VIII

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Y allí se encontraba Félix. Observaba las estrellas y las contaba; sabía que esto era inútil, pero el insomnio era un parásito que se lo comía vivo, y solo le quedaba contar estrellas. Sentía una brisa nocturna jugar con su cabello y retirarlo de su rostro, dejando a la luna ver la mortal belleza de su ojo azul; más brillante que el astro plateado que adornaba el cielo aterciopelado. Cuando de repente una voz lo sacó de sus pensamientos.
—¿Estás bien Félix?— le preguntó.
—Solo tengo insomnio— recibió Verónica en respuesta.
—No, tú... Estás llorando— exclamó.
—No sé de qué hablas. No estoy llorando preciosa, ahora ve a dormir— decía Félix.
—Félix... Tu rostro está empapado. Puedes confiar en mí— decía ella tratando de ayudarlo. De sus ojos brotaban lágrimas y más lágrimas, gotas enormes y cristalinas, dejando estelas de sal por donde pasaban. Sin embargo Félix no sollozaba e insistía en negar su llanto.
—Iré un momento al lago... Me lavaré el rostro. Espera aquí belleza— decía con sumo descaro. Pero ella lo permitió.

Félix se miró en el reflejo del agua.
—Jamás serás suficiente... Escoria— se decía a sí mismo con desprecio —Por más que intente ocultarlo no funciona...— pero alguien lo escuchaba, y no pudo evitar salir de los arbustos y observarlo con ojos brillantes y enternecidos.
—Tú no eres escoria Félix, y tu ojo no te hace un monstruo— le decía una chica con cabellos azules mentolados y ojos marinos. Lázuli lo había encontrado; y lo encontró en una guerra consigo mismo, igual que años atrás, cuando Félix era un simple niño pretendiendo ser quien no era, tratando de ocultar su ser tras una máscara.
—Lázuli...— decía con un hilo de voz. No podía creerlo, Lázuli estaba allí, sentada junto a él después de estar tanto tiempo perdida.
—Te extrañé, Félix— dijo Lázuli con especial dulzura. Félix se lanzó a sus brazos, sollozando; se dejó derretir en el cálido abrazo de la chica como si de un abrazo maternal se tratara. Con un abrazo se cicatrizaban las heridas de su alma y sus problemas desaparecían por un instante.
—Lázuli... No te vayas de nuevo...— le decía Félix, no paraba de llorar. Su corazón se desvanecía.
—No has sido tú mismo últimamente, ¿no es así?— le preguntó Lázuli
—No...— exclamó el chico.
—Eso pensé... ¿Es por Verónica?— al oír esto, Félix miro a Lázuli con sorpresa
—¿Cómo sabes de Verónica?— exclamó el joven atormentado.
—Solo respóndeme Félix. ¿Qué es lo que realmente sucede?— insistió Lázuli.
—Ellas regresaron...— respondió Félix. Lázuli sabía de qué hablaba, y sabía que no se trataba de nada bueno. Besó la frente de Félix y acarició su cabello, también secó sus lágrimas y lo miró a los ojos.
—Tú puedes ver y sentir lo que otros no pueden. Debes mantenerte estable, o esto puede salirse de control... Pero tú eres fuerte Félix, y valiente. Así que deja de llorar y ponte de pie, porque hay un destino esperándote— le dijo Lázuli extendiéndole una mano con una sonrisa. Félix la tomó y cubrió de nuevo su ojo. Entró a la cueva y vio a Verónica, dormida en el suelo. La despertó con suavidad y le sonrió.
—Verónica— le dijo —quiero que conozcas a alguien—.

LycriselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora