Daria sabe que debe moverse de ahí cuanto antes, pero siente que sus pies cargan consigo toneladas de cemento armado y no le permiten dar un solo paso. Adentro de ese despacho ahora todo es difuso, la conversación pareciera ser distorsionada por algún filtro que no le permite oír nada. Agudiza el oído, pero inútilmente.
-Eso le sucede a los que intentan inmiscuirse en conversaciones que no deben ser escuchadas. -La chica, como acto de un reflejo involuntario, da un salto cuando escucha una voz a sus espaldas. Se irgue y voltea su cuerpo lo suficientemente lento para poder recomponerse del susto. Es ese chico que tanto le fastidia ver...
-Harold Walker -suelta ella con evidente y palpable desprecio. El chico está vestido con exagerada elegancia y a Daria le resulta aún más insoportable su presencia; algo incomprensible, pero latente.
-Daria Anderson -suelta el chico con el mismo desprecio que la chica y ambos se lanzan sonrisas forzadas y que evidencian repudio-. Es notable que estás sobrevalorada en este lugar. No creo que los idiotas que germinan un torrente de babas por ti sepan que eres una simple y común cotillera que se entromete en donde no la han llamado.
-¡Cierra la boca!
-Oh, "cierra la boca" -se burla-. ¿Es lo único que sabes hacer? ¿Dar órdenes como si todos tuvieran que doblegarse ante tu belleza? -Daria está rabiosa, algo que es frecuente en la presencia de ese chico, quien constantemente suelta palabras con veneno.
-Poco me valen tus palabras -le espeta.
-Solo palabras con un poder tremendo serían capaces de causar rabia. Es lo que percibo en ti. Desde aquí puedo oler tu coraje, niña -replica con una genuina sonrisa cargada de ruindad. Daria, impotente, alza la mano para abofetearlo, pero en ese mismo instante se escucha el crujido de la puerta del despacho abrirse y Harold la toma por la cintura bruscamente para apartarla de ahí y esconderse detrás de un monumento de Afrodita.
Ambos observan al viejo Arizu y a la pequeña familia hablar discretamente hasta que todos desaparecen de su campo de visión, excepto ese chico llamado Daniel.
Daria y Harold están tan pegados que cuando se percatan de ello, por un instante no saben qué hacer. Daria, aún rabiosa, se aparta con agresividad y se sacude como si el contacto con ese chico la hubiera contagiado con viruela.
-Aléjate de mí -le escupe la chica, llamando la atención de Daniel.
-Ya, ni que fueses Afrodita -le contesta Harold, hastiado.
-¿Qué sucede aquí? -Daria se voltea con agresividad y cuando ve que quien habló es ese chico que escapa de El Templo, se aturde por unos segundos.
-Ya te esperé lo suficiente. Larguémonos de una buena vez -le espeta Harold al chico, ignorando su pregunta. El joven lo ignora y se queda mirando a Daria, evaluándola con la mirada. La chica le sigue el duelo de miradas.
-¿Qué haces tú aquí? -interroga Daniel. Daria se irgue con elegancia y enarca una ceja.
-Estaba espiándote -se apresura Harold. Daria no se inmuta. Daniel ríe.
-¿En el despacho de Arizu? Como si pudiera -dice Daniel con una sonrisa. Daria frunce su entrecejo.
-Sí que pude. Lo escuché todo -replica. El joven suelta una carcajada.
-¡Qué chica tan divertida, Harold! -le dice al otro joven y este rueda los ojos con fastidio e impaciencia.
-Ya deja de divertirte con ella y vámonos de una buena vez.
-Apuesto a que fue frustrante no entender un cuerno de lo que hablábamos en el despacho del viejo Arizu, ¿no? ¡A que sí! -Daniel juega con la chica y le divierte ver su incredulidad plasmada en el rostro.
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Ángeles Caídos: La Maldición del Niño
Fantasy«Nacido como Ángel Caído, condenado a una vida sin amor; será un alma negra, guerrero de piedra. Vida por toda la eternidad, amor será mortalidad. Yo te condeno a la vida eterna sin amor, y si este hace cabida, la muerte se llevará la vida.»