Parte 1

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Con el horizonte succionándolo con esas fuerzas magnéticas que imantan la ambición aventurera del hombre, sujeta el volante en estricta posición de relojería de 2 y 45, a la vez que va consumiendo los kilómetros de la estirada carretera ennegrecida por el futuro.

Los retrovisores se le llenan de asfalto, azul celeste y verdes follajes que mutan progresivamente y se hacen cada vez más diminutos; en el centro de ese collage dibujado sobre cristal de espejo, y saliendo del borde inferior, una línea blanca epiléptica, de apariciones intermitentes y no continuas determina la naturaleza de la dirección, enderezándose largos tramos, para luego comenzar a curvearse sutilmente, volviendo siempre a la rectitud de su estado ordinario.

Los vidrios abajo, incrustados en el interior de las compuertas metálicas del vehículo escurridizo, permiten el flujo de las corrientes de aire inertes que solo su paso veloz dota -manualmente- de movilidad, capturándolas en el interior de la cabina, reteniéndolas como juguetes, concentrándolas en la cabeza del conductor, desarreglándole los cabellos, para luego deshacerse de ellas estrellándolas contra la parte posterior del auto, justo en la contraportada de una calcomanía que estampa un enunciado que denota un interés y una necesidad económica al mismo tiempo.

Letra tras letra se unían consecutivamente por el pegamento que las mantenía firmes contra el vidrio trasero, formando una oración que luego se convertiría en cifras; "se vende; 1334333/0102000"

Desde la imposición de dicha oferta, no sabe si surca las tierras del mundo por goce, o por esclavitud a vicisitudes cotidianas, buscando un desahogo prostituyendo su medio de transporte por todos los lugares a donde lo enrumben los neumáticos de su automóvil.

El parabrisas le brinda una panorámica amplia, abierta a un poco más de 180 grados, de paisajes siempre frescos y vigorizantes, pespunteado cada vez más de insectos, moscas y mosquitos que no pudieron evadir el cuerpo sólido que avanza precipitadamente sobre las tierras negras de la modernidad.

Disfruta concentrar la atención de a ratos, fijándose cuidadosamente en el punto de su periferia óptica donde observa el velocímetro inclinándose a la derecha, avanzando indeteniblemente hasta volverse horizontal, acostarse al final del reloj indicador y catapultar a su ejecutor -y espectador- rápidamente a su destino, para él desconocido.

El mástil de la embarcación, es rodeado con la delicadeza de quien pule un antiguo artilugio, sin aprensarlo en su totalidad para no asfixiarlo. Las manos del conductor les hacen cilíndricos abrigos de materia humana que lo tocan cautelosamente y con precisión, arrastrando los agarres de derecha a izquierda, fingiendo seguir una ruta.

Harold se topa con una intersección, sin darle espacio de tiempo para la deliberación a sus pensamientos acata el decreto ley emanado de la legitimidad de sus impulsos -aquellos mismos que lo llevaron hasta ahí- y tomó el camino izquierdo. Un túnel natural le ocultó el cielo raso con verde naturaleza, y le perfumó el ambiente con un aroma selvático húmedo.

Los Bambúes doblados en parábola lo encaminan hacia un cruce, el cual toma y termina de liberarse de aquél laberinto; el cielo conserva su azul celeste, de aclaradas zonas por la nubosidad desperdigada.

Los vírgenes alrededores, de flora y fauna aún impúber comienzan a desaparecer, y los verdes espacios que la carretera lacera por la mitad, son invadidas por edificaciones y construcciones que van aumentando en tamaño, a medida que la civilización se acerca.

Una bifurcación vuelve a desmembrar la uniforme articulación pavimentada, partiéndola hacia la derecha, por donde un pequeño poblado de pasajeros, llama con sus ases de humanidad. Él deja atrás al estado natural y primitivo del mundo y se adentra en la etapa evolucionada del mismo.

Perseguidos. Capítulo 1.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora