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—Eider...—un susurro que apenas puedo oír. Se escucha tan lejano que parece que me hablan desde el otro lado de una autopista.

Vuelve a repetir mi nombre y este se escucha más cercano.
—Acercate...

Destellos de luz. Patrullas. Fuego.

—¡Corre!
—No me dejes.
Es demasiado.
Son recuerdos pero están revueltos como mis pensamientos.

—Se fuerte.

Corro por el bosque. Mi corazón palpita tan fuerte que temo que se me salga.

Un suspiro. La habitación. El hombre al que más terror le tengo.

—Y dime...¿sabes qué ocurrió aquel día?
—N...no—tiemblo.
—Has un esfuerzo.
—¡No!

Y también huí. Toda mi vida he huido de mis propios miedos. He huido de mis demonios y en vez de sacarlos de una buena vez parece que los acerco. Mi miedo alimenta sus deseos.

Y una luz cegadora se acerca a mí y me deslumbra. Un sonido sordo llena el vacío. Me siento al fin en paz.

Sigo viva y lo sé porque escucho mis signos vitales sonar a través de la máquina que los muestra. Entrecierro los ojos y logró divisar la habitación. Poco a poco me incorporo y acostumbro mi vista a la luz. La habitación es de un blanco impecable. Las sabanas son azules pastel y debajo de estas solo llevo un mono puesto. Tengo un tubo conectado al oxígeno en la nariz y otros más pequeños en mis brazos.

Un dolor pasa por mi cabeza como una aguja y cuando intento tocarme la cíen noto que estoy esposada.

—¿Qué...?
No completo la pregunta. Mi padre interrumpe mi maldición entrando a la habitación con cautela sosteniendo un par de cafés. Se sorprende al verme despierta.

—Eider, despertaste— casi suelta los cafés de la emoción. Estoy a poco de contestarle con sarcasmo: no papá, estoy totalmente dormida que no puedo ni contestarte; pero no lo hago.

—¿Cuánto tiempo estuve dormida?—a penas logró escuchar mi voz. No sabía que tenía la garganta tan jodida.

—Unas cuántas horas, a lo mucho.

—¿Porque estoy esposada?—poco a poco recobro la voz.

—Hija...—guarda silencio. Odio que haga eso, es como...no es tan complicado contestar, no tienes que buscar cómo decirlo o en todo caso esperar para que las ansias me carcoman, solo dilo—Sé lo difícil que lo de tu mamá fue y luego...—otra vez el mismo cuento que me sé al derecho y al revés—Estoy aquí para apoyarte, te prometo que voy a ayudarte a salir de esto.

Pero como mencioné son solo palabras, no la verdad.

—¿Esto? ¿A qué te refieres?
—Ya no tienes que fingir conmigo. Sé de todo lo que has pasado.
Espera...¿¡qué demonios está pasando?!
—Para serte sincera, no te estoy entendiendo un carajo. Me siento bien sí. Quiero irme a casa.
—No puedes.
—¿Porque no? Ya te dije que estoy perfectamente bien.
—¡¿Te parece que intentar suicidarte es estar bien?!—está molesto, está muy molesto. Es conmigo pero a la vez no.

—¿De qué diablos hablas?
—Te encontré en el baño...tú..., y luego intentaste ahorcarte, Eider—las lágrimas brotan rodeando su rostro, delineando esa barbilla aún sin afeitar. No puedes hacer nada sin mí.

Dice mi nombre con desesperanza y dolor —Lamento haber sido un mal padre y no estar contigo pero...¡puedo cambiar!
—¡Yo no hice nada de eso!
—¿Ah no?— se acerca a mí y me toma del brazo.

Lo que veo después hace que mi cabeza de vueltas. Una profunda herida en mi brazo, fresca, hecha con lo que creo puede ser un cuchillo muy afilado. O un hacha.
—Yo no fui...jamás lo haría — titubeo al hablar.
—Por favor. Solo acéptalo.
—¡¿Por qué?!
—Así voy a poder ayudarte.
—No necesito tu ayuda porque no me pasa nada. ¿Ok? Y si algo me sucediera sé que contigo no contaría.—me suelto de su agarre con un movimiento brusco. Ambos nos quedamos callados.

Detrás de las tinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora