El silencio era una cosa extraña, pensaba Gaspar a veces. Parecía latir por cuenta propia y lanzar susurros fantasmas desde las fotografías que atestiguaban tiempos más felices. Pero nunca tuvo plena conciencia de ello hasta que sobrevino una ausencia.La ausencia de Samuel.
El silencio se deslizaba por los pasillos de la casa como un huésped incómodo, aunque no pudiera manifestar esa certeza en voz alta. Pero el muchacho sospechaba que el resto de su familia también lo percibía.
Lo sabía por sus propias ausencias, aunque fueran ausencias sólidas y constantes en el ir y venir de una cotidianidad amarga.
Ninguno quería estar allí.
Como nada podía rellenar el hueco que dejó la desaparición de su hermano, el silencio lo ocupó y lo hizo a su medida, igual que si se pusiera un traje, sin recibir ninguna objeción a cambio. Y aunque a veces desaparecía, ocultándose entre las sombrías esquinas de un mal recuerdo, todos lo llevaban a cuestas.
Quería sentir rabia contra Samuel, pero todo lo que Gaspar quería era saber, y se había convencido a sí mismo de que encontraría parte de aquellas respuestas en las historias de su hermano.
Las historias que sus padres le prohibían leer y que acumulaban polvo al otro lado de una puerta cerrada.
—¿Otra vez aquí? —dijo Jeremías.
Gaspar se apartó de la puerta con un ligero respingo.
Su abuelo llevaba el pelo todavía húmedo por el baño y desprendía el olor de su característica colonia; una taza de café en una mano, el periódico Agnus en la otra y un cigarrillo detrás de su oreja. Lo miraba con una expresión difícil de interpretar.
Pese a tener más de sesenta años, seguía siendo un hombre imponente de espalda y hombros anchos, por lo que Gaspar se sintió algo cohibido bajo su escrutinio penetrante.
Pero Jeremías no estaba enojado. Nunca se enojaba con él.
—Trata de ser más cuidadoso, Gaspar.
—No estaba haciendo nada.
—Tus padres podrían pensar que de nuevo intentas forzar la cerradura.
—De qué sirve —repuso el muchacho con desaliento, apoyándose contra la puerta—. Papá dijo que le puso una cerradura mágica. Y él nunca me va a decir la runa que se usa para abrirla.
«Tampoco es como si yo pudiera escribir bien una runa», pensó con pesimismo. Al alzar los ojos, se topó con una expresión triste en aquel rostro surcado de solemnes arrugas.
—Hoy se cumplen dos años.
Gaspar asintió, cabizbajo. Su abuelo añadió en voz baja:
—Yo también lo echo mucho de menos.
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No cruces el Bosque (I)
FantasíaEn un mundo alternativo dominado por el Imperio Británico, Gaspar Skov creció escuchando que nunca debía adentrarse en el Bosque: estaba absolutamente prohibido. Su hermano mayor lo cruzó prometiéndole que volvería al amanecer, pero nunca regresó a...