De cuando Draco escuchó reír a Hermione por primera vez

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Él ladeó la cabeza divertido, aún sosteniendo el vaso en su mano. La miró reír y un extraño calorcito se instaló en su pecho, los recuerdos volaron a su mente...

Hermione Granger siempre le había parecido sumamente aburrida, desabrida, engreída, altanera, y ahora que tenía que trabajar con ella, su impresión de ella no había mejorado. Después de la fría y más que obviamente impuesta bienvenida que le había dado, y de haber comenzado a mascullar órdenes a distra y siniestra como si él fuera un jodido elfo doméstico, ah si perdón, peor que si lo fuera porque todo ese teatrito era para poner a todos los elfos en un crucero por el Mediterráneo, se había atrevido a compararlo con una criatura de intelecto semi humano como un centauro, o Potter o Weasley, pidiéndole que tomara notas de sus estupidas explicaciones... nunca en su vida había tomado una nota ni en Hogwarts, no iba a empezar ahora, pero dejando eso de lado, habían estado trabajando en un ambiente de falsa cordialidad. Su primer "trabajo de campo" había sido en Hogwarts. Que nostalgia... Excepto que él no sentía ninguna. Las últimas dos veces que estuvo ahí habían sido dos de los peores días de su vida, el día que Dumbeldore murió y el día de la batalla final. Los otros 6 años habían sido un sube y baja, pero no podía recordar ningún buen momento mientras caminaba por los pasillos y resoplaba evidentemente molesto, mirando con una mueca de asco y desdén las paredes de aquella prisión. Porque sí, él había aprendido a odiar ese estúpido castillo. Siempre pensó que cuando por fin recibiera su carta y pudiera asistir al famoso colegio, sería el chico más feliz del mundo. Él era un príncipe entre los magos. Era un sangre pura. Era un Malfoy. Todos los chicos pelearían por ser sus amigos. Todos lo admirarían por su inteligencia, su superioridad, porque él era el único que sabría volar en escoba, y el que lo haría mejor de toda la clase. Porque él sería el primer mago de primer año en ser elegido para participar en el equipo de quidditch. Porque todos los maestros le temerían y lo respetarían a partes iguales. Porque él era una celebridad. Era de la realeza. Con lo que no contaba era con San Potter. Si hubiese sabido quien era desde el primer día que tuvo la desgracia de cruzarse en su camino, quizá en lugar de haber platicado con él de forma amistosa como lo hizo, lo habría hechizado, noqueado, desmemoriado y desaparecido. Aunque en el fondo sabía que eso era imposible, pues apenas y tenía una varita y sabía un par de hechizos, pero se recriminó mil veces no haberle causado una mejor impresión a cara rajada. Una que lo hiciera temerle, respetarlo, alejarse de su maldito camino. Porque desde el primer día en Hogwarts, el estúpido cara rajada no hacía más que humillarlo. Debió sentirse honrado de que él le pidiera ser amigos. Pero no: había preferido a la comadreja. Hubiera tenido que impresionarse cuando él mostró que volaba bastante bien enfrente de toda la clase. Pero no. El chico que jamás se había subido en una escoba en su vida, había hecho una tremenda demostración de habilidades en vuelo, logrando lo que él más deseaba para sí mismo: un lugar en el equipo de quidditch. Y desde ahí la cosa no paró. Por más que él se esforzaba en hacerle la vida imposible, de alguna manera, Potter y el andrajoso comadreja y la sangre sucia esa siempre encontraban la forma de salirse con la suya. Él trataba de ser optimista. Tenía un ejército de aliados detrás de él. Además de un par de muy atemorizantes guardaespaldas. Pero ni habiendo logrado poner a toda la casa de Slytherin contra Harry Potter le había logrado hacer suficiente daño. Había tenido sus aciertos, pero luego el idiota cara rajada encontraba la forma de igualar el marcador y hasta darle la vuelta. Lo odiaba. Con todas sus fuerzas. O eso creyó al menos... porque cuando tuvo su vida, su maldita jodida vida en sus manos, en su boca, una sola palabra suya lo habría condenado y por fin, adiós al grandioso Harry Potter, no lo pudo hacer. No fue capaz. La rivalidad con cara rajada había terminado cuando Potter le había pagado el favor de haberle salvado la vida, demasiado pronto para su gusto... ni eso le podía conceder el muy maldito, el ser la mejor persona entre ellos dos, tenía que igualar el marcador, tenía que superarlo, claro, tenía que ser San Potter.

- ¿Podrías dejar de resoplar como toro por un segundo y comportarte como si no tuvieras un palo atorado en el culo? - la odiosa voz de Granger lo devolvió a la realidad

Él enarcó una ceja

- Oh, vaya, la heroína del mundo mágico tiene garras... enseñaste los colmillos Granger, ¿con ese sucio hocico comes?

- Cállate Malfoy, no estoy de humor, esto es importante

- ¿No estás de humor? ¡Qué raro! ¿es ese día del mes? porque estás especialmente odiosa

- Mira quien habla... el príncipe de los cínicos y los sarcásticos resentidos con el mundo

Draco iba a replicar algo, cuando una risa que le erizó los vellos de la nuca resonó

- ¡Pero niña! que boca tan sucia - decía Peeves meneando la cabeza - sin embargo, tu compañero tiene un punto... te ves tensa... - dijo acercándose peligrosamente a ella

- No te atrevas - dijo ella retrocediendo y buscando su varita en sus ropas

Antes que pudiera reaccionar Peeves ya había comenzado el ataque de cosquillas hacia ella.

Ella se reía histérica, tratando de resistirse sin éxito, miraba a Draco como pidiéndole ayuda, pero él estaba muy divertido viéndola sufrir. Cruzó sus brazos en su pecho y la observó con la ceja alzada y una sonrisa triunfal.

- ¿Quién era el que tenía un palo atorado en el culo entonces? jamás pensé que pudieras reír Granger

Y realmente ahora que lo pensaba, nunca había visto reír a Hermione. Sonreía a menudo, rodeada de su séquito de imbéciles, pero no así, no a carcajada limpia, no con ese dejo de histeria. Y sin saber por qué, la risa de Granger, le dio risa a él también.

Ese sentimiento no había cambiado, desde aquella primera vez, se había visto arrastrado por la risa de Hermione en numerosas ocasiones. Esta no era la excepción. Sonreía mirándola reír histérica. Sabía que ella debía desahogarse.

De cuando Hermione amaneció con resaca en casa de DracoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora