Lección veintidos: monstruos de la sociedad

221 13 9
                                        

Creía que ese momento jamás habría de llegar, se sentía indigno de estar viviendo esto. Caminaba por la calle Corrientes con Nayla prendida de su brazo buscando estatuas para sacarse fotos graciosas y hacer un album el cual la joven pretendía presumir en todas sus redes sociales... ¿Qué tenía él que pudiera presumirse? 

Doblaron en la esquina de Paraná camino hacia la plaza Congreso porque ella recordó que llevaba algo de comida para las palomas y pretendía ver qué tantas posibilidades tenía de sacarse una foto rodeada de ellas, cuando Líen cambió de tema para ver cómo la estaba tratando la vida.

—Ya hace más de un mes que estás estudiando peluquería canina, ¿no?, ¿cómo va eso?

—La verdad, muy bien. Dura sólo tres meses y por ahora sólo me tienen haciendo baños y rapando con ayuda, pero como el curso es más que nada prácticas creo que puedo salir de ahí y conseguir trabajo sin problemas. Además, el dueño siempre me felicita porque me llevo bien con los animales.

—¿Con todos? Qué raro viniendo de alguien que no tiene perro.

—Llamalo instinto.

Líen le frenó la marcha para que frenara porque un coche había girado abruptamente y ella se lo agradeció.

—¿Y también cortás a gatos?

—¡Yo no corto a ninguno! Y no, el curso es de peluquería canina, no felina. Eso es otra cosa.

Llegaron a un semáforo donde decidieron sacarse una nueva foto antes de cruzar, avanzaron algunas cuadras entre veredas tan angostas que no les permitían andar uno al lado del otro y apenas llegaron a la avenida donde se encontrarían con la plaza, ella lo estampó contra la pared de un modo algo brusco, sorprendiéndolo para luego besarlo como si fuera el último beso que pudiera dar en su vida, saboreando los detalles de su boca, hundiéndose más tarde en el hueco de su hombro y volver rápidamente a morderlo primero en el mentón y luego subir hasta sujetar su labio inferior con delicadeza, estirarlo un poco y soltarlo para darse nuevamente a la tarea de besar. 

—Te extrañé mientras no podía caminar agarrada de tu brazo —justificó por la mirada confundida del adolescente.

Líen estaba abrumado; él no sabía nada de besos. En una confesión algo triste le admitió a su compañera que aquel acto violento donde Nayla estampó sus dientes contra los suyos había sido para él el primer beso, y ella —tras deshacerse en una risotada— le juró que lo besaría en cada oportunidad que tuviera hasta que para él se volviera tan normal como respirar, pero la situación lo estaba superando. No se esperaba que ella cumpliera su promesa tan al pié de la letra.

—¡Llegamos a la plaza! Espero que el congreso no sea tan pequeño como el cabildo o el obelisco...

—Sí —respondió el chico de risos—, esos fueron decepcionantes.

—No sé si decirles así, pero es que yo esperaba que fueran colosales.

—Para su época quizás lo hayan sido, pero ahora los vemos como construcciones muy pequeñas.

—No estoy segura de por qué sea esto, pero Argentina está llena de mitos o falsas expectativas para los extranjeros.

—¿Como cuáles?

—Como calles despobladas de tango, gente que no lo sabe bailar, absolutamente ninguna cancha de fútbol comunitario donde los chicos puedan ir a practicar... Che, ¿a vos te gusta el fútbol o sólo el taekwondo?

El chico arrugó la cara. —Gustar, me gusta, pero digamos que no puedo acostumbrarme a patear como jugador, y las veces que jugué siempre lastimé a alguien.

Lecciones de artes marcialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora