Compañero de castigo

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No diré malas palabras en clase y no golpearé a mis compañeros.
No diré malas palabras en clase y no golpearé a mis compañeros.
No diré malas palabras en clase y no golpearé a mis compañeros.
No diré malas palabras en clase y no golpearé a mis compañeros.
No diré malas palabras en clase y no golpearé a mis compañeros.

«¡Carajo!», pensé con enojo cuando la punta del lápiz se quebró y tuve que levantarme del pupitre, para utilizar el sacapuntas anclado al escritorio de la profesora.

Suspiré con irritación, estaba atardeciendo y yo continuaba en el colegio. Tres horas, malditas tres horas. ¡Tres, diez veces malditas, horas después de clase! Ya no había justicia.

Esa mañana, la maestra se había marchado por unos minutos a la Dirección. Todos aprovechamos el momento para dejar los deberes de lado y conversar, pero los matones de la clase decidieron hacer de las suyas... conmigo.

Me arrinconaron contra el pizarrón. Ellos sólo se dedicaban a insultar y empujarme ligeramente, les gustaba molestarme por ser nuevo en la clase. No sabían nada sobre mí. Siempre he sido un niño rabioso, por lo que mi mal genio tomó el control de mi puño y lo estampó en la cara del líder de los bravucones. El silencio se apoderó del aula. El crujido que hizo su nariz, antes de derramar sangre por mi camisa y la suya, resonó como un eco entre mis boquiabiertos compañeros. Aquel horrible estudiante medía por lo menos una cabeza más que yo y era tan corpulento, que podría asegurar que cabían dos estudiantes en sus pantalones.

«¡Déjame en paz, bastardo infeliz!» Eso fue lo que le grité, justo cuando la maestra regresaba al salón. Supongo que está de más decir que me tomó del brazo con sus alargados dedos como garras, para arrastrarme a la oficina del Director.

Después de una audiencia con mis padres, se acordó del reporte que me exigía quedarme después de clase a hacer planas y limpiar los salones y los baños, lo cual, para ellos, sería suficiente escarmiento, sumada la tremenda tunda que mi padre me daría en casa.

Suspiré de nuevo. Maldita tarde horrible. Había terminado de barrer, trapear y sacudir los salones, ahora tenía que hacer las planas, doscientas líneas, para luego dirigirme a limpiar los baños y poder largarme de ahí. Aunque, como expliqué antes, no me gustaba la perspectiva de volver a casa.

Regresé al pupitre y continué con las líneas:

No diré malas palabras en clase y no golpearé a mis compañeros.
No diré malas palabras en clase y no golpearé a mis compañeros.
No diré mal

Un ruido interrumpió mi escritura, provenía de la ventana. En el patio había algunos alumnos practicando deportes, sin embargo, yo era el único que se encontraba en el edificio, junto con el conserje. Respiré con tranquilidad al darme cuenta que se trataba de un niño más o menos de mi edad, me sonreía. Se encontraba recargado en el marco de la ventana con la cara llena de tierra y raspones, y el cabello despeinado. Seguro era uno de los alumnos que practicaban fútbol a esa hora y se había acercado al salón desde el patio.

–¡Hola! –me saludó con la mano. Yo me limité a contestarle con el mismo gesto.

–¿Qué haces tú solo en el salón? –me preguntó con curiosidad.

–Planas –mencioné mostrándole el cuaderno. –Solo he escrito cincuenta y tienen que ser doscientas.

–¡Ouch! –exclamó el muchacho con una mueca. –¿Qué carajo hiciste?

Sonreí ante la palabrota. Curiosamente, no había muchos alumnos de colegio que hablaran de esa forma.

–Lo que dicen las planas –expliqué. –Maldije y golpeé a un compañero.

Las Horas MuertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora