Capítulo 2

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Y empecé a pensar cuándo había comenzado esta carrera son fin, cuál había sido el punto de largada en la ruta trash, cómo había construido mi ser. Y al instante apareció la imagen y el sujeto en cuestión. Un novio, ese novio que parecía perfecto. La perfección me seduce. Como a todas. A pesar de mi naturaleza border, adoro la armonía que contiene la belleza, qué se le va a hacer. Cuando veo un varón bello, las piernas dejan de ser el sostén de mi cuerpo y tambaleo.

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Blue Lagoon brillaba, y cómo. Pero por suerte, a mí los metales preciosos no me mueven un pelo. No soy una chica materialista y llegado el momento, las alarmas me suenan hasta el hartazgo, veo la verdad y todo eso que sólo había servido para encandilar, me da la fuerza suficiente como para tomar las llaves y escapar como loca.

Blue Lagoon había aplicado para ser mi novio. De vez en cuando me dejo llaevar por el vaivén romántico y juego a la casita. Fue bonito mientras duró. Como esas conocidas que una insiste en presentar y las define como "una chica simpática". Todos sabemos bien de qué se trata.

Era labmas lindo del mundo y no sólo para mí. El entorno femenino lo miraba bastante y eso a él lo volvía loco. Adoraba ser adorado. Sus pectorales se inflamaban segundo a segundo cuando tenía registro de lo que producía en el mundo-féminas. Porque, no debo ser ingrata, Blue Lagoon parecía un modelo. Un poco bajo, pero cualquier incon de su cuerpo era digno de acariciar. Fuerte, duro, suave. Los carne blanda era algo e posible de encontrar, desde su cabeza y hasta los pies. Tenía una sonrisa increíble, debesas que me gusta lamer. Era difícil llegar al enojo con Blue Lagoon. Porque sabía que con sólo mostrarme  sus dientes, me tenía entre sus puños.

Yo no era la única que había descubierto la pólvora. Las mujeres le respetaban cerca y el problema era que estaba más preocupado en la cantidad que en la calidad. Creía que el amontonamiento de vaginas tenía que ver con la masculinidad. Pobre, mientras el hacía acopio de suspiros de diversas calañas, la obviedad de la práctica me hacía reír. Y mi risa de hace escuchar. Un día estaba en su casa con varios de sus amigos y sonó el timbre. Raro, ¿quien podría ser? Abrió y entró una morocha -ni siquiera sé su nombre, parece que lo usual era la multiplicación crónica de mujeres- ajustada como un peceto. Es una amiga, dijo. No sabía que él había empezado a un defensor de la amistad inter-géneros, eso estaba vedado para mí. La rotunda dio vueltas por los ambientes, exponiendo sus curvas. Por supuesto, para mí era una muestra de la más repugnante vulgaridad. No dije nada, silencié mi impulso asesino. Pero las reacciones se cuelan por la grieta menos pensada. A los pocos días, Blue Lagoon vino a mi casa. La tarde empezaba a dominar la escena y yo había aprovechado el día de descanso para acomodar los placards. Si, tengo MUCHA ropa, y ni que hablar de los zapatos. Mi fetiche, como es la ropa interior, ocupa cajones y cajones. Viviría cambiandome de botas y bombachas en continuado...

Había tenido mi labor, que felicidad. Por lo menos por el tiempo que iba a dura e mi cuarto en orden. Sólo me cubría una remera blanca. Y llegó el chico. Como bien dije, el acallamiento de sensaciones in situ es novicio para mi salud. La furia agazapada ante la escenificación -pésima- de la defensa de la morocha, brotó como la lava. No tengo idea por qué, pero le grité. Y nada detesto más que no se queden para escuchar mis gritos. Quiero hombres estoicos que pongan el cuerpo para que yo los mansille. No era este el caso. Abrió la puerta ante mi cataratas insultos. Y atrás salí yo como un huracán, corría y yo detrás de él.  Había olvidado un detalle: estaba descalza, y la remerits, nada más... Miré para abajo pero ya estaba jugada y seguí. Con la cara mojada de transpiración y lágrimas, me detuve en el medio de la calle. Respiré hondo y como una princesa, volví a mi casa.

Después, con el tiempo, iba a darme cuenta de que este acontecimiento me resultaría muy útil. Los celos desaparecerían de mi vista. La bola de curvas que había provocado esta acción ridícula me sirvió de sillón para acomodar mi cuerpo. Empezaba una vida neva, la del hedonismo crónico: me transformaba en una gozadora y nada ni nadie podría intercalarse en mi camino. Basta de acompañar en silencio los gustos de otros -y no sé muy bien por qué siempre eran horrendos-, los programas aburridos y la construcción tozuda de la identidad del varón. Con un meneo lento, la ropa comenzaba a ajustarse sobre mi piel y la sangre corría con más velocidad.

