I.

70 6 12
                                    




Crecer es difícil. Implica dejar atrás lo que se fue, incluyendo sueños, afectos y esperanzas. Estación tras estación, el ciclo de vida avanza y las personas van cambiando. Un día dos amigos ríen juntos y otro apenas se recuerdan. El viaje es tan implacable que si te detienes un momento y se te ocurre mirar atrás, corres el peligro de perderte en la melancolía del pasado, turbar tu presente y poner en riesgo tu futuro. Basta un momento para perder el rumbo de la realidad, y ceder ante la tentación tiene un precio.

Will Solace pasó de ser un colegial cauto a un universitario desenfrenado. Los monstruos que seguían su rastro de semidiós cada vez eran una molestia menor, tal parecía que su olor se desvanecía con el tiempo y se agriaba con la edad. Llegó incluso a creer que era solo un ser humano más en un mundo de seres humanos.

Pero en su cabeza sobrevivía un recuerdo que lo incordiaba de manera imprevisible, alguien que había llegado para sumar en su vida y se había ido sin dejar una explicación. Ese recuerdo era un hilo de acero que, enterrado y anclado en el núcleo de su corazón, tiraba constantemente hacia atrás. Will no sabía ya a qué medida recurrir ante tal incurable molestia, después de haber probado con el alcohol, el sexo y alguno que otro polvo mágico. Hiciera lo que hiciera, las memorias eran indisolubles en el olvido. Se empecinaban en invadir su presente, cada vez más vívidas, por más que construyera cercas mentales para dejarlas, mínimo, distantes.

—Ya no tomes más. —Blake le quitó el vaso de Cuba Libre de los dedos y lo empujó hacia alguien más en la barra. Will bufó y asentó su barbilla en una mano, estando acodado en la superficie de porcelanato negro—. Debes dejar de emborracharte.

—Me gusta la embriaguez. Incluso con la resaca que viene luego.

Blake meneó la cabeza mientras sonreía apenado. Al frente tenía una copa con dos dedos restantes de Martini, la única que había pedido y tomado durante toda la noche. Will todavía no entendía cómo alguien podía limitarse a tomar un Martini en una fiesta universitaria, cuando había alcohol de diferentes tipos y colores en cada esquina.

El volumen alto de la música hacía que tuvieran que elevar la voz cada vez que intercambiaban palabra, pero Will nunca hablaba demasiado cuando invitaba a alguien a una fiesta. Se suponía que la música estaba para mover el cuerpo, no para forzar la voz. En un principio estaba esperando que Blake se cansara de intentar hablar y contenerse con el alcohol y pudiera llevarlo a la pista de baile como debía ser. Ahora Will había tomado por ambos, comenzado a sentirse ligero y mareado, no había logrado quebrar el autocontrol de su acompañante y ya no recordaba con coherencia qué había sucedido hasta entonces en la noche ni cuál era su objetivo.

—No he conocido a alguien más masoquista que tú —comentó Blake, riendo en voz baja.

—No, no. —Will le dio una floja sacudida en el hombro con la mano fría que antes sujetó su bebida—. Mira, estoy escapando de los recuerdos porque son un pozo de tortura. Y el malestar de la resaca me parece mejor que caer allí. —Miró hacia la pista, entornando los ojos. Había comenzado a ver los movimientos y las luces emborronados—. ¿Quieres bailar? Creo que aún no te he invitado a bailar. —Abrió y cerró la mano que volvía a estar libre, frunciendo el ceño—. ¿No tenía aquí yo un whisky?

Blake se levantó de la silla alta y Will pensó que por fin accedería a bailar. Sin embargo, su acompañante le señaló con la cabeza algún punto más allá de la pista de baile que Will no alcanzaba a visualizar porque todo se movía como un tornado de colores en cámara lenta a esa distancia.

—Creo que deberíamos salir a tomar aire —propuso Blake mientras lo ayudaba levantarse.

Una vez en pie, Will se encogió de hombros e intentó seguirlo sin tambalearse ni perderse entre la multitud. Fue conducido al jardín y solo cuando se sentó en la banca de hierro con pintura blanca, bajo el amparo de una pérgola, notó que habían ido agarrados de la mano. Sintió su palma fría cuando se soltaron y se la frotó con la otra. A su alrededor se extendían dos hileras de setos que enmarcaban un estrecho camino empedrado que rodeaba la pérgola. Cada determinado tramo estaba ornamentado con flores, incluyendo dos arbustos de florecillas blancas olorosas en posiciones diametralmente opuestas en relación a la pérgola.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 14, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Don't mess up with godsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora