Me estoy desgarrando, ¡no puedo correr más! Llevamos no sé cuantas vueltas al campo de rugby. Aunque seamos atletas del Zodíaco, nadie nos salva de tener que entrenar como un atleta más. Nos han explicado que pronto empezaremos a notar las diferencias con los deportistas normales, pero el entrenamiento físico lo hacemos igualmente. ¡Y qué duro!
Doy unos cuantos pasos más y me desplomo. Voy directamente contra el suelo, sin resistencia alguna.
Estoy con la cara clavada en el césped. No puedo moverme, jadeo a toda velocidad y mi corazón se ha propuesto ir por encima de su límite. Se me ha desactivado el cuerpo, me es imposible hacer el más mínimo gesto, casi ni pestañear. Me pesa el cuerpo diez veces más que su peso normal. Justo a unos pocos metros de mí, veo desplomarse a una chica que aterriza con la misma gracia que yo. Se estrella directamente sin apenas hacer un gesto para frenar su caída. Otra que tampoco puede más.
Desde esta posición veo un trozo del campo de rugby. Aún quedan atletas corriendo, aunque a todos se les ve muy desgastados. Mi compañera de penurias también jadea con mucha agonía. Tampoco puede mover las manos, ha aterrizado directamente con la cara. Su único freno ha sido la superficie del césped.
Me duelen mucho los hombros en la parte superior, al coger aire, de la tensión que genera mi respiración. El dolor es muy intenso, apenas cesa. La chica que tengo delante está en una situación muy parecida a mí. Tiene la misma pinta... se le ve rota.
Respiramos con mucho dolor, luchando por un poco más de aliento. Por un instante estoy a punto de desmayarme, pero vuelvo en mí. Justo cuando mi vista se desvanece, aparece esa figura... Esa silueta que se mueve.. Como una centella aparece su imagen. Se acerca a mí. "Nexi..." oigo susurrando en mi cabeza. Otra vez esa voz... Es como si estuviese ahora mismo en otra parte. Apenas veo lo que estaba viendo. El césped casi ha desaparecido... Todo empieza a ser oscuridad, mientras veo emerger extrañas siluetas que se mueven sin mucho orden.
"Nexi..." Una voz con eco suena en la distancia. Intento enfocar con la vista, pero no veo nada. No consigo ubicar bien a esa figura, apenas está en mi rango de visión. Sigo sin poder moverme bien. Veo borroso, se desvanece... Poco a poco recupero mis sentidos normales y el cesped emerge en mi visión de vuelta. Enfrente vuelvo a tener a la chica. Tiene la mirada perdida en mí, con los ojos completamente inmóviles. Ella también ha llegado a sus limites tolerables. Ambas luchamos por un poco de aire, buscando una tregua. Intentando recuperar nuestros cuerpos y volver a la poca normalidad que nos deje este cansancio. Nos miramos fíjamente a los ojos, como si quisiésemos decirnos algo, como si entendiésemos cómo nos sentimos mutuamente. Nunca había mirado fijamente a los ojos de alguien tanto tiempo. El tiempo pasa y pasa. Nuestros ojos están clavados, enganchados. Sólo podemos estar aquí... respirando... Una y otra vez.
A medida que recuperamos la normalidad, movemos ligeramente nuestros miembros. Todavía sin levantarnos. Nos recuperamos lentamente.
—¿Qué eres?—me pregunta pausadamente.
—Géminis.
Apenas podemos hablar. Se hace un silencio largo en el que nos quedamos mirando mutuamente. Después de esa pausa donde se hizo el silencio infinito y en voz bastante baja, por causa del agotamiento, le hablo.
—¿Y tú?—esbozo una pequeña sonrisa.
Ella sonríe también. Esta situación nos ha hecho amigas, tontamente. No puedo explicar cómo. Quizás sea su manera de mirar, que se la ve simpática. Quizás sea la situación...
—Leo —como yo, habla lo justo para poder seguir respirando.
Recupero un poco más de fuerzas, y por fin me puedo poner de rodillas. Me apoyo en las manos, y me pongo en pie. El entrenador nos mira a lo lejos, pero no interviene. Está acostumbrado a ver desvanecimientos y según él, nosotros no somos normales. No necesitamos ayuda y tenemos que desarrollar nuestras fortalezas. Bien es cierto que tengo visto caer a más gente y vuelven en sí, antes o después. A pesar de eso, no me gusta dejar a la chica aquí. Me acerco a ella y me coloco doblada, apoyando las manos en mis rodillas.
—¿Puedes? —le pregunto.
La chica empieza a moverse poco a poco y me contesta.
—Sí.
Le tiendo la mano y la levanto. Cuando está a mi altura, me sonríe.
Justo en ese momento, nos dobla en la vuelta un chico, Tauro. Se llama Giles. Él todavía sigue corriendo, no ha parado como nosotras. En el instante en el que pasa a nuestro lado, nos grita.
—¡Animo chicas! —suena muy bien, a grito de equipo. Giles es un chico bastante majo, ya he coincidido antes con él en los descansos.
En ese momento, mi nueva amiga y yo nos miramos mutuamente.
—¿Corremos? —me dice.
—Sí. Vamos a por ello.
Y emprendemos la marcha juntas. Sin apenas fuerzas, pero estiradas y dignas. Con orgullo.
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Las Olimpiadas del Zodiaco: La atleta
AventuraLas olimpiadas zodiacales estuvieron prohibidas durante muchos años. Se celebraban cada 12 años, y era el evento más esperado en todo el planeta. En ellas se competía representando a un signo del Zodíaco, en vez de a un país. Dicen que en ellas, s...