VII

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Por tonto que parezca, tomé la resolución de volver a buscar a Marie. La diferencia radicaba en que esta vez yo hacía el papel de cazador y ella de objetivo. Al menos en teoría.

Tomé la precaución de embarrarme la cara y los mechones de cabello frontales con tierra húmeda antes de deslizarme entre los árboles con el mayor sigilo que pude sonsacarle a mis piernas inexpertas. Llevaba conmigo un carcaj con cuatro flechas y sujetaba un arco que se sentía fuera de lugar en mi mano. Por una vez en todos mis intentos sentí la necesidad de estar armado, y solo entonces recordé que estas herramientas colgaron de mi espalda desde el principio. Me sorprendió mi propia estupidez, pero más que eso, lo que implicaba: hasta entonces no había estado usando mis recursos, ni siquiera los que tenía literalmente en la espalda. Había reducido mi visión a Nico, lo mucho que me dolía que no me conociera y que quería recuperarlo a como dé lugar, y por eso había fallado una vez tras otra. No solo eso, desde antes de aceptar la propuesta de Aión había pensado que Nico murió por ser descuidado e irresponsable con sus poderes sin ser capaz de vislumbrar la verdad.

Se supone que yo era su novio, que lo amaba y lo conocía mejor que nadie, pero lo primero que hice frente a su muerte fue pensar que había sido su culpa. Había estado tan equivocado en mi enfoque por tanto tiempo que la vergüenza me mareó.

Pero no era el momento de darle vueltas al tema.

Divisé cazadoras y campistas corriendo solos o batallando con cuchillas que chirreaban al chocar mientras me movilizaba. Tomé distancia de cada uno de los conflictos, alerta al posible ruido de ramas y hojas secas partiéndose bajo el peso de algún pie inconvenientemente cercano. El sonido del pulso frenético en mis oídos estropeaba la calidad de mi audición, así que debía estar más alerta.

Cuando la vi, me convertí en la viva imagen de un gato al que le disparan un chorro de agua de improvisto: salté a esconderme detrás de lo primero útil a mi alcance, una pendiente cubierta de broza. De espaldas contra la roca fría, mi respiración se volvió superficial y me asaltaron temblores a lo largo de las extremidades, más fuertes en los dedos de mis manos. Traté de estabilizar mi respiración y decirme que debía enfocarme, que había llegado hasta allí por un motivo. No obstante, mi cuerpo se negó a moverse; la única acción que me permitiría ejecutar sería recogerme en el suelo como un armadillo y quedarme así hasta que acabara el juego o el intento.

Tal era el miedo que descubrí que tenía a morir otra vez, aun sabiendo que volvería. No quería ser apuñalado, ni tajado ni atacado por flechas. La agonía, el pánico y la conmoción no desaparecían cuando se reiniciaba el bucle. Las heridas inexistentes escocían y no podía evitar recrear escenarios mentales posibles y sentir náuseas de todos. ¿Y si decidía matarme lento? ¿Y si me abría en canal? ¿Y si me rompía el cuello y pudiera escuchar y sentir mis propios huesos partirse después de que hubieran vuelto a su lugar? ¿Y si en una de esas por casualidad mi muerte cambia tanto el destino de Nico como el de Marie para bien y me quedo muerto?

Marie representaba mi muerte, me mataría sin dudar un segundo y yo no podría defenderme. ¿Por qué fui el único en su lista que tuvo que quedar vivo? Según lo que vi en sueños, me había dejado al último. Había dicho que la decisión de matarme no era categórica sino una posibilidad dependiendo las condiciones, lo cual podría explicarlo. ¿Pero y si se debía también a algo más? ¿Y si mi momento de morir no era con ella en ninguna realidad? ¿Y si mi papel de vida era detenerla, indiferentemente de mi deseo de cambiar el destino trágico de Nico?

Cerré los ojos y respiré hondo, lo cual dio como resultado una larga aspiración entrecortada. Lo repetí tres veces más, hasta que la presión en mi cabeza cedió. Entonces, me recordé a mí mismo que estaría a salvo siempre y cuando no me presentara ante ella solo. Luego usé como ancla a la realidad la textura de la tierra bajo las yemas de mis dedos y el peso del arco en la otra mano. Ahí se alojaba la certeza de que en el mismo bosque se había cometido una injusticia que cobró la vida de mi novio. Destino o no, dependía de mí arreglarlo. Era el único que podía hacerlo.

Don't mess up with godsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora