22- Un pájaro en su jaula

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Cuando Ari dejó a Gaspar cerca de la linde del Bosque, el muchacho se sintió ligeramente reacio. Fue un impulso breve y fugaz, pero poderoso. Cuando era más pequeño y se juntaba con sus amigos en el El Calabozo del Arcade para jugar en las máquinas de videojuegos, había experimentado la misma sensación de caprichosa reticencia.

Cada vez que su madre, su padre o Samuel iban a buscarlo, diciéndole que ya era tarde, quería hacer un berrinche...


«—¡Quiero seguir jugando con Clem y mis amigos!

—Ya estuviste mucho rato jugando. Despídete de ellos, vamos.

—Pececillo, si sigues haciendo pataletas, vas a atraer al «Gorlog ».

—¿Gorlog?

—Es un demonio con cuernos y dientes afilados que se ríe de forma muy malvada.

—No me da miedo.

—Le gusta robarse a los niños que no obedecen y llevárselos a su guarida del Bosque.

—Mmm...

— ¿Ah, no me crees? —Samuel siempre articulaba gestos maliciosos cuando le contaba ese tipo de cosas para asustarlo—. Pues eso le pasó a un amigo de mi infancia. Sus padres me contaron que lo único que encontraron de él fue un mechón de cabello. »


Ari lo miró enarcando sus cejas. Bajo la ligera penumbra de la tarde que caía sobre ambos entre la enorme techumbre de hojas y ramas, a Gaspar le pareció que su silueta se mimetizaba con los árboles, a pesar de su cabello rojizo.

—¿Qué pasa, ratoncillo?

—¿Puedo volver de nuevo, cierto?

—Eres bastante tonto, ¿no? —Los ojos del espíritu del Bosque se entrecerraron con diversión—. Recuerda que tenemos un trato.

Gaspar suspiró, aliviado. Entonces también sonrió.

—¡Volveré el viernes!

—Más te vale dormir bien y cuidar esa mente que tienes, necesito alimentarme de tu lux. Ahh, y si puedes... me gustaría...

—¿Qué cosa?

—¿Puedes traerme golosinas humanas?

El muchacho se rió un poco mientras asentía. Luego se despidió de Ari y le pareció que el otro desaparecía como un sutil soplo de viento entre la espesura, silencioso como una sombra. Se quedó mirando un rato entre los árboles dispersos, sintiendo el olor de las hojas que transportaba la brisa de la tarde, entre el zumbido de los insectos, pero definitivamente había desaparecido.

Reemprendió el regreso a Puerto Niebla dando largas zancadas que pronto se transformaron en una carrera frenética. Entonces se detuvo en seco y casi soltó un jadeo de estupefacción cuando quedó frente a la alambrada.

Pércival Gust estaba sentado allí, justo frente a la abertura, con expresión insondable.

Gaspar sintió cómo los latidos de su corazón le martilleaban en las sienes; las agujas del miedo por haber sido pillado hundiéndose en su estómago. Ni siquiera pudo articular una frase. Solo se quedó allí, paralizado, mientras el otro lo miraba sin decir nada.

—Y-yo...

Pércival sonrió un poco, torciendo la mitad de su boca. Su largo y desprolijo cabello enmarcaba con cierto equilibrio estético su rostro moreno y flaco.

—¿Asustado de verme a mí y no de lo que hay dentro del Bosque? Skov, parece que eres el hijo de un pincoy: todo en ti está al revés.

—¿Qué hacías aquí?

No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora