Adorado [ReixLen]

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¿Alguien ha pensado en el amor?

Algo más allá de lo carnal y desesperado. De lo inconsciente y lo impulsivo.
Un amor racional y apasionado, uno que sepa lo que hace y lo que espera.

Pues él sí lo había hecho. Ya se había imaginado entregando ese amor puro y coherente.
Pero no pasaba de imaginar, pues le era imposible brindarlo a la persona física.

¿Por qué no podía? Pues porque eran primos. La sangre de ambos eran parecidas y eso se considera, en muchos lugares, una atrocidad.

Creanme cuando les digo que Kagene Rei buscó desesperadamente los documentos inexistentes de su adopción o quizá la de su adorado primo, pero no.

Tenía doce años de edad cuando se dio cuenta de que Len era más que el familiar amistoso que solía ver rara vez. Descubrió que las sonrisas de Kagamine se le antojaban encantadoras y que su cabello le parecía muy lindo. Que era él su pedacito de un resplandeciente día, pero que sí mismo era el contraste de su primo. Él era la oscura noche.

Los años se le escaparon de las manos. Cuando consiguió ser independiente fue a los diecinueve años, justamente después de que sus padres lo encontrarán besando a un chico de cabellos turquesas. Ese chico, de nombre Mikuo, era apuesto y todo eso, pero no lo amaba. Fue solo una tarde, donde no lograron llegar a más de ese beso.

En fin, se mudó y decidió seguir con su vida. Creó una rutina algo aburrida que consistía en ir a la escuela, hacer las labores del hogar (que no eran muchas pues su casa era un cuartucho no muy grande) y salir a cazar alguna chica o chico atractivo a sus ojos. Algo normal para un muchacho de su edad.
Pero todo cambió un martes por la madrugada.
Tocaron insistentemente la puerta y con toda la pereza del mundo se levantó de su mullida cama y con cuidado la abrió. Unos brazos se enrollaron tras su cuello y una cabeza rubia se acomodó en su hombro, unas lágrimas se hicieron presentes acompañadas de unos hipidos ligeros y las disculpas de Len.

Oh, Kagamine Len. Su primo adorado ahora estaba en el umbral de su puerta, abrazándole y llorando.

...loanding...

— ¿A quién debo matar?— Pronunció estrujando el ligeramente más bajo cuerpo del rubio y cerrando la puerta tras de sí. Escuchó la risilla tranquila de Len y decidió que abrazarlo más fuerte sería bueno.

— A nadie... Solo, por favor, no me sueltes. Por favor, Rei.

Ese día Kagene Rei no fue a la escuela y durmió abrazado a su primo.

Los días pasaron y las respuestas vinieron con ellos.
Resulta ser que Len tuvo un problema parecido al suyo. Padres que no te entienden y deciden que nunca te tuvieron pues tu sexualidad es un asco. O algo así.
Sintió al monstruo de los celos carcomerle la nuca, pero lo dejó pasar.

Decidió que la existencia de ambos sí entraba en ese lugar que osaba llamar hogar.

Len aceptó gustoso.

(...)

Se volvió insoportable el convivir con su amado primo y no querer gastarle los labios de tantos besos que había querido darle.

Se tenían confianza y estaba seguro de que Len también lo quería, pero no sabia cuán fuerte era ese cariño.

¿Acaso también lo lograría amar?

Sabía que no encontraría a alguien como el rubio, que su amado era único y que era cuestión de tiempo para que alguien más se diera cuenta.

Tal vez si se confesaba y por fin se liberaba el pecho de esa presión podía sentirse mejor, sin embargo, tenía la certeza de que era muy posible que Len se sintiera asqueado.

Y bueno, él se sentía tan cliché.

(...)

Kagamine un día le invitó a salir a pasear por las nevadas calles. No se le podía negar a esos azules ojos.

Abrigados de pies a cabeza caminaron tranquilos, bueno, Rei estaba tranquilo y Len estaba completamente rojo y agitado.

— Len, ¿te sientes bien?

— ¿Eh? Ah... Sí. Yo, bueno, Rei... Yo, tu... Te, te debo, yo...

Los tartamudeos de Len comenzaron a exasperar al moreno. El impulso de idiotez se apoderó de su cuerpo y con una mano atrajo el rostro del rubio y chocó sus labios con los ajenos.
Se sintió tan maravilloso, pero resultó ser que lo pensó mejor y se alejó nervioso.
¿¡Qué mierda había hecho!?

Estaba por disculparse, salir corriendo, recolectar todas sus cosas, cambiarse el nombre y de país, pero las manos pálidas y frías de su primo lo tomaron de la nuca y volvió a juntar sus bocas.

Vaya, eso no se lo esperaba.

Lo tomó de la cintura, atrayéndole más hacia sí y sonrió durante el beso.

— ¿Sabes cuánto esperé por éste beso?— Le dijo Len al separarse, los labios los tenía rojos y seductores.

— Oh, adorado primo. Te aseguro que no más que yo.

Rieron y se encaminaron a ese lugar pequeño y destartalado que ahora, junto con Kagamine Len, se le hacía perfecta la palabra “hogar” para describirlo.

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