Capítulo 3: ¿Hola?

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NO ME LO PODÍA CREER.

MANUEL BLANCO ME ESTABA PIDIENDO MI NÚMERO.

MI. JODIDO. NÚMERO.

Vale, Paula. Tranquila. Actúa como si te pidieran tu número constantemente. Eso es.

- Es que... Para hacer el trabajo tenemos que quedar... Y no sé dónde vives... Bueno, ahora sí. -se corrigió al observar las llaves con las que tenia intención de abrir la puerta de mi portal. Luego sonrió tímidamente mientas se rascaba la nuca- Y, sólo... -yo estaba babeando mentalmente, aunque puede que también lo estuviera haciendo en la realidad. Cuando estuve a punto de decirle que no me sabía mi número, el comenzó a hablar de nuevo- Olvídalo, da igual. Nos vemos el lunes.

Sonrió otorgándome una gloriosa vista de sus perfectamente alineados y blancos dientes, e hizo un gesto con la mano a modo de despedida mientras se alejaba caminando hacia atrás.

Entonces se subió a su scooter negra que por algún extraño y paranormal motivo no había visto ni oído antes, y se fue. Me quedé mirando la carretera por la que se había ido, incluso cuando ya había girado la rotonda y desaparecido de mi vista. Supongo que en ese momento parecía una idiota, pero la verdad es que me dio igual.

Después abrí la puerta a trancas y barrancas ya que estaba temblando por la emoción, y entré al portal. Ahora que lo pienso es más de idiotas temblar por lo que acababa de pasar que quedarme mirando a la carretera. Aunque supongo que estaba como un chihuahua con frío porque había hecho un gran esfuerzo físico (sí, para mi hacer una llave lo era) y porque lo había tocado. Lo sé, suena a estupidez pero el contacto de su piel contra la mía había causado que me emocionara por unos instantes. Además, parecía tan asustado y avergonzado... Era una monada verlo así de indefenso, aunque imponía a sobremanera el simple hecho de verlo.

Tan alto.
Tan robusto.
Esos ojos.
Esa voz.

Paula, no te motives.

Sacudí ligeramente mi cabeza intentando no pensar en Manuel, -me sigue pareciendo un nombre precioso- y entré a mi casa.

Nada mas abrí la puerta, me fui a mi habitación para quitarme la mochila del instituto.

Una vez dentro, me quité la camiseta y el pantalón que llevaba y me quedé mirando mi reflejo en ropa interior en el espejo por unos segundos. No sabía exactamente con qué propósito, pues todas las veces que lo hacía encontraba lo mismo: unas tetas grandes que molestaban mucho, unos pies enormes y una espalda tan ancha que podría ser nadadora profesional.

Probé a verme de frente y de perfil, pero nada. No parecía lo suficientemente bueno como para planear una sesión fotográfica de cuerpo entero. Así que me puse el pijama, me hice un moño desordenado y me desmaquillé. No solía llevar mucho maquillaje, lo justo para que la gente de la calle no pensase que acababan de entrar en The Walking Dead.

Cuando quedé limpia y cómoda, miré el reloj. Marcaba las tres en punto. Por lo tanto me dirigí a la salida de mi habitación y me dije a mi misma que ya era hora de comer.

Dudé seriamente entre esperar a mi hermana para comer juntas o no, y al final decidí que no. No me apetecía escuchar sus quejas hasta hacia el aire que respiraba, cosa que pasaba prácticamente a diario. No me quería ni imaginar la cantidad de quejas que tendría un primer día de segundo de bachiller.

Manuel BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora