Capítulo 17

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A veces tengo ideas cerradas de la realidad. Como la falacia de pensar que los muchachos peronistas eran animales extinguidos, o por lo menos en vías de extinción. Error. Son elementos difíciles de borrar de la faz de la Tierra. Una pena, por ellos digo, sobre todo por el momento que debe vivir cuando se topa con una chica como yo.

Tengo una amiga que tiene ansias de celestinaje y siempre anda buscandome apareamiento. Desde que nació, Fer buscó su destino junto al varón, y con las mejores intenciones, derrama sus máximas románticas a cuanta mujer se le ponga en frente. En este caso, el target fui yo. Y así fue como tuvo la idea --infeliz, pude corroborar luego-- de introducirme a Juan Domingo, un cuadro político menor. Nunca había interactuando con un ejemplar de esos territorios, pero la curiosidad pudo más y, sobre todo, la idea de que un muchacho dedicado a la política podría dominar un discurso inteligente.

Juan Domingo llamó y me invitó a comer. Y nunca aceptó citas a ciegas, sobre todo desprende haber experimentado dos cruces infames: una con un hombre de orejas gigantes más parecidos a Dumbo que otra cosa, y otro con una variedad local, residente del estado de Texas, realmente repugnante. Un verdadero asco. Eso había eliminado rotundamente mi arrojo previo. Pero Fer había prometido carne de primera. Y Malala,una amiga de mamá, seguramente recordando sus romances setentistas, me había recomendado el sexo peronista. "Esos muchachos te ponen contra la pared y te dan duro", había vaticinado ella. Nuevo error, jamás tomar experiencia de otra generaciones como si fueran oráculos.

Juan Domingo era un típico muchachon: pierna fuerte, cara de hombre, testosterona en exceso. Bien, prometía, y la pase de maravilla, no lo puedo negar. Se cebó y quiso seguir, a tomar algo (programa que no entiendo, sobre todo si no estoy del todo interesada en el individuo). Y bueno, habrá que tomar. Ahí ya se puso más cercano el roce de los cuerpos se puso interesante. Pero me hacía la linda y desestabilice la cosa como para que yo terminará en mi cama y él en la suya. Al día siguiente reincidio: me llevo a un estreno teatral, de esos a los que nunca quiero ir, pero esta vez accedí. Obra mediocre y comida obligada. Allí se tildó y empezó a hablar del movimiento. Y ni del que pretendía ensayar conmigo de manera
horizontal, del peronista. ¡Pero qué aburrimiento, por favor! Nada más demodé que el peronismo, ese que combina además, el bombo y el fútbol. A ver chicos, si se enteran de que estamos hartas de la argentinidad al palo con melancolía tanguera, cancha y queja perenne. ¡Basta! Y por si esto fuera poco, el muchacho peronista quería afiliarme. No pare de argumentar en contra, y con una solvencia tal, que lo descoloque. Yo quería que se callara y, en todo caso, que accionara. Tenía manos grandes y yo había empezado a fantasear con su recorrido, pero parece que Juan Domingo prefería el discurso.

Subimos a su auto viejo y lleno de porquería, creo que era un Taunus. Él creía que eso lo transformaba en un militante interesante; a mí me parecía un imbécil. Y enfiló hacia su casa porque me quería mostrar su música y su biblioteca. Prometía llevarme luego a mi casa sana y salva, sin trastornos. Por supuesto, confíe. ¡Qué feo cuando la coincidencia musical es inexistente y los libros ni siquiera atraen por los colores de la tapa! Y eso que el objeto libro me transforma en la persona más fácil del universo. El problema era que Juan Domingo estaba  asi en éxtasis con si literatura latinoamérica vetusta, sus vinilos horrendos --cantantes latinos, obvio, de tercera--, que ponía en un equipo antiguo y les cantaba encima,mostrándome las letras que jamás podrían interesarme. Lo mío es la música, no me interesa lo que dice en cantor, nene.

Y ahí empecé a deprimirme grave. El panorama era desolador. El muchacho peronista se había fosilizados en el tiempo. Y defendía el barrio, la falta de "eses" y ma cultura de la calle. ¿Pero eso no lo había escuchado en la era paleolítica? ¡No me interesa la defensa acérrima de las vecindades periféricas! ¡No quiero escuchar radio AM! Me quiero suicidar. ¿No se da cuenta de que no le interesa a nadie esos cachivaches de la masculinidad? Nosotras queremos sexo -- y del bueno--, y después que nos cuenten un cuento para ir a dormir, nada más. Pero Juan Domingo, pobre, insistía con la historia del derrumbe argentino y ni reparaba en su propio desmoronamiento. Y a pasos agigantados.

Al sexo peronista no lo probé, gracias a los cielos. Porque tiene olor a naftalina. Le interesa a señoras de la tercera edad, y si les interesa... Nosotras sabemos muy bien lo que queremos: sexo, trash y rock and roll.

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⏰ Última actualización: Aug 22, 2018 ⏰

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