Rumbos Nuevos (Yara III)

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El Gran Capitán Silika no despegó los labios hasta que Yara no terminó de exponer todo lo sucedido. Durante unos segundos, el militar de mayor rango observó a la joven y esta mantuvo la vista clavada en la madera que tenía frente a ella, enhiesta la espalda como si tuviese un palo pegado a la misma. Al cabo de ese tiempo, Silika Clàr suspiró profundamente y meneó la cabeza.

–Me has decepcionado, general –manifestó sin alzar en exceso la voz, en tono neutral. Yara se tensó, pero no abrió la boca. Simplemente, levantó la barbilla ligeramente hacia él. Aquellas cuatro palabras eran lo que siempre había temido, lo que constantemente trataba de evitar. Pero su padre no había terminado–. Por un miserable, ladrón, Yara... –la joven tragó saliva–. ¿Es que no te he enseñado nada durante todos estos años? –suspiró de nuevo–. Francamente, creía que los naraith entrenaban mejor a sus alumnos en el arte del espionaje...

La muchacha apretó los puños bajo la mesa hasta casi hacerse sangre en las palmas. Era cierto, los naraith entrenaban a sus pupilos, entre otras, en tres disciplinas bélicas esenciales: espionaje, batalla y combate cuerpo a cuerpo. La pequeña Yara, creyendo ciegamente en los conceptos de honestidad y justicia que se impartían a través del Mei'n We, "el camino de Mei", siempre había considerado que la primera de ellas constituía una deshonra al no suponer una acción a cara descubierta. Pero el adoctrinamiento que conducía a todos los aprendices a ser la élite que protegería Vlinder de sus enemigos mitigaba generalmente esa sensación amarga. Aun así, nunca había sido su asignatura favorita.

–Y así es, Gran Capitán –repuso Yara en cuanto vio que él dejaba su frase en suspenso–. Pero merecía ser castigado: sustrajo el medio que necesitaba para completar mi misión...

–...y no es algo que puedas permitir –completó su padre con cansancio, interrumpiéndola sin brusquedad–. General, sé la aversión que te provocan ciertos sectores de la sociedad y créeme que comparto tu desprecio... Pero estamos en guerra –le recordó– y no podemos permitirnos esta clase de errores.

–Lo sé, Gran Capitán –admitió Yara, agachando de nuevo las orejas en actitud contrita–. De hecho, cuando entré de nuevo en la taberna quise cambiar de táctica, pero Lingnam ya había desaparecido y ni siquiera el hecho de enviar después a Drazz y Makke a registrar la posada sirvió para nada –la joven apretó los dientes antes de murmurar para sí–. Claro que no me sorprende...

–Basta, general –la cortó su padre con cierta rudeza que sorprendió a la muchacha, haciéndola alzar la vista ligeramente. El Gran Capitán, por su parte, comenzó a pasear en actitud pensativa tras la hilera de sillas que flanqueaba la mesa en el lado opuesto al de Yara. Esta esperó pacientemente a que volviese a abrir la boca, cosa que no tardó en suceder–. Sé bien que no te agrada trabajar con mercenarios, hija mía –el hombre suavizó ligeramente el tono, transformándolo casi en un discurso paternal–. Al menos, no optaste por volver tú...

Yara se encogió en el asiento como si le hubiesen propinado una patada en el estómago. Puesto que, en el fondo, eso era precisamente lo que hubiese deseado hacer. Lo que su conciencia le pedía a gritos que hiciese. Pero claro, su padre y sus convicciones militares se negaban a permitir que su preciada hija quedase desprotegida, prefiriendo escudarla tras un par de matones a sueldo satkianos. Por supuesto, nadie en Vlinder osaría poner su reputación en entredicho aceptando ese tipo de trabajos; siempre era mejor irse a la frontera oriental. Pero nada de eso traspuso la firme barrera de sus labios apretados o sus más íntimos pensamientos. Ya habían discutido alguna vez, como padre e hija y en situaciones más distendidas, sobre la conveniencia o no de aquel tipo de medidas; pero cuando la jerarquía militar se imponía, Yara sabía que no había nada que hacer.

Yara y Kaleb: las guerras de HaimürynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora