Capítulo III: Ala Secreta

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2 de enero de 2016, Manhattan, Nueva York.

Veinte minutos. Eso duró el trayecto.

Veinte minutos en los cuales Amatsu-Kami se mantuvo con los ojos cerrados y sintiendo su estómago comprimido. Esa nave recorrió kilómetros en un santiamén.

-¿Estás bien?-A Wan Hoo le divierte verlo descompuesto. El Ángel puede sentir la bilis en su garganta y el retorcijón en el estómago. Con un poco de esfuerzo logra recuperar su compostura

-Ya están aquí- le informa el japonés mientras señala a tres hombres que los observan a unos diez metros. Están vestidos con trajes dorados, en una mezcla de esmoquin y túnica, y con un par de gafas oscuras. La vestimenta es exótica.

Ambos comienzan a caminar hacia ellos, y cuando ya están cerca, sin mediar una sola palabra, los hombres de dorado abren la puerta de una limusina.

-Tú no -le indica uno de ellos. Se refiere al japonés -. Solo un hombre fue solicitado ante Su Señoría, me temo que tendrá que quedarse.

Amatsu-Kami se dispone a subir al vehículo.

-Te veré más tarde.- Wan Hoo se despide del Ángel y la puerta de la limusina se cierra.

El auto se detiene después de una hora. Cuando Amatsu sale del interior de la limusina, de inmediato se topa con un edificio blanco, tan blanco que da la impresión de cegar. Todo es blanco: el asfalto, los carteles, e incluso los autos. Tanta blancura le resulta hiperbólica. Todo es tan genérico que pareciera irreal. ¿Qué lugar es ese?

-Por aquí. -Lo dirige uno de los hombres, de piel oscura y ojos rasgados (una genética extraña), mientras caminan por una acera ancha que va en dirección a la entrada del edificio. El frío cala en sus huesos y siente la necesidad de meter sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón.

-Quítese los zapatos - le ordenan y Kami obedece algo aturdido. Cuando todos han quedado descalzos, el agente abre la puerta con su huella dactilar y murmura unas palabras, seguido de un ruido estrepitante.

El Ángel se impresiona por lo que hay tras esa puerta. El interior del lugar parece ser un templo enorme, lleno de riberas y nubes colocadas sobre el techo, ¡literalmente riberas y nubes! ¿Cómo puede ser posible algo así? Él sabía que el humano había llegado a niveles elevados de tecnología, que el humano estaba desafiando a la naturaleza, pero poder crear una réplica exacta de esos valles verdosos, poder encapsular las nubes y conservar su belleza natural, eso sí que jamás creyó que sería posible, por lo menos no a manos del hombre.

-¿Qué es este lugar?- Allí dentro todo es cálido y siente un ligero alivio.

-Es tu hogar...

Escucha una voz y al girar se topa con un hombre viejo y de baja estatura, con los ojos rasgados. Lleva una túnica de colores vivaces y una trenza larga y fina cae por uno de sus hombros.

-Su Señoría.

Los agentes hacen una reverencia frente al hombre, pero el Ángel no los imita.

-¿Quién es usted?-El Ángel comienza a interrogarlo.

-Soy Jin Arizu. Temo que no hemos tenido la oportunidad de conocernos. Suzuka ha sido algo reservado en lo que concierne a su mejor alumno.

-Se refiere a mi maestro Suzuka. Nunca me habló sobre usted.

-Y es una desdicha que así haya sido. Cumplió bien su palabra de apartarse de los suyos. Bah, qué digo... Cosas del pasado que se convierten en presente si a la herida no se le echa una buena pomada. - Agita su mano en un gesto para restarle importancia a lo que acaba de decir -. Bueno, ¿qué tal si tú y yo platicamos un rato y así te muestro El Templo? Te aseguro que el color que es no es lo que es.

Ángeles Caídos: La Maldición del Niño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora