Capítulo 5: Lunes de salseo.

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Segundo lunes del curso.
Agh.

7:20 de la mañana.
Agh.

Un frío que pela.
Agh.

Valores éticos con Carol y Manuel.
Not bad.

Me levanté de la cama muy a mi pesar porque hacía mucho frío, desayuné y me vestí con la ropa más abrigada que encontré en mi armario. Salí de casa sin siquiera despedirme de mi hermana y me metí en el ascensor.
Estuve pensando en la vida, en el sueño que tenía, en el frío que hacía, en Manuel y en Marc. ¿Cómo dos personas tan jodidamente guapas podían haber llegado tan de repente a mi vida?
Motivos inexplicables del universo.
Me miré en el espejo del ascensor y me deprimí al comparar mi cara con las de los chicos.

Después volví al tema del frío, ya que el trayecto del ascensor se acabó y se me congeló hasta la médula.
Entonces decidí que aquel lunes no iría en bici al insti como siempre hacía.
No me apetecía que el viento gélido golpeara mi cara como si fuese una mosca muerta.
No.
De eso nada.

Salí del portal, acomodé el gorro gris que llevaba en mi cabeza, metí mis manos en los bolsillos y me encaminé hacia seis horas de estudio, mirando al suelo.

Iba caminando cuando, de repente, una voz muy familiar me sacó de mis pensamientos.

- ¡Paula! ¡Hey, Paula!

Me giré y vi a Marc correr con su mochila hacia mí lo mas rápido que podía.

- ¡Hey, hola! -lo saludé.

- ¡Que frío! -frotó sus manos entre sí, las cuales tenían un tono azulado que parecía poco saludable.

- Sí, ¿verdad?

Un silencio. Esta conversación era peor que un plato de mocos. Y encima incómoda.
Pero yo, la experta en acabar silencios incómodos, decidí hacer lo que mejor se me daba.

- ¿A qué clase vas a ir?

Paula, rompiendo el hielo desde 2001.

- Cuarto F, creo.

- ¡Que pena! Yo voy a cuarto G.

- ¿Y tienes algún amigo?

- La verdad es que nunca he sido muy de tener amigos. Siempre he preferido ir más por mi cuenta, ya sabes... -un silencio- ¿Y tú, ya tienes amigos?

- No, todavía no me ha dado tiempo...

- Hombre, normal... -parecía que iba a decir algo, pero de pronto me acordé de lo que pasó en mi casa el viernes. Y de que me vio en ropa interior. Así que no le dejé hablar y me puse colorada de sólo pensar la conversación que iba a tener- Emmm... Una cosa. Cuando estabas debajo de mi cama... ¿Me viste...? O sea... ¿Me podías ver? -temí la respuesta de ésta pregunta, la cual tardó en llegar más de lo que esperaba. Quería que dijera "no, sólo te veía los pies" o "no, estaba con los ojos cerrados".

- Sí, por supuesto.

Mierda.

Me miró como si fuese una loca desquiciada y siguió caminando como si nada, mientras que mi rostro empezaba a arder y agachaba la cabeza. Tuve la tentación de quitarme el gorro por el calor que empezaba a sentir, pero pensé que si lo hacía él se daría cuenta de que me había puesto roja. Así que no lo hice.

Además, todavía cabía la mínima posibilidad de que sólo me hubiera visto los pies.
Así que quise asegurarme.

- Pero... ¿Entera-entera o hasta la rodilla? -le miré a los ojos y él hizo lo mismo. Sonrió y volvió a mirar al suelo. Pareció entender qué era lo que quería saber.

Manuel BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora