Soledad y Soñar

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Él debía admitirlo, a veces estar solo no era la mejor forma para olvidarse de aquello que tanto lo jodía, la soledad era complicada. Ayudaba a olvidar y a veces parecía sólo hacer recordar el problema que uno tenía, el cual estaba siendo ese su caso. Solto un suspiro, bajo del árbol donde se encontraba y con andar lento se dirigió al gran comedor, necesitaba voces para acallar sus problemas.

Mientras que andaba por el sendero, recordó aquellos días que sólo las paredes eran sus compañeras, las tantas veces que aquellos humanos le llevaban humanas o Especies hembras para que se reprodujera, pero estás solo gritaban aterradas.

¿Acaso tanto miedo daba?

Había cosas mucho peores, pero al parecer tener ojos rojos era lo primero en la fila en "Las cosas más horripilantes" hizo una mueca ante su humor, era lo único que lograba calmarlo o tan siquiera, distraerlo. La melancolía lo arropó y el golpe del rechazo lo hizo cerrar los ojos, él jamás sería aceptado de esa manera.

Dirigió su vista al cielo, este ya comenzaba a oscurecer a pesar de ser sólo las seis de la tarde y eso le seguía sorprendiendo, adoraba ver el sol ocultarse y la luna alzarse, le fascinaba todavía el atardecer a pesar de lo mucho que ya llevaban libres. Seguía atesorando cada suceso como si fuera el último.

Escucho pasos acelerados, al parecer estaban jugando carreras. Volvio la vista enfrente, viendo con ojos sorprendidos como unos cuantos de los Rescatados corrían con cara de espanto, fruncio el ceño y se rió al ver quien iba tras de ellos. Una Dysis muy sonriente, con los brazos arriba y balanceándolos de un lado a otro.

— ¡Ma los voy a comer! — gruño la Voraz haciendo correr a los Rescatados aún más rápido, la hembra se rio divertida.

— Dysis, basta. — Torrent apareció tras de ella, le revolvió el cabello y la atrajo a él, ella alzó la vista a su compañero y este la vio un poco enojado. — Deja a los pobres machos en paz.

— Pero yo solo quiero jugar.

— Sabes que le tienen miedo a las hembras, no te hagas la loca. — le acomodo el cabello, la envidia floreció en el pecho de Jericho.

— Ahora que lo pienso, ellos vendrían siendo Machos regalo ¿no?

Torrent nego con la cabeza, ese movimiento lo hizo verlo y el canino le sonrió, saludándolo con un movimiento de mano. Dysis volteo, sonrió ladina al verlo y se lanzó a abrazarlo, se seguía sorprendiendo por esos pequeños gestos de cariño.

Dysis era la locura andante, las cosas que había hecho sólo porque Torrent la aceptará decía mucho de ella, su fortaleza y determinación, el canino se resistió por un tiempo, pero al último cayó y se quedó con la Voraz. Se merecían, se eran dignos y se amaban, ¿cuando él sería capaz de encontrar eso?

— ¿Estás bien, macho suculento? — Jericho rodo los ojos, con Dysis no había solución.

— Estoy bien, pequeña hembra.

— ¡No soy pequeña!

La risa de Torrent calmo a la fiera de Dysis, haciéndola sólo sonreír y sonrojarse, eso quería Jericho. Lograr calmar el enojo de una hembra con solo reír o hablar, con una mirada entenderse. Solto un suspiro.

Dysis ajustó su larga camisa, no era de ella. Era obvio que era de Torrent al ser tan grande y llegarle hasta la mitad de los muslos, aún así era un peligro en un campo de pelea.

— Dejando a un lado mi bella y tierna estatura, ¿Qué estas haciendo sólo, monito?

— No me digas así, prefiero el otro muy a mi pesar.

— Que payaso eres, pero dime ¿por qué...?

— Pereces niña pequeña, Dysis, — Torrent le cubrió la boca a su pareja con delicadeza. — deja a Jericho en paz.

Dysis aparto la mano de su compañero de la boca, lo vio enfadada.

— Sólo estás celoso porque le estoy dando mi atención a él y no a ti, deberías aprender a compartir mi bella atención a otros.

— Jamás. — entonces sucedió, una media sonrisa del macho y la hembra se sonrojo, bajo la mirada y pego la frente con el pecho de su compañero. — Nos vemos, Jericho.

La pareja se despidió de él, dejándolo de nuevo sólo y deseoso de querer tener una compañera. Una que lo acunara en su cuerpo y lo dejara probar lo dulce de ella, la suavidad y el calor.

Por los años que llevaba libre, sabía que las parejas tenían un mundo único. Una burbuja donde al este juntos todo estaba mejor y no había nada que temer, porque eran más fuertes estando un lado del otro. Porque en realidad eran un todo dividido en dos.

Viendo al cielo lleno de estrellas volvió a soñar con obtener aquello.

§★§★§

Uno, dos, tres.

Susykyu abrió los ojos, viendo el cielo estrellado bailar antes sus ojos y la luna danzar de manera hipnótica, sonrió y salió de bajo del agua. Tomando aire en grandes bocanadas, dejando al frío viento colarse en cada poro de su desnudo cuerpo. Se retiró el cabello de la cara, alzando de nuevo la vista y sólo encontrando en el oscuro manto el consuelo que necesitaba, quería volver a casa. ¿Qué hacía ella ahí?

Nado hasta la orilla, se sumergió de nuevo en el agua y al salir escucho un grito de susto, cuando se retiró el cabello de la cara apenas y logró divisar la melena rubia de Calista. Pobre, le tuvo que haber sacado un buen susto. Cogió la toalla y se envolvio en ella, saliendo del lago hacía su casa.

Solto un bostezo, agito la cabeza retirando agua de su cabello y a paso lento llegó hasta su cabaña, la cual estaba cerca del lago. Así lo había pedido ella, sólo gracias a Gabriel había logrado obtenerla. Al entrar se dejó caer en el sofá, giro el rostro y fruncio el ceño, había un vaso con agua en la mesa del centro. Ella no había...

— ¡Susykyu, querida!

Pego brinco olímpico por el susto, se levantó del sofá y vio con enojó al infiltrado, Nathaniel. Hermano gemelo de Gabriel y el problema de ella.

_— ¿Cómo has entrado a mi casa? — cuestionó mostrando los colmillos, dejando muy obvio su enojo a su no invitado.

— Primero que nada, cubrete. — señaló el humano, señalando sus pechos y ella volvió a coger la toalla que había caído, colocándosela. — ¿Sabes? Como que tengo envidia de tus enormes pechos. Segundo: entre por la puerta.

— Eres una estúpida.

— Lastimas a tu tío Nathi, se más dulce.

— Sólo di qué es lo que quieres y largate.

— Bien. — El semblante dulce y tierno, el coqueto de Nathaniel se borro. Ella dio un paso atrás, él podía llegar a dar mucho miedo. — Quiero que dejes de ser una tonta, deja de ser una chiquilla. — alzó la mano, la respiración de ella se cortó. Eran sus navajas. — Si quieres terminar con tu vida, dame el lujo de ser quien te disparé.

— ¡No tienes ningún derecho de ver mis cosas!

— ¡Tu deja de dañarte! — Nathaniel se guardó las navajas en los bolsillos del pantalón. — Este ahora es tu hogar.

— No es mi hogar. — gruño.

Nathaniel negó con la cabeza, derrotado, se volvió a la puerta y abrió. Se detuvo antes de salir, ella se enderezó y se enfrentó ante la triste mirada del humano, este sonrió de lado.

— Donde están las personas que te aman es tu hogar, entiende eso.

Entonces salió y el frío la envolvio más que antes, trago fuerte y bajo la mirada. Nadie tenía derecho a meterse en su vida, sólo dos personas tenian el poder de aquello, pero ya no estaban. Las llamas, el incendio, se los había llevado.

Cayó al suelo, sintiendo de repente el cuerpo débil y no tardó mucho en notar las lágrimas correr, los extrañaba tanto.

Soy fuerte, yo soy fuerte... lo soy.

Y aún así se quedó abrazada en el suelo, esperando que las piezas se acomodarán. Soñando con ser fuerte de una forma que la ayudase a olvidar el dolor de haber pedido a aquellos dos seres.

Jericho (Nuevas Especies 5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora