Abordar un camión sin ser identificados fue tarea fácil, permanecer en el anonimato no. Nayla y Líen se tuvieron que acomodar entre las sandías y el techo, y permanecer lo más quietecitos posible, ya que el menor movimiento podría ocasionar que los vegetales rodaran cuesta abajo causando gran estruendo dentro de la camioneta.
El traqueteo del camino fue constante hasta llegar a una ruta medianamente aceptable donde al cabo de un rato, la incomodidad de estar quietos y en silencio con la panza para abajo fue superada por un choque de calor insoportable propio de aquellas fechas y de la baja capacidad aislante de la lona sobre sus cabezas.
—Quedate tranquila, damita, en la primer parada que encontremos nos bajamos sin que lo note y huimos para donde vos quieras —susurraba ocasionalmente Líen tanto para ella como para sí mismo. Los nervios lo traicionaban y aunque quería estar calmado, mantener la serenidad sabiendo que su bienestar como el de su novia dependía enteramente de él lo hacían dudar de cada una de sus decisiones. No quería estar ahí.
—Por mí no te preocupes. Estoy bien —mentía Nayla para consolarlo.
El andar del camión continuó insufrible, ambos jóvenes sentían que de un momento a otro se ahogarían en su propio sudor, todo ese calor los asfixiaba y las sinuosidades del camino los tenían al borde del vómito, cuando una loma de burro hizo que el rodado diera un salto ocasionando que el cuerpo de Nayla saliera disparado hasta chocar el techo y caer con fuerza destrozando una sandía y mandando el resto de las mismas despedidas colina abajo hasta reventar contra el suelo. El camionero clavó los frenos haciendo que Líen saliera disparado y chocara con la parte frontal del acoplado, profiriendo un fuerte quejido involuntario.
—¿Quién anda ahí? —bufó el conductor.
Los chicos se buscaron mutuamente en la oscuridad comprobando la integridad física de su amado antes de dirigirse con presura a la salida del camión, pero era tarde: el chofer ya les había cortado el paso.
—¡Así que un par de polizontes! Y por lo que veo ya se dieron un pequeño festín con mis sandías.
—No señor, no es lo que usted piensa...
—Déjenos ir y le pago todo los inconvenientes ocasionados —Se adelantó a proponer el chico de rulos, a sabiendas que una simple explicación precedida por una disculpa no le bastaría a tipo que tenían en frente, el cual cargaba consigo una escopeta y ya estaba apuntando al par de desconocidos sobre su camión.
—Salgan de ahí —ordenó el robusto camionero—, vamos a arreglar estas cosas de hombre a hombre.
Los adolescentes obedecieron causando una enorme sorpresa en el camionero al notar la belleza descomunal de Nayla.
—Muy bien, ya sé lo que vamos a hacer: a vos te voy a entregar a la policía, así aprendés a respetar el trabajo ajeno, y vos, muñequita, vas a venir conmigo.
Los jóvenes protestaron. —¡¿Está loco?! Déjenos ir y si quiere le pagamos lo que rompimos.
—¡Vos, pendejo, cerrá la boca! Ya te dije que te iba a enseñar a respetar el trabajo de los demás. Esto no lo vas a arreglar con plata.
—¿Qué me piensa hacer? —cuestionó la muchacha. El camionero no respodió con palabras sino con una risa que los llenó de repulsión. Consciente de que ese tipo era malvado, la adolescente presionó la mano de su novio como indicándole que procediera, y éste al ver al hombre voltearse a buscar cuerdas no dudó en golpearlo con una rápida patada en las sienes, haciendo que cayera inconsciente al instante.
—¡No puede ser! Está...
—¿Muerto? No, sólo lo dejé inconsciente por un par de horas. ¿Sabes conducir?
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Lecciones de artes marciales
AzioneNayla encuentra un diario repleto de fechas y lugares escritos en sus hojas, y decide devolvérselo a su dueño, pero al acudir a una de las citas se encontrará con que lo que lleva en su poder es en realidad la agenda de un asesino. Días, horas, luga...