El río

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En un pueblo pequeño, cubierto de nieve y atravesado por un caudaloso y peligroso río, vivían un campesino y su hermosa hija. La joven tenía una fuerte y estrecha amistad con un chico desde que eran muy pequeños; y tanto era ya su cariño y amor entre ellos, que, una tarde, los padres de ambos acordaron casarlos.

El campesino entonces regresó a su casa, feliz por el destino que había forjado para su hija. Se encontraba tan de buen humor, que decidió pasar un rato por la taberna.

Dentro del local, se encontraba una vieja gitana ciega que aseguraba ver el futuro.

–Por tres monedas puedo decirle su destino, buen hombre –ofreció la anciana acercándose al campesino.

–No es necesario –contestó el hombre sin darle mucha importancia a la gitana. –Mi hija se casará, no puedo ser más dichoso. Ya no necesito saber más.

–Pero debes saber, campesino –dijo la anciana con una voz lúgubre –que ese muchacho asesinará a la joven esta noche.

El hombre entonces se puso de pie de un salto y salió corriendo de la taberna, aterrado por lo que la anciana le había dicho y, preocupado por el destino de su amada hija, fue en busca del muchacho.

Lo encontró en su granja, cerrando las puertas del gallinero, estaba de espaldas a él y no había notado la presencia amenazadora del campesino.

Se veía completamente inocente, pero el padre de la jovencita, cegado por el terror y la paranoia, tomó una gran piedra del suelo y la estrelló en la cabeza del muchacho. El joven se giró bruscamente y alcanzó a reconocer el rostro del padre de su amada antes de que éste volviera a golpearlo, una y otra vez, sin darle explicación.

Fue enterrado en el bosque, cerca del río, en una tumba poco profunda sin nombre y sin seña. Nadie había presenciado el crimen y su hija no se enteraría de la muerte de su prometido hasta el amanecer. El campesino volvió a su casa entonces y durmió tranquilo, satisfecho por haber salvado el destino de su familia.

Cerca de la madrugada, el padre escuchó a su hija despertarse. El campesino se levantó de la cama, sobresaltado al darse cuenta de que la joven abandonaba la casa tan tarde. La siguió fuera, se dirigió hacia el río. El campesino tembló de terror y contempló a su hija, sumida en una especie de trance, que se sumergía en las violentas aguas, tomada de la mano del fantasma del muchacho al que había amado. Tenía el cráneo hundido y la sangre le cubría el rostro como una monstruosa máscara.

El campesino, desesperado, gritó el nombre de su hija, pero ella ya había desaparecido abrazada por las aguas.

Las Horas MuertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora