Entre la espada y la pared (Kaleb IV)

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Se durmió en la cubierta, apoyado en un saco de arpillera y abrigado con una manta raída que uno de los marineros le había cedido por lástima. Fue Ivanich quién le despertó: su mascota había decidido volver de su viaje nocturno, durmiendo en su cuello y dejándole durante unos segundos sin aire.


             Se incorporó tosiendo, tirando a Ivanich a sus piernas y recibiendo un bufido del drega, quien se acomodó de nuevo en su hombro para dormitar. Kaleb, molesto por el despertar, se levantó con torpeza, sintiendo la ropa húmeda y un incómodo dolor en el cuello.


              Al acercarse a la barandilla comprobó que aún era temprano: los marineros habían amarrado el barco al gran puerto de la ciudad, comenzando a subir suministros y a conseguir viajeros que quisieran volver a Ibisha. Suspiró, resignado con su destino, preparado para los lugares y personas donde sus pies le llevasen.


            —¿Ya despierto? —escuchó decir a una mujer a su espalda. No se dio la vuelta, ya que ni siquiera podía girar el cuello. Contuvo una mueca de dolor al intentarlo.


           —Ivanne... —se giró lentamente, apoyando la espalda en la barandilla y sintiendo el entumecimiento de ésta—. Tengo que admitir que te he echado de menos esta noche.


              Ivanne lucía diferente: atrás quedaban las túnicas vaporosas y los colores claros, ya que ahora el cuero trabajado, el metal y telas rudas y oscuras la vestían. ¿Dónde se había metido? Aún así su pelo rubio, recogido en una hermosa trenza, daba vivacidad a todo el conjunto. La mujer puso los brazos en jarra, con una media sonrisa.


              —Tú lo que has echado de menos es dormir a cubierto, ¿Verdad? —Giró el cuello con burla, sabiendo que él no podía hacer eso—. Vaya viaje a caballo vas a pasar.


             Kaleb intentó asentir, sin conseguirlo: se acercó lentamente a ella, con los ojos ligeramente entrecerrados, sin decir nada. Ivanne dejó que el joven la agarrara de la cintura, siguiendo su juego. Se cruzó de brazos, observando.


             —Pero compartimos caballo, ¿No? —preguntó Kaleb con voz melosa. Por todos los dioses, antes prefería dormir tirado en un puente a ir andando a cualquier lugar...


          Ivanne, para su alivio, asintió: pasó las manos por el pelo castaño de Kaleb, el cual se estaba aclarando por culpa del sol. Sintió cómo su cuello se resentía, aunque aguantó la muestra de cariño de la mujer.


           —¿Me acompañas a desayunar? —preguntó Ivanne, separándose de él con agilidad y alejándose. Kaleb observó su contoneo con interés, aunque tuvo que levantar la mirada cuando se dio la vuelta—. Pretendo bajar a Myah.


          —¿Y tus compañeras? —Kaleb levantó el brazo para acariciar a Ivanovich; su mascota dormía sin ningún interés en su alrededor.


             Ivanne frunció los labios, negando con la cabeza. Los ojos claros de la muchacha se perdían en el horizonte de casas bajas de Myah.

Yara y Kaleb: las guerras de HaimürynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora