10- Un trato con el diablo

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Su plan era sencillo, pero infalible

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Su plan era sencillo, pero infalible.

O de eso se había auto convencido el muchacho mientras guardaba en su mochila, bajo los libros escolares, un cuchillo de uso militar y una botellita rociadora de gas picante que le había sacado a su abuelo a escondidas mientras este se bañaba.

Nunca lo había visto usar el gas picante, pero en varias ocasiones lo oyó decir que era una manera útil y "poco agresiva" de reducir a saqueadores de casas. Gaspar no sabía si aquella sustancia era legal (conociendo a su abuelo, probablemente no), pero era lo mejor que se le ocurría llevar al Bosque para defenderse. Al menos no exigía usar magia.

El niño había hecho un recuento bastante optimista de lo que pensaba hacer: marcar los árboles con el cuchillo en línea siempre recta, usar el gas picante contra la primera cosa viva que se le cruzara, encontrar su libreta, salir de allí siguiendo los rastros y regresar rápido a casa para devolver las cosas de su abuelo a su sitio antes de que el hombre las echara en falta.

Si algo salía mal allá adentro, siempre podía defenderse con el cuchillo. Era un buen plan, se dijo. Y el mejor que tenía.

Pero en realidad se lo comían vivo los nervios, y con el estómago reducido a un montón de nudos, tuvo la desagradable impresión de que el ritmo de sus clases de Runas parecía más precipitado, lo cual le pareció muy injusto, pues lo habitual era que transcurrieran con extrema lentitud.

La última era Historia y solo recordó que tenían un examen sobre cívica y derechos ciudadanos cuando la profesora Avellaneda, sin decir nada, empezó a repartir las hojas pupitre por pupitre.

—Cuando acaben, se pueden ir —les dijo ella.

De mala gana, Gaspar dio vuelta la hoja y se puso a contestar, pero al llegar a la tercera pregunta, sintió como si se hubiera tragado un cubito de hielo entero:


Explique, con detalles, cuál es la pena máxima para alguien que viola el artículo primero de la Ley de Incursión Forestal y por qué se instauró.


Por alguna razón, sentía los ojos de Pércival fijos en su nuca, pero no pensaba darse vuelta para comprobarlo.

Afortunadamente, las demás preguntas del examen solo trataban de ética ciudadana y acabó cuando la mitad de sus compañeros ya habían entregado el suyo. Sin mirar a nadie, se colocó la mochila, se despidió de la profesora, quien le preguntó si se sentía bien, y salió a toda prisa de la sala.

Ya no estaba tan seguro de querer llevar adelante su plan, pero a Gaspar tampoco le hacía gracia la idea de acobardarse ahora. La verdad es que estaba harto de ser un miedoso la mayor parte del tiempo; siempre dudando y siendo sobrepasado por los demás en casi todo.

Lo único en lo que era bueno era el dibujo y, aun así, había sido capaz de olvidar su amada libreta en el Bosque. Sus recriminaciones internas, de alguna forma, sirvieron para insuflarle ánimos mientras salía del colegio y echaba a correr hacia la linde del Bosque.

No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora