22. Fatalidad

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Era el peor día para tan fatal acontecimiento, la luz del sol brillaba en todo su esplendor, en contraste con lo sombrío de los hechos que buscarían la sangre.

Todo el pueblo se hallaba presente, y como no, no todos los días se llevaba a cabo un duelo. No terminaba de explicarse como la gente era capaz de congregarse para presenciar tan mórbido acontecimiento; encontrar honor de una manera tan primitiva como esta, pero claro estaba hasta en la naturaleza: la supervivencia del más apto.

Se sentía perdida, no podía hacerse a la idea de que Jason estaba a punto de enfrentarse a su ex – suegro.

No había esperado ni un minuto mas después de sepultar al menor de sus dos hijos, tenía que defender el honor de este tanto como el de su familia. Esto a pesar de que sorprendió por demás a la joven se dijo a si misma que era lo que su mundo pedía, lo que era correcto.

Camino entre los presentes abriéndose paso para encontrarse lo mas cerca de Jason y mientras lo hacia sentía las frías y escrupulosas miradas de todos.

―Asesina―

―Pérdida―

―Vergüenza―

Los insultos no cesaban mientras ella peleaba por llegar a lado de su amado. En un instante en que los murmullos se apagaron, escucho el choque de las espadas.

Ya sin importarle a quien golpeaba se abrió camino entre la multitud, cuando al fin logro llegar al centro de espectáculo; se quedo paralizada mientras veía como Ricardo Stan hundía profundamente su espada en el estomago de Jason.

Sin importarle si el enfrentamiento había llegado a su fin corrió para detener la inevitable caída de su futuro prometido.

―Jason― dijo al tiempo que depositaba con sumo cuidado su cabeza en su regazo y con sus manos hacia presión en la herida, tratando de evitar que perdiera mas sangre; con la mirada busco entre el gentío a sus hermanos, ellos debían ayudarla a llevar a Jason al hospital. Oyó un susurro, de inmediato bajo su cabeza para oír las palabras de su amado.

―Tu me mataste,...tú... asesina― las palabras la aturdieron, alejándose precipitadamente de su verdugo.

―No...Ja...― sus palabras se cortaron al tiempo que veía que no se trataba de Jason, era Emiliano quien yacía en su regazo, sentenciándola con sus frías... pero verdaderas palabras. Sus manos estaban teñidas de rojo.

De golpe abrió los ojos, solo para darse cuenta que de nuevo; se despertaba de una pesadilla. Todavía estaba oscuro, pero al igual que la noche anterior no consiliaria el sueño de nuevo. Por un momento se pregunto si ese sería su pago, su compensación por haberle quitado la vida a ese buen hombre; porque aunque ella no había empuñado la espada, tirado del gatillo, desviado el volante de su auto o lo que fuera que hubiera provocado su deceso, lo había colocado en el lugar y momento equivocado.

Se levanto y tomando una de las mantas de sus aposentos camino hasta ubicarse en su sillón, aquel que le obsequiaba esa preciosa vista a los jardines de su casa y a ese cielo estrellado que ahora cuando mas lo necesitaba, ninguno de los dos le proporcionaba la paz que ella pedía a gritos.

El hecho de que ella supiera que no tendría un camino fácil para estar a lado de Jason jamás implico la sangre de alguien sobre sus manos... y si su amado no tenia suficiente habilidad para vencer a su oponente, cargaría con la responsabilidad de dos vidas inocentes por un capricho. Se reprocho de inmediato, lo suyo no había sido un capricho; ella amaba a Jason.

Se acurruco en el mullido sofá, subiendo sus piernas y abrazándose a ellas en un intento por encontrar la paz que el sueño podría proporcionarle; sabiendo muy a su pesar que si lograba llegar a los brazos de Morfeo solo encontraría ese atormentado rostro culpándola.

Un Baile DiferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora