Capítulo VIII: Onna-Bugeisha

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Mientras Eros caminaba por la Segunda Avenida, no podía dejar de pensar en qué le diría a esa chica latina cuando la tuviera en frente

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Mientras Eros caminaba por la Segunda Avenida, no podía dejar de pensar en qué le diría a esa chica latina cuando la tuviera en frente. Se la pasó dando vueltas en la habitación del hotel con su cabeza trabajando al compás de una línea de pensamientos fatalistas: la latina dándole una bofetada, la latina pateando de nuevo su hombría, la latina escupiéndole la cara... No sabía por qué una simple mujer le provocaría tanto temor. Y eso lo enfermaba, lo llenaba de una sensación agria, pensar en ella era como tragar un lacerante ácido que cae en la boca del estómago y carcome cada pared estomacal. Se miraba en el espejo y repetía una y otra vez lo que le diría en cuanto llegara junto a ella. Parecía un avecita nerviosa e indefensa, revoloteándose por toda la habitación. Salió de allí con determinación, una determinación que flaqueó en cuanto la tuvo a pocos centímetros de él.

Ella está ahora invadiendo su campo de visión, perforándolo con las lagunas que suponen ser sus ojos. No sabe ni cómo pudo hablarle, pues sintió su voz atascada en cuanto ella lo miró.

-Trágate tu saludo -es lo que la chica suelta con naturalidad, pedantería disfrazada de amabilidad. Es ahí cuando Eros choca de frente contra el muro que ella impone entre ambos.

-Salga conmigo -le zampa Eros de inmediato, siguiendo el consejo de aquella chica Daria. La latina suelta una carcajada cargada de sorpresa e incredulidad.

-Panchito, aunque admiro tu optimismo y buen gusto para las mujeres, creo que tu mandato (porque ni siquiera te tomaste la molestia de preguntarme, por cierto) es una pérdida de tiempo. No quiero salir contigo, lo siento - le espeta con suavidad, como quien lo hace con un niño, y Eros comienza a desesperarse. Jamás ha tenido que doblegarse ante una mujer y esta arisca chica tiene la facilidad de hacerlo parecer un mero idiota e insistente compulsivo. Y es que no tiene más opción, al menos eso es lo que se ha metido en la cabeza. Así que intenta medir sus palabras.

-Cada día vivimos con extraños, señorita. Nunca conocemos realmente qué hay en el interior de quienes nos rodean -replica él, en el mismo tono que la chica antes usó. Satisfacción lo invade cuando ve que ella parece levemente aturdida-. Salga conmigo-le dice con cordialidad pegado a su nariz y de paso no puede evitar inhalar levemente su extraño aroma; una sensación agridulce lo invade-, le demostraré que los verdaderos extraños están más cerca de lo que cree.

Ivana siente que el aire pasa con dificultad por sus pulmones. La respiración de ese hombre contra la suya le provoca miedo. Miedo porque se siente a gusto con la cercanía. Miedo porque no siente miedo al tener a un completo extraño robándole el aire, la voz.

-A-Apártate -logra decir la chica y Eros, notando la firmeza con la que habló, se aleja de inmediato. No quiere ahuyentarla ni faltarle el respeto, solo convencerla, y tratar de obligarla no es la mejor manera, no sabiendo cómo esa arisca reacciona ante la fuerza-. No quiero ser grosera. No te conozco y tampoco tengo el interés de hacerlo. Solo déjame en paz -le dice con serenidad, aunque por dentro esté hecha un torbellino de emociones. A Eros le molestan las palabras de ella más de lo que debería. Mira aturdido hacia otro lado y no sabe realmente qué hacer. Esa chica no quiere saber de él y que se lo haya dicho de esa manera tan directa y cruda lo ha dejado sin armas. Así que, avergonzado por el rechazo de esa mujer, gira sobre sus talones y se va sin más. Pero... volverá.

Ángeles Caídos: La Maldición del Niño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora