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Llevábamos diez minutos allí, escuchando cómo Zoe y Marie discutían en voz baja en una esquina de la tienda, tratando de llegar a algún acuerdo del cual procuraban excluirnos a todos los demás presentes.

En medio de nosotros descansaba una mesa circular con cinco sillas y sobre su superficie se desplegaba un mapa que me recordó a los que usan los reyes y su corte en las películas de fantasía para planear la estrategia de una batalla. Solo que en este mapa se marcaban arboledas, cuevas y promontorios, y se dibujaban varias opciones de recorridos que evitaban la civilización. Bianca, Nico y yo estábamos sentados allí, esperando con la cabeza gacha y los nervios de punta.

Finalmente, la lugarteniente y la cazadora acusada se sentaron con nosotros. Zoe sacó una pequeña bolsa de tela del bolsillo de su chaqueta y Bianca contuvo el aliento. 

—Eso es...

—Os adelantareis a presenciar lo que hacen las bayas de Alétheia.

Marie se cruzó de brazos, rodando los ojos y reclinándose hacia atrás en su silla.

—Un desperdicio de recursos. Ya te dije que no tengo por qué mentir.

—No sois confiable y lo sabéis.

Marie bufó, aunque noté en sus facciones que esas palabras le dolieron. Zoe le entregó tres bayas, sin quitar su mirada apremiante hasta que la chica las engulló.

—Eso bastará para una hora y media de confesiones verídicas.

—Mi primera confesión es que esto me sigue pareciendo estúpido. —Luego la mirada de Marie se clavó en mí, inclemente como un desastre natural. Hizo una pausa antes de ratificar en voz clara y categórica—. Te odio. Quise matarte y el hermano de Bianca se interpuso como un gran tonto.

Bianca carraspeó, azorada. Pero no dijo nada para defender a su hermano. Para mi propia sorpresa, yo me hice cargo de esa tarea.

—Él se llama Nico y no es ningún tonto.

Marie apenas me dedicó una mueca de soslayo antes de volverse hacia su líder.

—Uhmmm, ¿sabes, Zoe? Esto me parece tan injusto. Esta basura me está mintiendo en la cara, mirándome con esos ojos inocentes de corderito y yo aquí condenada a decirle la verdad que ya conoce.

—Solo las cazadoras pueden comer las bayas y someterse a su efecto.

—Ajá. Debe haber una manera de hacer que la basura también diga la verdad. A lo mejor lo cuelgo de cabeza en un pino.

—Basta de perder tiempo, Marie. Haced vuestra declaración.

—Bien. Mi madre se llamó Tara Solace.

Esas palabras pescaron algo empolvado en mi cerebro; unas fotos viejas, ese nombre mencionándose cuando creían que yo no escuchaba. La descarriada hermana mayor de mi madre, una mancha que se empeñaron tanto en borrar que yo había olvidado que había existido hasta que oí ese nombre de nuevo. Con un escalofrío, fui atenazado por la inminencia de que iba a hacer un descubrimiento que cambiaría mi visión de mi familia, y tal vez de mí mismo, para siempre.

—Siempre fue difícil, el polo opuesto a su perfecta hermana menor. La gentil, risueña y humilde Naomi. La madre de este. —Me señaló con la barbilla con desprecio—. Todo el mundo se hechizaba con ella y mi madre no fue la excepción. Naomi se convirtió en su soporte, la única aliada que le hacía falta en el mundo. Cuando mi madre me tuvo, Naomi la ayudaba a cuidarme. Pero cuando mi madre más lo necesitó, su hermana, su única aliada y amiga, le dio la espalda y la hizo quedar en ridículo. Mi madre no aguantó aquella traición. Se ahorcó cuando yo tenía seis años. Meses después Naomi se quedó encinta. ¿Y saben lo que hizo? Se olvidó de mí. Y cuando la basura cumplió un año me abandonó en un orfanato. Me dijo que no podría sostenernos económicamente a los tres y que aquella era la mejor salida, que me iría bien. Como estúpida le creí. Al principio me visitaba con la compañía de la basura pero poco a poco se fue olvidando de ir. La última vez que lo vi tenía cinco años. —Me lanzó una mirada fugaz de ojos entrecerrados brillantes de odio—. Los suficientes para recordar.

Don't mess up with godsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora