Capítulo 2

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El capítulo anterior se desarrolló hacer unos años, Ichimatsu creció y prácticamente tiene ahora la misma edad que el padre Karamatsu ya que los demonios crecen más rápido que la gente normal, y eso es lo que le pasó a ese muchacho.
Había empezado a haber problemas en el inframundo con un Satan. Creo que ya es hora de explicar esto. Antiguamente si existía un solo Satanás, pero por la fuerza de "Dios" este murió, y mejor dicho, se dividió en siete partes ¿adivinan que partes? Los siete pecados capitales, ni más ni menos. Estos siete reinan las siete partes que forman el Inframundo. Y en este momento, había problemas con uno, el del orgullo, también llamado Tougou. Este Satan estaba intentando conseguir todo el poder del inframundo para poder salir de ahí abajo, y el Satanás de la Lujuria, Osomatsu, había salido para avisar a la iglesia del padre Karamatsu.

-¡Karamatsu!.-gritó Osomatsu entrando de golpe en la iglesia, sintiendo como todos sus poderes se debilitaban.

-¿Qué haces aquí Satan?.-pero él que le respondió no fue Karamatsu, fue Ichimatsu, y estaba apuntando a Osomatsu con una pistola.

Dije que habían balas especiales para matar demonios, y esas se dan solo a las iglesias.

-No me apuntes con esa cosa.-dijo el demonio levantando las manos.-Vengo a avisar de algo.

-¿De qué?.-ahora si había aparecido el padre Karamatsu.

-El Satan del Orgullo esta intentando... ¿Por qué tienes las manos en la espalda?.-preguntó fijándose en ese pequeño detalle.

Karamatsu tenía detrás suya un espejo, un espejo que una vez se utilizó para encerrar a un demonio, si lo hizo una vez, lo hará dos veces.
La hermana Ichimatsu seguía apuntando con su pistola a la Lujuria.

-¡No vengo como si fuera una broma!.-gritó Osomatsu intentando que le escucharan.

Pero fue en vano, el padre Karamatsu enseñó el espejo y tras recitar ciertas palabras en latín, una gran fuerza empezó a salir del espejo, para que aquel demonio entrara.

-¡No sabéis lo que estáis haciendo!.-gritó el Satanás intentando no entrar.

Pero mientras que en aquel lugar sus poderes se debilitaban y que aquel espejo era tan poderoso, Osomatsu entró en aquel espejo.

-Felicidades padre, lo ha conseguido.-dijo la hermana Ichimatsu felicitando al padre.

El cura miró el espejo y tras pensarlo, decidió esconderlo en su habitación.
La hermana Ichimatsu le siguió a su habitación mientras se topaban con más hermanas, pero estas no les decían nada.
Mientras tanto en otro lugar, en el cielo/paraíso para ser exactos, "Dios" le había explicado la situación al pequeño angelito de Jyushimatsu.

-¡Choromatsu!.-gritó el ángel volando hacia su amigo.

-¿Qué pasa Jyushi?.-preguntó el dios girandose para verle.

El pequeño le explicó toda la situación a su amigo, causando una gran preocupación.

-Pero no se lo digas a nadie.-dijo el angelito sin quitar esa sonrisa suya de la cara.

-¿Por qué?.-preguntó Choromatsu.

-Porque el jefe me dijo que no se lo dijera a nadie.

-¡Pero me lo has dicho a mi! ¿No sabes lo que puede pasar si le desobedeces?.-preguntó algo enfadado el dios, pero era más preocupación que enfado.

-Sentía que debía decírtelo.-dijo con su sonrisa, pero se notó algo más triste de lo normal.

-Jyushi....-susurró el mandado.

De repente se escuchó una voz, una voz que todo lugar aquel conocía, era la voz del jefe, también conocido como "Dios" para la gente normal.
Su voz era profunda y mientras que normalmente cuando hablaba era para algo bueno, esta vez no era para eso, ya que había mandado a Jyushimatsu al mundo humano por desobedecer. El suelo en el que estaba se abrió y este cayó.

-¡Jyushimatsu!.-gritó Choromatsu al ver a su amigo caer, pero sabía que no podía hacer nada para ayudarle.

Las alas de Jyushimatsu no funcionaban si no estaba en aquel lugar, y acababa de ser desterrado.
Choromatsu se quedó mirando aquel agujero hasta que se cerró y con determinación bajó a tierra humana para hablar con aquel demonio tan pesado.
Llegó al charco donde siempre aparecía.
Pero esta vez fue más extraño.
Esta vez no apareció.
Aunque le llamara, aunque tirara piedras al chancho, él no aparecía, lo que le causó más preocupación al dios.

Mientras, en la casa de aquel brujo a quien habíamos dejado tan de lado, las llamas se habían encendido con más fuerza que nunca y brillaban más que nunca. El antiguo brujo que vivía en aquel lugar había muerto dos años atrás, dejando a Todomatsu solo en aquel lugar tan frío.
El brujo miraba las llamas fijamente, sabía que esto no era bueno, esto nunca lo era.

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