Lección catorce: No te rindas

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La ciudad de Buenos Aires no era muy estricta con sus prpoias leyes, quizás por eso a Chiara le costaba encontrar una una rampa para subir a la vereda de las plazas, puesto que la mayoría de ellas estaban o destruidas, o bien tapadas por un auto u otro rodado.

Abandonó la plataforma de su patineta, caminó silbando hasta quedar cubierta por la sombra del sauce llorón y, sin levantar la mirada de las enormes raíces del árbol, tiró la pesada mochila con la que cargaba a un lado y exclamó en voz alta.

—¿Ya te cansaste de estar todo el día sentada en el tronco, monita pervertida?

Nadie respondió.

—¿Aún crees que un buen palo te puede consolar mejor que tu mejor amiga? Francamente no serías la única aquí que lo piensa, pero como que tu concepto y el mío difieren un poco, ¿sabes?

—¿Cómo me encontraste? —contestó al fin Nayla. La skater levantó la vista para encontrarse con el rostro magullado de su querida amiga.

—Primero, porque siempre que te enojas te trepas a un árbol. Lo haces todo el tiempo porque eres una enojona. Segundo, te gusta esta plaza... a mi también me gusta, pero más por costumbre que por vicio, lo tuyo es único. Y tercero, y por sobre todo, estoy viendo el Nayla-móvil atado en aquel poste. ¿Por qué no me contestabas las llamadas?

La chica sobre el árbol miró rápido a su bicicleta atada a un poste de luz cercano, se golpeó la frente con la palma de la mano, dudó mientras permanecía en silencio una eternidad para luego dar respuestas a su amiga.

—Es que no quería preocuparte.

—¿Y no pensaste que me preocuparía si no me contestabas? Bájate de ahí, me das vergüenza chica.

Una ramita fue a parar al pelo violeta de la adolescente, lo cual le hizo levantar la mirada y ver a su amiga tratando de huir trepando aún más arriba. Chiara no se lo permitió, tomó su pesada mochila, escaló rápidamente hasta alcanzarla y tras devolverle la rama por la cara, se sentó a un metro de ella mientras la miraba con gesto pesado. Nayla tenía el rostro destruído, parecía haber tenido la suerte de hacer las veces de saco de golpear para tres boxeadores a la vez. Era muy sorprendente encontrarla en ese estado, más aún habiendo visto sus habilidades marciales de primera mano al derrotar sin problema a las chicas que la molestaban desde el primer día en el colegio.

—Cielos manita, te partieron el marlote.

Ella se sentó en la base de la rama y se abrazó las piernas.

—Me lo partieron bien partido, chicharra.

—Y entonces, ¿quienes fueron?

—Tú ya sabes.

—Volviste a ir detrás de esos asesinos, ¿Cierto?

La castaña no respondió, dando por cierta la respuesta. Ambas muchachas permanecieron en silencio mientras que la gente de la plaza mantenía un barullo constante compuesto de risas de niños, gritos de borrachos, golpes de pelotas y carreras de diversas índoles. Chiara volvió a iniciar el diálogo.

—Al menos le pudiste marcar la cara a alguno.

Nayla acarició la marca de la navaja sobre su rostro.

—Noqueé a uno.

—¿Cuántos eran?

—Creo que seis.

—Ah... Bueno, ven conmigo. No está bien que te quedes sola.

—Quiero estar aquí, si no te molesta. No me siento bien conmigo misma y en este estado puedo ser muy grosera.

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