6- Cruzando el Bosque

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Cuando Gaspar conoció a Clementina Alegría, la niña usaba trenzas largas, vestidos y cintas para el pelo, aunque ya entonces hacía cosas que desconcertaban a su madre

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Cuando Gaspar conoció a Clementina Alegría, la niña usaba trenzas largas, vestidos y cintas para el pelo, aunque ya entonces hacía cosas que desconcertaban a su madre. La niña podía ganarles en carreras de velocidad a chicos mayores que ella pese a su contextura robusta y hasta la fecha era quien ostentaba el puntaje más alto en la máquina del Space Invaders.

Y estaba decidida a romper su propio récord.

Gaspar observó boquiabierto, apiñado junto a los otros niños, cómo la muchacha apretaba los botones y mandos de control con una velocidad que semejaba a la de un pianista aventajado. Su mejor puntuación, y la que encabezaba la lista, era de 125.900. Ahora llevaba más de treinta minutos jugando y el puntero marcaba 97.455.

Nadie se atrevía a hablar, pero aunque lo hubieran hecho, difícilmente Clementina podría perder la concentración. Aquel juego era su especialidad y le había asegurado a Gaspar que superaría su antigua puntuación antes de que terminara el año.

—Deberíamos apostar —sugirió su amigo Ulises en voz baja—. Dos coronas a que hoy no lo consigue.

—Claro que lo va a conseguir —repuso Gaspar de inmediato—. Clem ha mejorado mucho.

—Ya. Eso lo dices porque te gusta.

El niño resopló y dejó que algunos se rieran como idiotas. Estaba acostumbrado a que pensaran que él y Clementina se gustaban, aunque les había dicho incontables veces que solo eran amigos de la infancia.

Al final, cuando el puntaje era de 110.433, Clementina cometió un error y los invasores se apoderaron por completo de la pantalla. Game Over.

—¿Qué? ¡Nooo! ¡Soy tonta! ¡Cómo tan tonta!

—Estuviste bien, Clem. Pero 125.000 puntos son difíciles de superar —intentó animarla después de pagar la apuesta perdida, mientras los muchachos se dispersaban—. Y sigues estando primera ¿no? Yo no me preocuparía tanto si fuera tú.

La niña lo miró haciendo ese divertido movimiento de cejas tan característico suyo, como si a través de ellas intentara transmitir todas las emociones que sentía.

—Tú no lo entiendes porque no tienes la presión del ganador.

Gaspar esperó a que ella se atara los cordones de los botines. Botines de un rojo furioso. Se despidieron de Octavio, el dependiente del Calabozo del Arcade, y echaron a andar subiendo las escaleras, callescalas y giropuentes de siempre que conectaban un vecindario con otro. Aunque estaban cerca de los Suburbios y el Bosque, era una zona intensamente concurrida.

Entre el enorme ajetreo urbano y aéreo, Gaspar levantó la vista para observar la disputa entre un conductor y un eolio. Otros los llamaban « hombres murciélago » debido a las alas mecánicas que utilizaban, tan similares a los de aquellos animales.

No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora