizarse, incluido al de Vlinder, que defendía la honorabilidad de mirar a los ojos al enemigo caído por tu misma mano. Todo aquel asunto había provocado acalorados debates durante décadas hasta que, finalmente, se había optado por permitir su uso bélico, pero no civil.

Los naraith, por otra parte, seguían considerando deshonroso llevar o utilizar ese tipo de instrumentos. Y Yara pretendía mantener esa promesa hasta su muerte.

El sonido de cascos unos metros más allá, tras un recodo montañoso, hizo ponerse en guardia a la pequeña comitiva vlinderi. Los olutienses habían llegado. A la cabeza de los mismos se erguía una figura militar vestida de color oscuro: un hombre de tez morena y cabellera oscura suelta hasta los hombros. Su barbilla estaba adornada por una pequeña perilla terminada en punta. Cuando llegaron a escasos cinco metros de distancia de los vlinderis, se detuvieron.

Yara y Kaleb: las guerras de HaimürynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora