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—Verónica— susurró Félix para sí mismo. —¡VERÓNICA!— gritaba corriendo hacia ella, lágrimas brotaban de sus ojos cristalinos que observaban la silueta femenina de la chica a lo lejos. Cada vez se acercaba más, pero vio una flecha apuntando hacia él. —¿Verónica?— cuestionó desconcertado, clavando su mirada en el filo metálico de la flecha que apuntaba a su cabeza.
—¿quién es Verónica?— afirmó la chica en un tono frío, cubriendo su mirada sombría que solía estar llena de luz. Su puño se cerraba cada vez con más fuerza sobre su arco, sabía cuál era el blanco y sentía la adrenalina de tenerlo frente a ella, mientras que el chico sentía como alguien que era hasta ahora sus ser más cercano se desvanecía en la amnesia para convertirse en alguien desconocido, o peor; una amenaza.

¿Quién es Félix? ¿Quién es Verónica? Comencemos por el principio, comencemos por el nacimiento del Apocalipsis.

Partamos de la imagen de una casa, suficientemente grande para una pareja que se da bastantes lujos; Gregory Zeldom, un hombre alto, robusto, con una enorme barba marrón y ojos vino tinto. El guerrero más honorable que Lycriself haya podido tener, salvador del rey en innumerables ocaciones y dueño del corazón de La Bella Lina; mujer virtuosa que no necesitaba estatus, pues tenía una belleza fuera de lo terrenal. Algunos afirmaban que era una ninfa, pero era simplemente la hija del molinero, que tuvo la suerte de atrapar el corazón de un guerrero influyente gracias a su albina cabellera y sus ojos verdes.

El matrimonio era admirable, pero no daré muchos detalles al respecto. Nuestro relato en verdad inicia con el nacimiento de un bebé; Lacriel Kening, hijo biológico de Gregory y Bella Lina Zeldom. Sus apellidos no concuerdan, buena observación. Te contaré la historia en este capítulo.

—Vamos, ¡puja!— gritaba la partera al observar con detenimiento la cabeza de la criatura a punto de nacer. Era un momento de tensión, como en cualquier parto. La Bella Lina sufría el dolor de generar vida, gotas de sudor se deslizaban por su frágil rostro de porcelana, pero Lina era fuerte, una característica sin duda encantadora a los ojos de Gregory, quien sostenía su mano para ayudarla a librar la batalla, porque sin duda así se sentía.
—ya está saliendo— afirmó de nuevo la partera. —felicidades, es un varón—
La felicidad de Gregory y Lina se expresó a pesar del sufrimiento que esta había sentido, en una sonrisa de alivio y euforia.
Es un varón sin duda hermoso, un primogénito digno, con la albina cabellera de su madre y los ojos vino tinto de su padre. Representaba la pureza y la inocencia encarnadas en un ser humano. Pero en ese momento no todo fue felicidad.

—¿necesitaba hablar conmigo, majestad?— preguntó Gregory a merced de su rey, inclinado frente al trono dorado del mismo, que se hallaba en el castillo real, reconocido y recordado por sus proporciones titánicas.
—así es Gregory— respondió el rey. La desgarradora noticia que iba a darle en ese momento no se compara con cualquier dolor que el soldado pudo haber sentido en el campo de batalla.

La reina, amada esposa del rey, era estéril. El rey gobernaba Lycriself, el centro del universo. No había rey más sabio y justo que el que estaba sentado frente a Gregory en ese momento, por lo tanto no cualquiera podía tomar el trono cuando él muriese, tenía que ser tan sabio y justo como él. Sé lo que piensas, ¿por qué Gregory no toma el trono? Es como un hermano para el rey y parece ser un buen hombre; lamento decirte que no. Gregory ya era muy viejo como para aprender y dominar el arte de gobernar. Lo que el rey le pedía a Gregory era que le entregara su primogénito, el niño que acababa de nacer. El rey lo criaría y sería un fantástico y hermoso gobernante.

El futuro del universo
El futuro de su hijo
El futuro de todo lo que conocía
El futuro...

Gregory aceptó.

Ahora se arrepiente.

—atrás, adelante, atrás, adelante, ¡ya lo está manejando majestad! La postura es lo más importante en el esgrima. Muy bien, tome un descanso— Lacriel ya era bastante maduro para tener siete años, tal vez debido a su sofocante soledad. Se sentó en un taburete mirando hacia la ventana, se deleitaba observando las hojas otoñales caer una por una formando un paisaje rojizo al rededor de un árbol que pronto se quedaría desnudo. Para Lacriel parecía una escena sangrienta que sucedía lenta y paulatinamente; el árbol perdía sus extremidades, las cuales se tornaban rojas como la sangre y se regaban a su alrededor, dándole un aspecto seco y mortuorio al árbol.
—Interesante— pensó.

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