Pero, volviendo a la pobre víctima, el niño bonito competía conmigo. Una pérdida de tiempo, hermano. Y yo, que nada me gusta más que provocar, lo hacía ante públicos multitudinarios. Una noche, estábamos en una fiesta y el aburrimiento empezaba a hacer efecto. Quería mi alimento para salir del estado de sopor. El grupo empezó a crecer y los temas de conversación me adormecían segundo a segundo. Él hablaba de autos y motores. ¿Hay necesidad? Parece se para él, sí. Después saltó de asunto y recaló en el de mujeres. Yo muda (hay que saber esperar); cuando quiero, soy letal. En un momento, alguien me preguntó por la inteligencia y no sé cómo, terminé afirmando que yo era más inteligente que Blue Lagoon. Me odió, pero la verdad no ofende, dicen. Su inseguridad física e intelectual me daba gracia, pero eso es soo común en las huestes masculinas.

Una tarde iba divina sobre mi moto. Tomé la alocada decisión de cruzar una avenida con luz amarilla y un tío me levantó por el aire. Una ambulancia me socorrió y esperé la llegada de alguna caricia conocida errante la internación. A los minutos llegó papá, el último dandy en estado puro. Impecable con su traje y su paraguas, entró al ambiente aséptico y blanco. Y en un segundo lo tuve a Marty Feldman frente a mí. Sus ojos, más parecidos a dos CDs, se le salieron de las órbitas, mientras su color devino en gris claro. La misma cara del terror, y yo soy su calco. No podemos ver sangre ni siquiera en el cine. Usamos las manos en forma de telón para no ver. Así que su entrada se transformó en y un hecho olvidable. Me miraba ahí tiradita y su cuerpo me recordaba al de y la culebra. Daddy se retiró a un costado y me entregaron a las sabias manos de un traumatólogo. Había que repararme. Y atrás apareció Blue Lagoon, tarde, como siempre. El médico, sin avisar, me retorció los dedos de mi pie izquierdo para acomodarlos, sin anestesia. En ese mismo segundo, mi novio rubio cayó al suelo como una bolsa de papas. ¿Adónde había quedado tanto macho? La nena gritaba de dolor -ya me habían dado unos puntitos En La cara, también a pelo- mientras los rulos de Blue Lagoon limpiaban el piso del hospital. Él, que era hijo de un militar retirado y que había aprendido lo que es ser hombre en el seno de esa familia, parecía una débil mariquita. Él, que era el tercero de cuatro hermanos varones, siempre listos a la hora de la arremetida machista,tenía el upite fruncido. Todos corrieron a socorrer el cuerpito gentil de Blue Lagoon, mientras yo intentaba limpiarme el rimmel corrido por las lágrimas. Un panorama desolado. Por supuesto, a los gritos llamé a papá, nadie como él, gracias a Dios. A pesar de no ser muy adepto a las situaciones limites, mi papá siempre está. Y ahi esa al salvataje de su hijita. Me metió en el auto como pudo -es u hombre de contextura pequeña- y me llevó a lo de mamá,  con quien vivía aún. Blue seguía azul en la guardia.

La pesadilla con el sexo opuesto continuó. La convalenca era interminable, no tenía ganas de hacer nada. El libro de turno que intentaba ocupar el lugar de entretenimiento, me pesaba en las manos, la televisión me retumbaba en la cabeza y tampoco podía dormir. Una mañana, con puntos en la cara y la pierna enyesada, se acercó a mi cuerpo semi mutilado, Lu, mi hermanito de cinco años. Divino Lu, era como mi muñequito. Vivía apretujándolo y besando sus cachetones. El problema fue que el chiquitín había descubierto una maza en la caja de herramientas. Niño curioso como si hermana mayor. Y así, como un ángel endemoniado de ojos azules enormes, empezó a acercarse de a poco. Cuando llegó frente a mis dedos en estado de embolia, levantó la maza y la emprendió duro contra mi piecito de geisha. El grito de escucho hasta Mar del Plata, ida y vuelta. Y atrás, el llanto de Lu, aterrado por mi estridencias. Una pesadilla, estaba desolada. Todos hombres que me rodeaban no hacían otra cosa que provocarme más y más angustia.¡Por favor, algún hombre para contenerme! Quería volar a Amazonía, a ese paraje divino, sin varones molestos.

Las semanas pasaron, me curé, decidí que era hora de vivir sola y me mudé. Por si esto fuera poco, Blue Lagoon me largó. Se había dado cuenta de que no teníamos nada que ver. ¡Por supuesto! Había preferido una típica chica de barrio, con BMW rojo shocking y cuenta abultada de su padre, en el banco. Una obviedad. Solté un lastre y entre en el camino del placer, de las sensaciones, del que nunca más pienso salir. Es una adicción, indeclinable y extraordinaria. Pero no es para cualquiera, es brutal, bestial. Hay que tener el lado animal muy desarrollado.

Todo es tan previsible...

BABY TRASH confesiones de una chica deliciosamente cruel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora