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Los Campos Elíseos. A lo que aspira todo semidiós griego que pisa la Tierra. Nico está emocionado, su padre le permitirá visitar el lugar por primera y única vez. Lo dijo así, textualmente, lo cual le intriga. ¿Insinuaba que ese no sería su lugar después de muerto? Nico recuerda sus palabras en el Palacio del Diocleciano «Tengo un lugar especial reservado para ti en el Inframundo» y no puede evitar sentir una emoción indefinida que le cosquillea el pecho.

La entrada es hermosa, una enorme puerta doble de mármol blanco con detalles finamente esculpidos de batallas épicas y agarraderas de oro que se curvan como espirales en la parte inferior. Cuando Hades toca y se abre por el centro, ingresa una cegadora de luz que lleva a Nico a cubrirse los ojos.

En lo que su visión se acostumbra a la luz, descubre a una mujer flotando en el portal. Lleva puesto un delicado vestido blanco cuya cola flotante se convierte en niebla, escondiendo sus níveos pies. Su cabello es igual de blanco que su vestido, recogido en una trenza entrelazada con hilos de oro que se derrama por su hombro izquierdo hasta la altura de sus rodillas. Su cara es difícil de describir. Es borrosa, como una imagen mal enfocada. Nico solo sabe que aparenta juventud y una gran belleza, y que inspira paz.

Su padre se encarga de las presentaciones.

—Makaria, este es mi único hijo semidiós, Nico di Angelo. Nico, ella es Makaria, diosa de los campos Elíseos e hija mía. Ustedes son –er–hermanos.

La mujer agarra con delicadeza el vestido a sus costados, inclinándose ligeramente hacia adelante. Nico devuelve el saludo con igual cortesía, agachando la cabeza y recogiendo un brazo contra su pecho en posición horizontal mientras que el otro se dobla a sus espaldas.

Esta es una de las cosas que más le gustan del Inframundo. Las criaturas con las que interactúa conservan las costumbres de antaño a las que Nico estaba habituado, donde la pleitesía residía en toda interacción social. Si se le ocurría intentar algo así en el mundo de arriba solo conseguiría burlas, y lo menciona porque ya le había pasado.

—Eres educado, y padre confía en ti. Sé bienvenido a mi morada.

Ella se retira del camino y Nico no puede hacer menos que soltar una exclamación ahogada. El lugar al otro lado es como una tierra de cuentos de hadas hecha realidad. Terrenos verdes se extienden a lo largo de los cuatro puntos cardenales, rodeados de montañas y nevados de los cuales discurren ríos y lagos tan cristalinos que se podía apreciar la vida animal y vegetal bajo ellos. Construcciones sobrias pero elegantes con columnas al estilo griego antiguo salpican la extensión de tierra sin una organización en particular, como flores en un campo. Un arcoíris perenne surca el cielo, que presenta un tono azul imposible en medio de nubes tan esponjosas y blancas que dan ganas de abrazarlas como almohadas. Las personas lucen felices inmersas en actividades varias al aire libre; para ninguna parecía existir algo que podría considerarse como trabajo. Se dedicaban a hacer aquello que disfrutaban, que iba desde duelos amistosos con espadas que servían de espectáculo para los demás hasta pinturas al óleo. Persiste un aroma a flores, una brisa estival y un sol radiante que no quema la piel. Nico se pregunta si en ese lugar anochecía.

Makaria los guía a través de la población, que en su mayoría parecía estar afanada en los preparativos para la celebración estipulada, serpenteando entre hombres, mujeres y niños que la saludan alegres al pasar y luego miran a Nico con recelo.

—Está vivo —oye susurrar a un niño, y la que parecía ser su madre lo hace callar con una mirada de advertencia.

Nico siente que sus mejillas se encienden de vergüenza y se apega más a su padre, como si así pudiera protegerse de los ojos de los muertos.

«No los mires, no los mires, no los mires.»

Pero sus ojos recaen sobre una figura que hace que sus pies se detengan en el acto.

Es Jason Grace, quien lo ve y levanta la mano para saludar mientras desvela una sonrisa a medio camino entre emocionada e incrédula, además de un pite de aliviada. Nico siente una opresión en la garganta que se extiende por todo su tracto digestivo. No es capaz de moverse, la conmoción es demasiado grande y sus sentimientos revolotean tan rápido que no puede comprenderlos.

Jason había muerto hace un año, de una manera que no le hizo justicia a su valía, en medio del jaleo con el que derrocaron al triunvirato de los emperadores romanos. Su muerte había dejado una gran huella en los campamentos, tanto griego como romano. El funeral fue uno de los días más tristes y dolorosos en los que Nico había estado presente.

Personas como Piper, Thalia, Leo y sus otros amigos todavía estaban muy afectados. Y para qué negarlo, Nico también. Jason había sido un buen amigo, el primero en ofrecerle la mano cuando lo necesitaba.

Le habían pedido a Nico que les dejara conversar con su espíritu, pero Nico no había podido consentirlos. No podía tener contacto con los héroes que residen en los Elíseos, era una ley inquebrantable de su padre. Ellos lo habían llamado canalla, le habían propinado empellones, y habían llorado después.

Hazel le había dicho que no lo decían en serio, que era el dolor hablando por ellos. Pero ellos jamás se disculparon. Jamás lo volvieron a buscar, estando demasiado ocupados con su luto. Nico había pasado los últimos dos meses en el Inframundo y nadie más que Hazel y Reyna parecía notar su ausencia.

Es triste, Nico había pensado que con la última vez su estancia en el campamento iba a funcionar, pero más tarde pudo ver que se equivocaba. Sin Jason no llegaría a ningún avance. Quizá los campistas jamás lo aceptarían y ya. Quizá no había ciencia en el asunto, solo naturaleza. Quizá Nico siempre inspiraría maldad o temor, o ambas.

Oscuridad.

Lo que está mal en el mundo, aquello de lo que hay que alejarse.

Lo sabe desde el momento en que Jason da un paso en su dirección y su pie se arrastra hacia atrás. No está listo para enfrentarlo.

Pero Jason sí que está listo para enfrentarlo a él.

—¡Nico! —Se acerca corriendo y Nico no es capaz de moverse ni para huir. Quizá porque en realidad no quería huir—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?

Entonces Nico procede a hacer algo que ninguno de los dos se hubiera esperado. Mirándolo con los ojos llenos de aprensión, se va acercando hasta que sus brazos lo rodean y pega la nariz en su camiseta, que seguía siendo la misma con la que murió. La misma camiseta que usaba cuando Nico había tenido la pesadilla (que era una realidad) de su muerte.

—Creí que tendría que morir para volver a hacer esto.

Jason se ríe ahogadamente, dándole palmadas en la espalda. Nico siente ganas de llorar de lo bien que se siente poder abrazarlo una vez más. Había olvidado lo mucho que lo había extrañado.

—No sabes cuánto me alegra verte. Creí que tendría que esperar años. Varios y largos años. ¿Cómo están todos?

Deshacen el abrazo y Nico forma una mueca.

—Aún están muy afectados.

Jason asiente con severidad, pareciendo repentinamente compungido.

—¿Tienes algún mensaje? —le pregunta Nico—. Esta es una ocasión única.

—Tendré que pensármelo. ¿Cuándo te vas?

Nico se encoge de hombros.

—Cuando termine la fiesta, supongo.

En ese momento recuerda a su padre y a Makaria. No están al alcance de su vista.

—Jason... —comienza a preguntar con creciente angustia— ¿sabes dónde se celebra la ceremonia de hoy?

—Te mandaré con un guía. Yo tengo que pensar qué decirle a todos. Quédate aquí.

Antes de que pudiera protestar, se va corriendo. Los héroes muertos corrían a velocidades increíbles.

Don't mess up with godsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora