14- Lo que Bastián encontró

12.7K 1.7K 3.1K
                                    







—Solo puedo hablarte de lo que veo en este Bosque, aunque las demás moralejas también lo han notado. Incluso vi un sinsombra el otro día, y no me cabe duda que hay más de ellos —En los ojos brillantes y acuosos del Rey Sapo chapoteaba la estampa del miedo—. Hace unas semanas me encontré con Cisne Negro...

—¿Esa amargada? —dijo Ari extrañado—. ¿Así que a veces viene a fisgonear por aquí?

—Me advirtió que tuviera cuidado, pero que le echara un ojo al Bosque.

—¿Ella sabe algo?

El gigantesco anfibio entrecerró sus ojos.

—Dice que nadie lo ha visto, que no tiene forma, ni nombre, ni cara. Pero varios han percibido su presencia. Dice que aquello es una abominación, que puede estar en todas partes, en todos los Bosques. Y no cree que sea una moraleja.

Gaspar, que no entendía nada, pero escuchaba fascinado, se preguntó qué diría Ari a continuación. Pero permaneció callado. Solo el zumbido de los insectos mutilaba aquel silencio espeso. Tenía la cabeza enfebrecida de preguntas.

Ari lo miró entonces y sonrió.

—Bien, ratoncillo. ¡Nos vamos! Di adiós a este viejo viscoso.

El Rey Sapo paseó la mirada de uno al otro con cautela, haciendo un pequeño ruidito con su garganta abultada. Daba la impresión de querer preguntar algo, pero en el último momento se arrepintió. Resultaba evidente que les temía.

"Qué extraño", pensó Gaspar. "¿Solo le teme a Ari o a mí también?"

No lo pensaría si no fuera por su forma de actuar ahora en su presencia, como si de pronto se tratara de alguien potencialmente peligroso allí.

Se sintió algo abatido. ¿Era solo por ir con Ari? ¿O por ser un humano?

Anteriormente, Gaspar había visto a todos los príncipes sapos huyendo tras la aparición del pelirrojo. Tragó saliva, inquieto.

¿Quién era realmente Ari? ¿En qué se estaba metiendo?

El Rey Sapo lo miró entonces y tuvo la impresión de que le sonreía. Tal vez solo fuera una cortesía, pero le hizo sentir mejor, así que le devolvió el gesto.

—Cuídate mucho, Gaspar Escob.

Parecía enfatizar la palabra "cuídate".

Justo cuando Ari depositaba una mano en su hombro para apremiarlo y largarse de allí, recordó algo importante. Lo más importante.

—Nos vam...

—¡No! ¡Espera un poco! —Ari enarcó las cejas y el chico se dirigió al gigantesco anfibio con el corazón estremecido—. Usted... ¿usted no conocerá a mi hermano, por casualidad? Se llama Samuel, tiene el cabello negro igual que yo, quizá un poco más largo. Y también tiene algunas pecas y lunares en la cara. ¿Lo conoció, cierto? ¿Pasó por aquí?

Vio con impotencia cómo el rey negaba con la cabeza.

—Tú eres el primer humano que he visto en muchísimos años.

—Pero...

—Lo siento, pequeño.

Ari chasqueó la lengua.

—Suficiente, niño. Hora de irnos. ¿No querrás que tus papitos te echen en falta, cierto? Dejar a tu madre con el biberón enfriándose, ¡qué desconsideración por tu parte!

Pese a la acritud que le provocó oír eso último, dejó que Ari sostuviera su brazo, y esta vez no necesitó mirarlo a los ojos. Lo último que vio fue al imponente Rey Sapo; su silueta difuminándose como si estuviera al otro lado de un cristal mojado por la lluvia, antes de bucear de golpe en ese océano infinito y vertiginoso en el que todo parecía terminar y comenzar al mismo tiempo.

No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora