13- El Rey Sapo

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En lo alto de una rama de árbol, semi oculto entre las hojas, Ari observaba.

Sonrió internamente cuando vio al niño patear con rabia un montón de ramitas secas y trozos de musgo, murmurando inesperados insultos hacia su persona mientras se le ponían llorosos los ojos. Sin embargo, las lágrimas no llegaron a caer por sus pecosas mejillas. Eso le sorprendió.

El pequeño Skov permaneció allí varios minutos. Tal vez esperando su aparición. Pero Ari siguió oculto, implacable.

"A ver qué haces ahora, niño".

Revolviéndose con nerviosismo el lacio flequillo negro, Gaspar inspiró hondo y comenzó a caminar por el Bosque dando pasos titubeantes, medrosos. Podía oler su miedo. Pero le sorprendió que no se echara a llorar y le rogara que volviera.

"Orgulloso y estúpido", pensó mientras recordaba el incidente con la flor de la verdad y comenzaba a seguirlo.

Aunque había barajado la posibilidad de que el chiquillo se atreviera a ponerle su propia trampa bajo los pies, fue un error subestimarle. Le engañó su mirada ingenua y la facilidad con la que se molestaba ante sus bromas. De alguna forma, se las arregló para parecer inofensivo.

Pero Ari sabía bien que ningún Skov podía ser inofensivo.

Aun así, había aspectos de él que no dejaban de resultarle curiosos. Incluso insólitos. En primer lugar, era un pésimo mentiroso. Lo comprobó cuando decidió interrogarlo sobre su hermano. Llevarlo hasta la flor de la verdad solo había sido un método de intimidación: nunca estaba de más probar un poco la inteligencia de sus presas; ver qué tan rápidas eran escabulléndose. Hacer frente a sus miedos más profundos.

Y él sabía muy bien cómo levantar los espejos del miedo y hacer que la gente se viera reflejada en ellos.

El chico parecía debilucho y asustadizo como un ratón, pero también sabía dónde arañar cuando se le presentaba la ocasión, demostrando ser más astuto de lo que parecía a primera vista.

El ardor de la ira lo recorrió por dentro y sus pupilas se dilataron, presas de un recuerdo envuelto en viejos rencores. Su primer impulso cuando le echó esa sustancia picante en la cara fue matarlo sin misericordia. Habría sido la excusa perfecta para desatar su rabia contenida.

Tantos años esperando allí encerrado...

¿Cómo pudo atreverse aquel mocoso? ¿Cuánto le tomaría comprender que estaba caminando sobre una cuerda inestable? Una cuerda que, si quisiera, podría cortar en cualquier momento. Dejarlo morir sería muy fácil: Gaspar Skov estaba vivo gracias a él y no iba a permitir que lo olvidara.

Sin embargo, las cosas no marchaban del todo mal.

Lo cierto es que parecía genuinamente fascinado con el Bosque pese a haber estado a punto de ser atacado por un horrendo. Ari deseó incendiar a toda su especie luego de que el muchacho huyera despavorido. La aparición de ese bicho casi arruina sus planes de la forma más estúpida.

Conseguir que dejara caer la libreta fue su único recurso.

"Volverá", fue lo que pensó, sabiendo lo valiosa que era para él. Y no se equivocó.

Moviéndose de rama en rama mientras el niño seguía dando pasos miedosos por el Bosque, Ari pensó en la libreta que aún conservaba en su poder. Había pasado muy buenos momentos viendo los dibujos y sus infantiles anotaciones de carácter científico.

Iba a exprimir el jugo de esa fruta hasta que quedara seca y frágil entre sus manos; su sed de venganza saciada por completo.

Solo tenía que colocar bien las fichas en el tablero. La vida era un juego que nadie sabía jugar bien, pero él había vivido lo suficiente para aprender cómo desplegar las trampas.


No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora